Nos siguen pegando abajo

Por Gabriel Pandolfo*

Lacan nos enseña a los analistas y cercanos al psicoanálisis, que “la angustia es lo que no engaña”. Es un indicador importante del trabajo clínico. Allí, cuando se anudan las palabras ante lo angosto, cuando muchas veces es todo un trabajo poder empezar a nombrar algo. Ahí, con una mezcla compleja de cuidado y decisión, hay que indagar.

Extrapolo esa angustia corriendo el riesgo de la imprudencia, para intentar indagar cuando la angustia es generalizada, o mejor dicho, cuando penetra colectivamente.

Recuerdo los episodios del año '89, los del 2001 y la inundación de nuestra ciudad. De la misma manera hoy acontece algo que trastoca lo cotidiano. Algo que no debiera estar aparece allí en lo familiar. Así como el agua iba subiendo lentamente y se esperaba que se detenga y no lo hacía. Así, de ese modo. En un súper, en una panadería, en la farmacia, en una tienda, en una estación de servicio, en un chequeo de homebanking. Así, aparece la angustia. Esto referido a la clase media. Los de más abajo en una situación de total vulnerabilidad, con urgencias impostergables y desesperación.

La pregunta, no sólo ética sino para mi inevitable, es: ¿de dónde viene esta angustia? ¿Qué dice esta angustia? ¿Quién la ocasiona?

Lo primero que me aparece en la mente es aquella frase del año 1959 en donde el ministro de Economía Álvaro Alzogaray nos aleccionaba: “Hay que pasar el invierno”, y que luego si, vendría la “primavera”. Me hace acordar a la promesa del cielo luego de gemir y llorar “en este valle de lágrimas”. Es decir, no es nuevo eso de que hay que pasarla mal para estar bien. Son frases para que nos acostumbremos a “estar mal” y no quejarnos. A esforzarnos y conformarnos.

Vuelvo a la pregunta.

Quizá para algunos países el libre mercado sea adecuado. No obstante, cuando se los ejemplifica casi siempre son países sin oligopolios o con fuerte presencia estatal. Aquí, en estos pagos, a veces uno o dos manejan los alimentos, la higiene, las bebidas, los medicamentos, la harina, el azúcar, el acero, los combustibles, la carne, los medios de comunicación. Entonces ellos mandan. Con una capacidad enorme para demonizar cualquier “ismo” que intente rebanar alguna tajada para repartir. Es obvio que esos “ismos” desde el de Yrigoyen, tienen sus falencias.

Voracidad, tal vez, sea una palabra que dé cuenta de cómo actúan. Poner algún tipo de freno a esa voracidad se hace imprescindible. Y será una construcción colectiva. Se trata solamente, de que ganen un poco menos. Y de que esa ganancia no sea a costa del hambre. Eso es violento. Si el precio de la comida lo ponen uno o dos, estamos a la merced o capricho de ese dueño o CEO. Como un rey medieval o un patrón de estancia. Ecos tronadores de nuestra época colonial.

Termino con un fragmento de Haydée Heinrich de su escrito; “Ëtica y Psicoanálisis: “A veces, condicionados por la afirmación de que el psicoanálisis no es una cosmovisión, podemos poner en duda si al psicoanalista le compete o no, tomar partido respecto de lo que pasa en el mundo. Es cierto que cuando se le preguntó a Freud qué era políticamente, él contestó: -políticamente no soy nada. Pero también es cierto que cuando se le pidió que se definiera por un color político, blanco, negro, rojo, él respondió que políticamente se debía ser de un solo color, color carne”.

Cualquier naturalización del padecimiento porque alguien “superior” lo diga, debe ser rechazada. Para que podamos apostar “a que otro mundo sea posible…, tal vez un mundo color carne” (Haydée Heinrich).

*Gabriel Pandolfo es psicólogo y psicoanalista.

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