Por Gonzalo L. Bailo*
"Y pensar que este "loco" es nuestro presidente... GRANDE MILEI", dice un comentario de un seguidor en este video. Se podría pensar que Javier Milei es un «loco». Un ser privado de razón, en el peor de los casos. Una persona de dudoso juicio, en el mejor. Esto podría ser útil para opinar sobre el personaje desde la «normalidad» de lo cotidiano o para relevar algunas de sus extravagancias.
Sin embargo, la opaca etimología y falta de rigor técnico del vocablo «loco» impide avanzar responsablemente en el análisis de sus discursos, conductas y decisiones, que son ahora los de un Presidente. Se podría lograr mayor rigor recurriendo a conceptos como «incapacidad» (Código Civil y Comercial, art. 32 y sigs.), «padecimiento mental» (ley 26.657 de Salud Mental, art. 1) e «inhabilidad» (Constitución Nacional, art. 88). Lo llamativo es que estos mecanismos, aunque potencialmente aplicables con apoyo experto e institucional, podrían vindicar tanto al «loco» como a la «saludable» heterogeneidad restante.
Se podría pensar, sin necesidad de descartar lo primero, que Milei es un «loco» que logró colarse «en el medio de las sábanas» de la señorita ante la mirada de los incautos. Un «loco» con grandeza, con una misión, como marcan sus seguidores. Chesterton decía que «nada hay tan equivocado como la frase hecha con que se designa la locura: la pérdida de la razón. No, loco no es el que ha perdido la razón, sino el que lo ha perdido todo, todo menos la razón». Esa clase de locura puede funcionar como un ritual de paso, como un tránsito de lo íntimo a lo indecible. En el discurso de Milei el destino final de este tránsito es un capitalismo superior en lo ético, lo técnico y lo estético. La verdadera «libertad», para quien ya despidió, al menos desde el lenguaje, a esos «tres salames que opinan desde atrás de una computadora». El nuevo Odiseo, que ha espiado bajo las sábanas de Penélope, afirma ver con claridad la historia de su especie, que ya no difiere de la suya. Las métricas así lo indican. Los votos así lo confirman. Toda refutación es estéril.
Milei no expresa una versión cualquiera del anarcocapitalismo. Adopta una versión mística, casi sectaria. Tal vez para evitar odiosos costos de transacción con terceros. Tal vez porque sólo un Dios marginal podría hacerla tolerable. Dios es anarcocapitalista y el Estado es una invención del «maligno». Huerta de Soto formula esta hipótesis a partir de distintos pasajes de la Biblia. Milei recupera estas ideas en sus discursos y las refuerza invocando a las «fuerzas del cielo». Sólo el anarcocapitalismo reproduce el orden virtuoso de la creación, el resto de las escuelas lo destruye y corrompe irremediablemente. La justicia social es un engaño, porque se deriva de una o varias de esas escuelas malignas. Por razones éticas inapelables, deducidas de la propia ley natural, quienes no adhieren a la verdadera libertad condenan al resto a sufrir involuntariamente la esclavitud.
El anarcocapitalismo místico tal vez sea el único esquema que pueda explicar la locura como fase superior (o suprema) del capitalismo. En el «Sermón de Davos» Milei reafirmó la superioridad del capitalismo y advirtió a Occidente de los peligros del colectivismo. La verdadera historia del mundo es la historia del capital, sin pueblos, sin geografías. La razón, la sospechosa «historia de las ideas», es un simulacro falso y vanidoso. La razón es el peor de los esquemas tributarios porque deviene en mera expropiación de libertades. La única razón posible es la que no tributa. Nadie tiene derecho a privar de su reino a un anarcocapitalista místico. Ni un individuo, ni un pueblo. Mucho menos la humanidad, que a fin de cuentas es otro inoportuno colectivo.
El capital místico no necesita geografía. Estar genuinamente «loco» es no tener lugar (locus). Como Dios, que no paga impuestos. Como Elon Musk, que afirma no poseer casa propia, o como Mark Zuckerberg, con su insular búnker postapocalíptico. La pérdida de la razón situada predispone a transitar la locura de la emergencia permanente, que es la nueva normalidad.
Las eventuales insuficiencias de la lógica anarcocapitalista se deben a que todos los lenguajes se han codificado en clave colectivista. Los insultos libertarios ratifican esta inmoralidad originaria. Muchos «no la ven» por no consumir compulsivamente los memes y materiales audiovisuales de la recta doctrina. Las redes libertarias levantan su necesario muro contra el «marxismo cultural» que se reproduce en escuelas, universidades, institutos de investigación, eventos culturales y obras literarias. Más allá de los muros algorítmicos se amontonan los orcos, parásitos y piojosos que producen su basura a costa del contribuyente. No hay humanidad por fuera del capital. Más acá de los muros el capital humano disfruta de la justa dictadura de los «datos duros» y de sus inagotables recompensas simbólicas. Segregar sin fronteras es matar sin condena.
La gratificante locura del capital humano se celebra con el lema «¡Viva la libertad, carajo!». «Carajo» puede tener connotaciones fálicas, servir como recurso para enfatizar o para contradecir lo que se ha dicho previamente. En el discurso de Milei la virilidad y el énfasis se conquistan a través de la negación litúrgica. «Con la mía, no», porque nada erotiza más que la negación. La retórica libertaria es genuina pornografía porque no ofrece desahogo. A bordo de un avión de Aerolíneas Argentinas una señora ruega a Milei «¡decilo de vuelta, Presi, decilo de vuelta!» y el acto se repite generosamente: «¡Viva la libertad, carajo!». Se repite, al menos hasta ahora, sin resolución.
Se recompensa la contradicción y el desborde emocional con regularidad estadística. Se redefinen convenciones lingüísticas con disciplina castrense. No por falta de cordura sino por el deseo febril de perder todo lo que pueda limitarla. La liturgia de la negación alcanza el éxtasis con el «minuto de odio» hacia la «casta». La «casta» puede mudar indefinidamente, no así el ritual. La misa del ajuste es su síntesis más exitosa. Los vientres migran a las pantallas y rezan ya «no-hay-plata». El «hombre de bien» se persigna para que algún día sus hijos sirvan a los únicos hombres que se parecen a Dios.
Los hombres que se parecen a Dios son los únicos que pueden conducir al Estado hacia la extinción. Sólo el capital tiene necesidades y urgencias reales, pero alguien o algo debe interpretarlas. La doctrina del Estado de excepción de Carl Schmitt se encuentra con el teorema de imposibilidad de Kenneth Arrow. Los hijos de cuatro patas diseñan con esmero el marco teórico y la verdad se torna inaccesible sólo para los incrédulos. Milei ilustra el dilema: «si vos ponés en una votación, a elegir, digamos, entre tres lobos y una gallina, digamos, quién va a ser el plato de la noche, digamos, ¿sabés cómo termina?». Este polifágico dilema abre alternativas, digamos, delicadas.
En marzo de 1933 un país europeo en crisis aprobó una «Ley para solucionar las urgencias del Pueblo y la Nación» (o «Ley Habilitante») que modificaba de facto su Constitución y permitía dictar leyes sin intervención parlamentaria. La ley tenía como antecedente un decreto dictado en febrero del mismo año. Quien fue impulsor tanto del decreto como de la ley argumentaba ante el parlamento que «la decadencia de la nación en incontables y opuestas ideologías, sistemáticamente provocada por el error marxista, supone la destrucción de la base de toda posible comunidad de vida» y que «la suprema misión del gobierno nacional será extirpar por completo y eliminar de nuestro país este fenómeno (…)». De allí que prometía que «al mismo tiempo que esta desinfección política de nuestra vida pública, procurará el gobierno (…) un enérgico saneamiento moral del pueblo».
En diciembre de 2023 Milei dictó el DNU 70/2023 de «Bases para la Reconstrucción de la Economía Argentina», que alteró de facto la distribución de poderes de la Constitución Nacional y otorgó al poder ejecutivo amplias facultades legislativas. En la presentación televisiva del DNU, Milei argumentó que «esa doctrina, que algunos podrían llamar izquierda, socialismo, fascismo, comunismo, y que a nosotros nos gusta catalogar como colectivismo, es una forma de pensamiento que diluye al individuo en favor del poder del Estado, es el fundamento básico del modelo de la casta». Milei contrapuso el «modelo de la casta» al «modelo de la libertad» con un pretenso programa de ajuste, desregulación y sinceramiento. Tanto en este discurso como en la norma aparecen guiños a Schmitt y a Arrow.
En los considerandos de la norma se expresó que «la adopción de las medidas que aquí se disponen debe ser inmediata para paliar una situación de rigurosa excepcionalidad y urgencia que pone en riesgo el normal funcionamiento del país y sus instituciones». En la presentación televisiva, Milei expresó que «de esa creencia de que los políticos son seres superiores que deben regir los destinos de cada uno de nosotros se desprende un andamiaje institucional que hace que nadie pueda trabajar, comerciar, circular o educarse sin el permiso de ellos».
En el anarcocapitalismo la lógica de la excepción no democrática conduce al Estado de locura. El Estado de locura es superior al Estado de excepción porque ahora la única defensa legítima y racional la ejecuta el capital doliente a partir de la suma de todas las emergencias posibles. Tal vez por ello el Estado de locura sobreviene al Estado pandémico (emergencia sanitaria) y al Estado sobreendeudado (emergencia económica).
En el mensaje de elevación del proyecto de «Ley de Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos» (también conocida como «ley ómnibus») se expresó que el mismo «se estructura sobre la definición de su objetivo de promoción de la libertad económica» y en «la necesidad de actuar con urgencia y eliminar, mediante una norma de sanción única y aplicación simultánea, las regulaciones que restringen la libertad de los argentinos, impiden la libre circulación de bienes y servicios y distorsionan el normal funcionamiento de los mercados». Para ello se incluyó un amplio repertorio de declaraciones de emergencias públicas y delegaciones legislativas que ofician como una reforma constitucional ad hoc en favor del Poder Ejecutivo Nacional.
El buen maestro ofrece la dolorosa cura, no la anestesia. El discípulo la acepta de buen grado. Milei expresa «supongamos lo siguiente. Viene alguien con una pistola en tu cabeza. Entonces vos le pegás una patada para evitar que te mate. Es legítima defensa. Es decir, a vos el Estado te está avanzando todo el tiempo». En el proyecto de «ley ómnibus» (mensaje de elevación incluido) «pobreza» se repite tres veces, «trabajador» alrededor de diez, «capital» más de cincuenta y «mercado» supera ampliamente el centenar. Las «ideas de la libertad» son un salvataje heroico, el sacrificio a cielo abierto de una nación que ha abusado demasiado tiempo de sus benefactores. Todo ciudadano está ahora acusado de cometer delitos contra el capital. El Estado de locura define los protocolos y operativos correspondientes con el necesario apoyo de la «casta» conversa y de las «fuerzas del cielo».
El ciudadano angustiado por todo ello es un producto costoso y sobrerrepresentado del Estado interventor que debe sustituirse por el «hombre de bien». Este afable bienhechor acepta cada sinceramiento y saneamiento como mandato ético porque sabe cómo juzgar lo bueno o malo de cada cosa de acuerdo al capital en juego. En el discurso anarcocapitalista los bandidos, los narcotraficantes y los corruptos son héroes que se enfrentan a las injusticias del Estado interventor. Milei aconsejó a los empresarios: «no se dejen amedrentar ni por la casta política ni por los parásitos que viven del Estado (…) Ustedes son benefactores sociales, ustedes son héroes, ustedes son los creadores del período de prosperidad más extraordinario que jamás hayamos vivido. Que nadie les diga que su ambición es inmoral (…)». El imperativo categórico se publica en Forbes, medir la fortuna es medir la moralidad, la legalidad y todo lo demás.
El mejor intérprete del nuevo imperativo categórico es el «hombre de bien», el único que puede explicar con airada solvencia tanto la naturaleza parasitaria de una maestra rural como las bondades de la contaminación o de la baja de salarios. Sus ventajas comparativas respecto al ciudadano son evidentes: reniega de la protesta social, acuña ingeniosas descalificaciones, inunda con empeño las redes sociales, se instruye de sus pares y su convencimiento lo hace inmune a la vergüenza, con independencia de su formación previa. Suele expresar su abreviada ética a partir de mandatos como «vayan a laburar» o «agarren la pala». Si el capitalismo clásico exhibía con orgullo a la máquina de vapor, hoy se podría hacer lo propio con la milagrosa mecánica del «hombre de bien».
La magnitud del sacrificio debe afrontarse con la sana banalidad de este «hombre de bien», secretamente aterrado y furiosamente convencido en áurea proporción. Al ser más objeto de campaña que sujeto de la historia, se le permite disfrutar de los variados placeres de la medianía, vegetar en la estadística, oficiar de vocero, hacer inversiones imaginarias, ocupar cargos públicos, organizar endeudamientos reales, abrir las fauces para devorar gráficos de torta y arrobar doctrinas de baño público. Eximido por derecho de toda responsabilidad, el «hombre de bien» no chapotea en el barro de la historia porque no forma parte de ninguna lógica de clases.
El anarcocapitalismo que propone Milei como fase última de la historia sólo puede presentarse y aceptarse bajo los modos de la locura. Existe una predisposición biográfica y política ya instalada para ello que impide pensarlo como anomalía. No es una locura patológica, es una locura fatal. Una quema a cielo abierto en la que arden las experiencias de la democracia, la historia de la razón, los abusos de la clase política, la inflación y el endeudamiento, la educación pública, las leyes justas, la memoria colectiva, el medio ambiente, los medios de comunicación irresponsables, los avances en investigación, miles de datos inventados y otros tantos ciertos, empresas valiosas, extremismos ideológicos, historias de vida, traumas de la pandemia, los efectos desconocidos de las redes sociales y las numerosas angustias y demandas que todavía no se han comprendido.
El destino que tiene esa quema de fuerza vital a gran escala es todavía nebuloso. Sin embargo, si la locura de esta quema es la fase superior del capitalismo en ética y estética ¿por qué no encarnaría en algo inhumano y grotesco? Habría que estar «loco» para no escoltarlo de regreso a los acolchados cielos de la libertad.
*Abogado especialista en Derecho de Daños. Doctor en Derecho. Becario Posdoctoral CONICET. Docente de Derecho de las Obligaciones y de Derecho de Daños (FCJS-UNL).