Javier Milei promete una combinación de 1989 y 2001, pero su poder político es muy frágil. Sin presencia en las cámaras, sin incidencia en la Justicia y con un equipo inexperto, ¿cómo hará para garantizar la gobernabilidad?
El gobierno libertario parece estar encarando la crisis de pobreza e inflación en la que está sumido el país como si tomara las riendas de la administración en diciembre de 2015. Pasaron ya ocho años y dos pésimas gestiones desde que Cristina Kirchner dejó la presidencia. Una cosa es esperar magia del mantra que reza que “No hay plata” con 25% a 30% de pobreza, según quien mida, 25% de inflación, mínima deuda dura en dólares y un PBI aumentando el 2,7%, después de una bonanza continua de 12 años. Otra cosa es hacer un ajuste de shock a los trabajadores con 45% de pobreza, inflación de más 140%, una bomba gigantesca de deuda en dólares y el país estancado en el último año, después de una malaria de ocho años.
Javier Milei estima que la eficacia de su campaña electoral puede transmutarse en legitimación de sus acciones de gobierno. Hay un abismo entre esos dos momentos de la comunicación política. Que haya (relativa) coherencia entre sus promesas de campaña y sus primeras medidas no implica que el humor popular acompañe para siempre, sobre todo en el caso de quienes se subieron al tren libertario a último momento y no pertenecen al núcleo duro, grande, consolidado y consistente de ultraderecha que se manifiesta con votos y protestas desde hace demasiados, demasiados años como para seguir haciéndonos los otarios.
El “gabinete en las sombras” que se prometía desde 2021, con capacidad de entrar directo a la gestión, terminó siendo un muestrario de improvisados armado a los ponchazos, que no alcanza a cubrir los cargos básicos necesarios y que prácticamente no tiene experiencia en áreas vitales. La Libertad Avanza ostenta un poder político demasiado frágil para el desguace que promete. Con Milei, otra vez la gobernabilidad y la continuidad institucional pueden ser un tema central de la agenda política.
Por primera vez
Las comparaciones del menemismo con lo que La Libertad Avanza promete olvidan algunas variables, grandes como un elefante. Carlos Menem contaba con la complicidad de la plana mayor de la CGT, el apoyo de los gobernadores propios, las dos cámaras del Congreso, una Corte Suprema a medida y comandada por el socio del estudio jurídico de su hermano, Eduardo. Venía de ser varias veces gobernador en La Rioja y tenía debajo de sí una horda profesional de lobos de la rosca.
La Libertad Avanza no sólo carece del dominio ejecutivo de cualquier distrito, sino que tiene mínima presencia en las dos cámaras, nula incidencia en la Justicia y cero vínculos de peso con el trabajo organizado, sea en blanco o de la economía popular. No tienen ni siquiera una Carolina Stanley, quizá la figura que le garantizó la gobernabilidad a Mauricio Macri a través de sus lazos con los movimientos sociales.
Más allá de los precarios antecedentes de cada uno de los integrantes del gabinete libertario (tiene como ministra de Capital Humano a una señora cuyo perfil profesional no supera el de las tilingas que hacen reels de autoayuda en redes sociales), se trata de un gobierno que, por primera vez, carece de terminales sólidas en cualquier punto de la realidad que supere las plantillas de Excel, Olivos o la Rosada. Tienen el radar más pequeño que se haya visto.
Como todo gobierno, la gestión se lotea de diferentes modos. Del PRO provienen los funcionarios más experimentados: Luis Caputo y Patricia Bullrich van a hacer lo que vienen a hacer donde están. Sin embargo, ni ellos ni el ministro de Defensa, Luis Petri, pueden ofrecer mayor pie para establecer alianzas con los restos del PRO o el radicalismo en el Congreso, mucho menos con el peronismo. Más grave es que, con toda evidencia, todavía el gobierno no llega a completar los puestos necesarios para poder poner a andar la maquinaria estatal, teniendo que rogar por la continuidad de segundas y terceras líneas técnicas del actual gobierno.
A la falta de formación y de experiencia se suma que nadie trabajó en conjunto previamente. No hay equipos ordenados ni horizontal ni verticalmente. Más directo: ni se conocen entre ellos. Cualquiera que haya tenido una mínima relación con la gestión pública sabe que lo que hay por delante es un burlesque administrativo.
Finalmente, está el dogmatismo doctrinario. Que la futura canciller, Diana Mondino, haya volteado el ingreso a los BRICS sólo se puede explicar por una posición de lisa y llana postración ante Estados Unidos, que explícitamente expresó su preocupación por la presencia y las inversiones rusas y chinas a través Laura Richardson, jefa del Comando Sur. Argentina se vincula así al imperio en decadencia y no a la fuerza emergente. Los BRICS no son el futuro, son el presente. Ahí se cifran las principales relaciones comerciales de importación y exportación de Argentina.
Las “relaciones carnales” y la ortodoxia económica tenían en el menemismo un contexto completamente opuesto. El comunismo estaba en su pleno derrumbe y la hiperinflación había efectivamente estallado en la cara de Raúl Alfonsín. Menem entró con toda la banca internacional –que convirtió en un monumental endeudamiento que hoy no podemos conseguir– y sobre tierra arrasada. El gobierno de Milei parece omitir ese último detalle en el plan de shock que trae bajo la manga y cuyo efecto también repiten con alarmante sorna: “estanflación”. Con mil parches, todavía nada explotó, los restoranes están llenos, las avenidas comerciales tienen circulación plena, la industria crece mes a mes mientras, por debajo, con los dientes apretados, se espera que se desate el vendaval.
Tormenta perfecta
La “estanflación” de dos años que augura el propio presidente electo puede convertirse en la combinación de los peores traumas de los 40 años de democracia: la crisis de inflación (1989) y la crisis de empleo (2001). Precios disparados y desocupación volando.
La doctrina ortodoxa establece que el déficit fiscal financiado con emisión monetaria es el origen de la inflación. No se discutirá aquí ese enunciado, aunque por lo menos sí se dirá que aun si no fuera falso es insuficiente. Dicho esto, el punto que importa es otro: ¿hasta dónde puede aplicar Milei la motosierra sin desmembrarse a sí mismo?
La combinación entre quita de subsidios, devaluación y relajación del control de precios no puede sino devenir en un fogonazo inflacionario durante el verano. A esto se suma el ajuste al resto de las erogaciones del Estado, empezando por la obra pública. Esto es un fogonazo de desempleo.
Milei, Mondino y el futuro ministro de Infraestructura, Guillermo Ferraro, dicen que los privados desarrollarán de la obra pública. Actualmente, el Ministerio de Obras Públicas paga hasta el cordón cuneta y el asfalto de los municipios del país. El retroceso por falta de mantenimiento puede devenir en escenas de espanto. Para nuestra región, habrá que esperar a que mandinga termine la ampliación de la planta de potabilización de agua, el Gasoducto Metropolitano y el Circunvalar Ferroviario, tres obras fundamentales para el desarrollo del Gran Santa Fe.
Aun si se parara la totalidad de la obra pública se descontaría apenas una porción menor del mentado déficit, el cual tampoco se termina de reducir con la quita total de todos los subsidios al transporte y la energía, ni con la venta de las estratégicas empresas del Estado. Ahí es donde entra el recorte en la seguridad social (jubilaciones, AUH y programas sociales).
La incorporación del nazi menemista Rodolfo Barra al gobierno libertario es un signo aciago. Fue uno de los autores del decreto de 1994 que paralizó todos los juicios a la Anses por modificaciones en el régimen jubilatorio. Barra viene para justificar el ajuste a la seguridad social. También allí entran los regímenes especiales, mal llamados de privilegio en la mayoría de los casos: las jubilaciones que amparan a los trabajadores con actividades insalubres, así llegan a jubilarse antes de sus seguras muertes dolorosas y tempranas.
Sobran las referencias históricas en nuestro país que prueban que los ajustes ortodoxos terminan en recesiones más profundas y en un agravamiento del déficit fiscal que se buscaba solucionar, profundizando espirales de empobrecimiento que sólo fueron atenuados con endeudamiento externo, que ahora tampoco hay. Los pocos años de superávit fiscal en la Argentina democrática (entre 2003 y 2008) se lograron haciendo exactamente lo contrario a ajustar a los trabajadores.
Todas las medidas prometidas son profundamente recesivas, impactan directo en el empleo y en la recaudación. El efecto será inédito porque combinará deterioro fuerte en el poder adquisitivo más una escalada de despidos que nos devolverá al desempleo de dos cifras. Es el 89 y el 2001 al mismo tiempo, con un barco comandado por un orate y una tripulación que combina inexpertos con carroñeros y fascistas.