Llegamos a ese pedacito de tierra litoraleña hace más de cinco años. Estaba todo lleno de lo que comúnmente se nombra como malezas o yuyos con tono despectivo. También había mucha basura viejísima, encontramos rastros de cosas que ya no existen, pero formaron parte de la infancia o adolescencia de algunas generaciones. Para nuestra alegría, al fondo, descubrimos a un pequeño lagarto overo.
¿Qué hicimos? Cada tanto pensamos que en esa porción mínima de nuestro vasto planeta existe una especie de expresión gráfica del mundo. Quitamos la basura, claro, pero también sacamos esos yuyos y malezas para habitar nosotros. Eso sí, tuvimos un límite: no invadimos la zona del lagarto. Esa zona está intacta desde hace más de un lustro, ni corte de pasto, ni poda, nada. Más de una vez tenemos que explicar por qué dejamos eso así a personas que, en el fondo, creen que estamos delirando un poco. Es lo que hacemos sistemáticamente con el planeta: vamos arrasando para habitar (y sobre todo para producir y consumir) y dejamos (todavía) algunas zonas protegidas. En cierta forma, en esa porción de terreno existe un área natural protegida.
Desde entonces todas las temporadas primavera-verano fueron una grata convivencia con el lagarto. Era bello verlo salir de su cueva y dar vueltas alrededor de nosotros. Se había convertido en algo habitual: dimos por sentado que cada primavera - verano va a estar allí, de nuevo, mostrando como crece año a año. Damos demasiado por sentado.
La aceleración de la extinción de especies no se detiene: la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, más conocida como UICN, que nuclea expertos de todo el mundo, lo viene alertando periódicamente. En su reporte presentado en la COP de cambio climático que tuvo lugar en Dubai en diciembre de 2023 informó que 44.000 especies están en peligro de extinción, 2.000 más que en 2022. En síntesis: estamos dejando de convivir con miles de especies a gran velocidad.
Últimamente estoy conociendo a muchas personas porque un proyecto de investigación transatlántico sobre justicia ecológica las está trayendo a Santa Fe. Esos períodos de novedades cotidianas suelen ser momentos de suma creatividad, al menos para mí. Una expresión habitual para la persona que la emite puede convertirse en una manera nueva y distinta de pensar algunas cosas, en el título de un nuevo artículo o de una crónica para este periódico. Cómo se dice esto o aquello en otro idioma puede resultar en un eureka para entender expresiones de mi abuela, tío y tía abuela. Como investigadora y profesora de derecho las palabras me resultan centrales: leer, escribir, dar clases, dialogar. Lo hago todo el tiempo, lo hacemos con las personas que llegan desde varios países todo el tiempo en este período. Son numerosas las palabras que me inspiran últimamente, pero en esta ocasión no fue tanto la palabra sino la mirada.
Una específica mirada que observé en septiembre de 2023 en el momento en que se desarrollaba la primera salida del lagarto en esta temporada. Casi parecía un regalo de cumpleaños para quien el día anterior lo había celebrado con nosotros. Mirar el lagarto a través de la mirada de Stefano Saluzzo, a quien dedico esta crónica, fue volver a mirar el lagarto. Stefano veía este animal por primera vez en su vida, en vivo y directo, y se le notaba un entusiasmo particular. Posiblemente un sentimiento parecido a cuando lo hallamos hace algunos años nosotros mismos. A muchas personas un lagarto nos puede iluminar la mirada.
Está allí al lado, hace sus gracias, duerme al sol y luego vuelve a su cueva. Dimos por descontado que muchas otras personas más del equipo conocerían a este animal que tanto apreciamos. Pero eso no ocurrió. Nunca más volvimos a saber del lagarto y la mirada de Stefano a través de su cámara se transformó en un último recuerdo.
Meses más tarde y sin rastro alguno del lagarto, es la imagen de Stefano sacando fotos la que asume otro significado: ¿cuántas últimas fotos de especies tendremos esparcidas por allí sin que quien las captura sepa que no habría otras posteriores? Esa imagen, al fin, también se ha convertido en una pequeña metáfora del mundo. En algún lugar, tal vez en este mismo momento, alguien está observando una especie por última vez.
La foto de Stefano sacando la foto es el resumen de esa tragedia que parece estar lejos de encontrar respuestas.
A contramano de la mirada iluminada de Stefano, nuestra y de tantas otras personas que entienden que la vida sólo es posible en interrelación con las especies con las que compartimos el planeta, también de los datos producidos por expertos y por comunidades de todo el mundo, se escuchó en Davos - entre una desopilante lista de insólitos - otra vez insistir en que los daños ambientales son un invento del socialismo. Pero no es sólo una expresión en ese foro global. Esa negación injustificable es la base por la que el DNU y el proyecto de ley ómnibus que mantienen en vilo a gran parte de la población argentina plantean retroceder (entre una enorme lista de temas) en la protección del ambiente.
Menos bosques, menos glaciares, más quemas. En resumen: un combo explosivo que nos puede conducir a que no exista más la mirada nuestra de ese lustro atrás, la de Stefano, ni la de nadie, posada sobre alguna especie con la que convivir le generó felicidad.
Estamos a tiempo de hacer lo posible para que la respuesta a la pregunta que nos presenta el Museo de Ciencias Naturales Florentino Ameghino santafesino sea NO. La pregunta acompaña una vitrina de animales que están disminuyendo rápidamente en nuestra región y dice: "¿Imaginás un futuro donde sólo puedas verlas aquí?" Hagamos el esfuerzo de no naufragar en regresiones injustificables, es bello vivir con lagartos. La mirada de Stefano difícilmente se hubiera iluminado frente a una vitrina con animales taxidermizados. Dudo incluso que hubiera sacado tantas fotos y ese simple hecho me exime de explicar lo obvio.
No se necesitan tantas palabras, lo habitual se puede resignificar a través de los ojos de quien lo ve por primera vez. Sólo hay que prestar atención.