A pesar de su intento por demonizarla, el gobierno no pudo tapar lo que en verdad fue la Marcha Federal Universitaria: una reacción masiva y contundente al desfinanciamiento de la educación. Desde Buenos Aires, una crónica que recoge el color de una jornada histórica.
Pocas horas antes de que se realizara, el vocero presidencial Manuel Adorni aseveró que la marcha federal universitaria estaba “incentivada por la política”. Lo dijo siguiendo el concepto que tienen los libertarios de “la política”: todo lo feo, sucio y malo de este mundo. Al día siguiente, y ante el hecho ya consumado, no le quedó otra que reconocer que la movilización había sido “genuina”. Pero lo dicho, dicho está, y además le siguió el propio Javier Milei, que salió por X (ex Twitter) a cuestionar el evento: “los mismos vivos de siempre utilizaron el escudo de una causa que suena noble para defender sus intereses de casta”, escribió.
CAUSAS NOBLES. MOTIVOS OSCUROS.
Ayer vimos como, una vez más, aquellos que pretenden seguir viviendo a expensas de los argentinos se montaron sobre una mentira para promover sus intereses.
Al margen de la discusión acerca de cuál modelo de educación superior es deseable para…
— Javier Milei (@JMilei) April 24, 2024
Con el ningún respeto que nos merecen Adorni y Milei, eso no fue lo que pasó este 23 de abril en Ciudad Autónoma de Buenos Aires (ni en el resto del país). Lo que pasó es que los ciudadanos no indolentes salieron a poblar las calles para defender lo que es de todos, y para trazarle una línea al jefe de Estado: “hasta acá”, le avisaron. Y al león no le gustó.
Eran recién las 14:45 y la Plaza del Congreso (punto inicial de la marcha), más cinco cuadras de la anchísima Avenida de Mayo, ya estaban desbordadas; y una columna interminable que avanzaba por Avenida Callao prometía desbordarla aún más. Mientras tanto, otro gentío esperaba en la zona de la 9 de Julio y un tercer contingente colmaba Plaza de Mayo y sus inmediaciones. La convocatoria estaba planteada a las 15, pero la gente no pudo esperar para decir lo que quería decir.
La pancarta principal rezaba “En defensa de la Universidad pública”. Además del Consejo Interuniversitario Nacional (CIN), la firmaban todas las entidades gremiales y federaciones docentes y estudiantiles de la Argentina.
Sí, claro: había gremios, esa cosa a la que tanto demoniza el Gobierno por considerarla parte de “la política”. Incluso había banderas de la CGT y de sindicatos no directamente vinculados al sector educativo. Pero en ningún momento tuvieron protagonismo ni intentaron robárselo. Solo caminaban junto a la comunidad universitaria en representación de los trabajadores que quieren seguir teniendo derecho a la enseñanza superior gratuita, y participaban de los cánticos a favor de la consigna principal o en contra de la gestión Milei.
Y es que sí, obviamente: la oposición al Presidente se respiraba y se expresaba. Lo que más se escuchaba era “La Patria no se vende”, y “Universidad de los trabajadores, y al que no le gusta, se jode, se jode”; pero también se brincó al ritmo del clásico “Y ya lo ve, y ya lo ve, el que no salta votó a Milei” y se entonó el otro clásico: “Milei, basura, vos sos la dictadura”.
Ah, sí, es cierto: uno podía chocarse con Ricardito Alfonsín, Martín Lousteau, Daniel Filmus, Wado de Pedro o Sergio Massa. Pero la verdad es que estaban en la multitud como uno más. Nada importan las intenciones de cada uno para asistir: nadie les dio mucha bola.
En honor a la verdad, tampoco los oradores del acto, desarrollado a partir de las 17:15, recibieron demasiada atención. Ni los dirigentes de las entidades organizadoras que hablaron, ni los jóvenes de la Federación Universitaria Argentina que leyeron un documento consensuado. Primero, porque llegar al escenario montado en Casa Rosada fue imposible para el 90% de los concurrentes. Segundo, porque el 10% restante, que sí logró llegar, no podía escuchar con claridad lo que decían, como pasa siempre. Y tercero, porque ni siquiera ellos eran los protagonistas, y lo sabían, aunque debieron entregarse a la formalidad de darle un fundamento verbal al evento.
En muchas mochilas había limón o leche, porque ambos atenúan el efecto del gas lacrimógeno y los marchantes sabían que la represión era una posibilidad cierta. No porque planearan hacer bardo, sino porque ya ha quedado demostrado que según este Gobierno no hay plata, salvo para reprimir.
Sin embargo, ya en determinado momento pensar en que se iba a aplicar el protocolo de Patricia Bullrich era descabellado. Para las 16 Avenida de Mayo era un hormiguero a lo largo de las 10 cuadras que separan el Congreso de Plaza de Mayo, por las dos paralelas hacia ambos puntos cardinales se podía caminar con mucho esfuerzo, todas las perpendiculares estaban saturadas, y las tres diagonales que confluyen hacia Casa Rosada eran un quilombo. Para dispersar a esa marea de gente había que tirar misiles de la Fuerza Aérea o arrojar una bomba a mitad de camino, a la altura de la 9 de Julio.
Será por eso que las fuerzas oficiales (Policía de la Ciudad, PFA, Gendarmería) se mantuvieron relegadas, casi imperceptibles, a una o dos cuadras de las distintas columnas. Solamente unos discretos hombres de negro se agazapaban más cerca y por instantes se metían entre la gente lentamente, fingiendo displicencia. Estaban montados en vehículos sin identificar, vestidos monocromáticamente y con la misma exacta campera marca Columbia.
No hubo desmanes. Ni uno, chiquitito. Caminar por Avenida de Mayo, sobre todo a la altura de Plaza de Mayo, era asfixiante. Debería haber habido decenas de desmayos; pero no sucedió. Nada ameritó siquiera la asistencia del Same (las ambulancias porteñas). Con alrededor de un millón de personas en la calle, no hubo un solo lesionado que permitiera disfrazar la movilización como violenta. Por eso se quieren morir: el Gobierno y sus medios lacayos necesitaban el bardo. Por eso TN, La Nación y LN+ tuvieron que postear fotos de Massa entre los asistentes. Fue su último y patético recurso para relacionar el evento con “la política”.
Por supuesto que fue una marcha política. Fue una respuesta política a la decisión política del Presidente de desfinanciar a las universidades. Una reacción multitudinaria y contundente a su desprecio por lo estatal. Pero el protagonismo lo tuvo la gente de a pie, y la marcha en sí. Su masividad, la solidaridad manifiesta entre los distintos sectores, la energía de pueblo unido que se percibía. La política, bah. Pero bien entendida. La parte buena de la política.