Ayer estuvimos todes. Ayer estuvieron todas las piernas, todas las manos, todas las voces, en el momento en que más lo necesitábamos. Un hilo inquebrantable de banderas y corazones, de una plaza a la otra: cuando la punta del hilo entraba triunfante en la Plaza 25 de Mayo, del otro lado el ovillo todavía no se había desenredado del todo. Más de 20 mil personas llenaron la plaza y la calle, en lo que fue la marcha más multitudinaria de la que Santa Fe tenga memoria, para mostrar que Santa Fe tiene memoria.
Hoy que el negacionismo duerme en La Casa Rosada, y en el frotar de las manos espeluznantes que hace tiempo esperaban revancha, hacía falta volver a recordarlo: la memoria completa es la nuestra. La memoria completa es la que armó el pueblo a los empujones, juntando pedacitos, recordando rostros, repitiendo nombres y apellidos que otros quisieron borrar. La escribieron las Madres con sus rondas eternas, la escribió el Equipo de Antropología Forense, la escribieron cientos y cientos de plazas a lo largo y a lo ancho del país. Hoy desperté cantando esta canción, que ya fue escrita hace tiempo atrás: es necesario cantarla de nuevo una vez más. La memoria completa son todas las plazas repletas de ayer. Ya está repleta de memoria, la memoria; y sin embargo sigue llegando gente.
Dice el historiador Ezequiel Adamovsky en X: “La memoria ya está completa. Se completó cuando conocimos los crímenes de la dictadura. Nunca fue un dato oculto que hubiese guerrillas, o que sus acciones causaran muertes civiles. Eso lo informaron los diarios antes, durante y después de la dictadura y lo siguen informando hoy. Lo que sí estuvo oculto fue la represión clandestina, las desapariciones. Todavía sigue oculto el destino final de muchos desaparecidos. Y se ocultaron los apoyos civiles que tuvieron los militares. Toda esa memoria hubo que reponerla”.
La memoria completa ya existe. Si hay partes de la historia que aún permanecen incompletas, no es justo responsabilizar a la memoria, sino a su contracara, que es la omisión, el borramiento. El Estado llevó a cabo un plan sistemático y clandestino de exterminio, eliminó cuerpos, pruebas y registros, e hicieron falta décadas de lucha en las calles y en la Justicia para reconstruir apenas algunos fragmentos de esa historia que quisieron borrar. Nadie lo dijo con mayor precisión que Videla: “No tiene entidad, no está ni muerto ni vivo, está desaparecido”. La jerarquía militar y sus terminales civiles, empresariales y eclesiásticas quisieron borrar a una generación de la Historia, desvanecerla en el aire, como si no hubiera existido. Quisieron, y no pudieron.
¿A quiénes quisieron desaparecer? En su abrumadora mayoría, a trabajadores y estudiantes. 48 años después, Milei busca continuar el legado de la dictadura: pulverizar los derechos laborales de la clase trabajadora y asfixiar a las universidades públicas hasta que deban privatizarse o cerrar. No sorprende, en este marco, que el gobierno pida una memoria “completa” –que al parecer debería arrancar en 1973: qué conveniente, ¿no?-, ni que ataque permanentemente al movimiento de derechos humanos, ni que haya vuelto a instalar términos propios de la Guerra Fría como “zurdos” o “comunistas”. Por más “nuevas” que sean, todas las derechas se parecen bastante, y en lo más profundo de sus deseos siempre aparecen sus viejas pasiones: la persecución y la proscripción.
Victoria Walsh, la hija de Rodolfo, tenía 26 años y un día cuando más de 150 soldados, tanques y un helicóptero sitiaron la casa en la que se encontraba junto a su hija de un año y otros miembros de Montoneros. Después de resistir el asedio por más de una hora, se asomó al balcón con los brazos en alto y dijo: “ustedes no nos matan. Nosotros elegimos morir”. Acto seguido, sacó una pistola y se disparó en la sien. ¿Y pretenden enseñarnos lo que es la libertad? ¿No la ven?
Hace siete años, cuando la Corte Suprema quiso aplicar el 2x1 a los genocidas, las mil y una plazas de la dignidad le pusieron un freno a la infamia. Ayer, otra plaza colmada presagió el comienzo de una nueva historia. La plaza de la juventud, con su potencia y energía. La plaza de H.I.J.O.S y su victoria implacable frente al terror. La plaza de los sindicatos, de las docentes, de los movimientos sociales, del orgullo que nunca más va a volver al calabozo, de las niñas y los niños, de Otilia. La plaza de los que ya no están. Una plaza hecha de las ruinas de otras plazas, con la marca de todas las plazas anteriores. La plaza del que había ido solo una vez y decidió volver, la plaza de la que va todos los años, la plaza nueva de aquel que no había ido nunca. Cada persona y su memoria, cada memoria y sus plazas, todas juntas completando una única memoria colectiva, en una sola plaza, ahora y siempre.
A veces, para descubrir fuerzas donde antes no las había, hace falta algo tan sencillo como encontrarse, mirarse a los ojos y decir: “acá estamos”.
Ayer estuvimos todes. Hoy seguimos estando.
Fotos: Gabriela Carvalho