UD. Ultimo Día. Caras con brillantina, cuerpos encendidos y apagados, amigos arrastran a los amigos, algarabía en la plaza enfrente, se cruzan en ramilletes que quieren despegarse y estirarse hasta alcanzar el punto de un globo que anda con el empuje de muchos, atados entre sí, fosforescentes, mamíferos jóvenes y humeantes de tierra en estampida, tribu metalera rota a la vuelta de la madrugada, fantasía abierta y coronada de un virus que invade la inmunidad de las formas.
Llegan los que pasaron la noche despiertos. Deben llegar, deben hacerse de las fuerzas para persistir y al entrar por la puerta, hacerse dueños de algún espacio escolar para descansar un rato. Yo no aparezco por el gimnasio, estoy haciendo cosas aburridas y sistemáticas que ellos disfrutarán luego, cuando se realice el acto protocolar de la despedida.
Los docentes tenemos esa disposición invisible: punto a punto armamos una alfombra. Tenemos paciencia. Algunos de los que se van hoy van a encaramarse sobre la alfombra como divertidos aladinos y comandarán. Son los que tiran los polvos mágicos. No somos nosotros los docentes los que regiremos de ahora en más el movimiento inquieto del enlace (lo que hicimos antes fue probar puntos de agarre más fuertes y también zonas flexibles). Debe estar lista la tela. Confiamos. No siempre queda terminada. La mayoría de las veces, con un impulso todavía de infancia, son los estudiantes los que arman hileras troncales o finales, los bordes de la estructura (el borde que permite reconocer que se viaja, que más allá hay un espacio remoto y más acá, la nao que surca), o agregan nudos que se van a tensar, estelares, lejos. Un grupo demorado sube atrás, a último momento, y no tira ninguna magia, pero asegura el despegue con un empujón. Otro grupo estabiliza a babor, otro a estribor. Unos pocos adolescentes se suben casi en el aire, y no son menos en este asunto del despegue porque la arena de la orilla se tranca con el oleaje que chupa hacia el viejo continente y hay que empujar una vez más.
Mientras yo escribo, los que preparan el despegue lo hacen volviendo de estar despiertos. No vinieron impecables, la noche fue larga hasta que amaneció y fueron llegando a la puerta donde a esta hora suena el último timbre que escucharán. Yo soy de otra generación: buscábamos irnos de la escuela, no estar adentro de ella. Pero estos tiempos siguen siendo, por el momento, tiempos de alojo. Están acá por eso. No es poco. Sospecho que lo que más les gusta es la multiplicación en sus teléfonos de las caras pintadas, la brillantina, las banderas, las bengalas, las corridas con agua cuando el sopor de estar tomando el desayuno se disipa y vuelven las energías que el azúcar, el alcohol o el porro levantaron en la sangre por la falta de sueño. Hacen su carnaval en el patio, corriéndose y embardunándose con espuma, gritando, exaltados, riéndose y cantando, buscando comida o agua para timonear el bajón.
No les envidio el gusto por la ebriedad, por la visión borrosa, entrecerrada, entreabierta, ese estado que Baudelaire buscaba en la poesía y sus propios excesos (uno debe estar ebrio para ver sobre el fardo del tiempo, dice). Serán tiempos oscuros los que vienen, es bueno que el cuerpo realice su nirvana. Les diría: no se olviden del verdadero caos, que es el que multiplica el sentido, jamás el que lo recorta.
Les diría: este carnaval con máscaras chorreadas, con refriegos de mamíferos, este ritual que quiere pegarse-despegarse del amnios escolar: era hermoso el movimiento de avance activo y pasivo de los cuerpos desde el gimnasio, atrás, hasta el patio previo al hall, luego hacia hall, después a los escalones de la vereda, después un descanso y retroceder nuevamente al hall para esperar el timbre de salida, los colores explotando sobre el piso repicante de pasos caminantes, salteadores, fanfarria de ¡quinto-quinto-quinto-quinto! Les diría, porque quizás se olviden de la fuerza de este despegue, les diría: ey, jóvenes padawans sensibles con la fuerza, no se olviden que el sí mismo individual es ilusorio, guárdense de la oscuridad y salgan al mundo bailando la energía comunitaria del último día porque esto es vivir ¡y que así vivan!