Argentina corre el riesgo de meterse en una guerra donde no la llaman, por el capricho del individuo que circunstancialmente ocupa el sillón de Rivadavia. Mientras tanto, los argentinos se hunden en una crisis inédita, que es observada desde el Ejecutivo no con gestos de compasión sino, a veces, de goce.
El presidente Javier Milei interrumpió unos de sus viajes por motivos personales para volver a Argentina, en el marco del ataque aéreo de Irán a Israel, ayer por la tarde. El gesto fue acompañado por una declaración del organismo paraestatal "Oficina del Presidente de la República Argentina", de tono beligerante e inadecuado y con imprecisiones sobre el fallo de Casación, que nunca determina responsabilidades en los atentados ocurridos en nuestro país.
— Oficina del Presidente (@OPRArgentina) April 13, 2024
Argentina tiene una tradición histórica de rechazo a los conflictos armados y convocatoria a la paz. Ambos términos no se reducen a la neutralidad. Una condena al ataque de Irán es necesaria, tanto como lo fue una condena a la invasión rusa sobre Ucrania. Lo que viene después es un llamado a la paz, no hablar de que hay países que buscan "la destrucción de la civilización occidental".
Nuestra reacción diplomática usual sigue la que, por ejemplo, adoptó el gobierno italiano de Giorgia Meloni. Meloni expresó su "preocupación por la desestabilización de la región" y su ministro de Relaciones Exteriores, Antonio Tajani, dijo "Tengo la esperanza de que el gobierno de Israel adopte una línea cautelosa". "Deseo que no haya un contrataque del contrataque", agregó, en referencia al ataque de Israel a la embajada de Irán en Damasco, el pasado 1º de abril.
A la inversa, los voceros mediáticos del gobierno azuzan la idea de una III Guerra Mundial y trazan trincheras y bandos, tal como lo hace el presidente, que habla de "nueva política exterior". La expresión es alarmante. Sobre todo en lo que refiere a los conflictos bélicos, la política exterior no es un juguete de los funcionarios de turno. El país y toda su población quedan implicados en las decisiones que se tomen circunstancialmente. Hoy nos toca que un troll tuitero esté a cargo de la presidencia: el Congreso, una vez más en estos cuatro meses, es la barrera institucional última de la racionalidad.
No alcanza conque el eventual Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas ostente su certeza psicótica por el mundo para que el resto del país se embarque en un conflicto. Argentina y los argentinos son más grandes que Milei y continuarán existiendo después.
Sin embargo, la relación entre Milei e Israel y el judaísmo tiene la espesura propia de las fantasmagorías delirantes. Su primer viaje al exterior fue para ir al Muro de los Lamentos. El último, para recibir un reconocimiento como "Embajador Internacional de la Luz" por la congregación ortodoxa y ultraderechista Jabad Lubavitch. El mesianismo del mandatario no nos era desconocido: en campaña, a su militancia la llamaba "las fuerzas del cielo".
Están los que dicen que buena parte de los drones iraníes impactaron en tierra israelí, están los que afirman que la defensa antiaérea detuvo todos los ataques, menos los de un puñado de misiles que impactaron en una base militar. No queda claro todavía si el ataque de Irán fue apenas un gesto para aplacar su propia interna, posterior a los hechos de la Embajada de Damasco. No se sabe qué efecto tendrá la acción militar en Estados Unidos, donde Donald Trump venía reclamando en campaña una baja del gasto militar hacia el exterior. No se sabe si detrás del apoyo irrestricto anunciado por Joe Biden no hay una demanda real a Israel de quedarse en el molde y no pudrir más una región ya de por sí inestable. No se sabe cómo continuarán ahora las acciones de Israel sobre Gaza, donde los muertos ya casi son 34 mil y los heridos superan los 76 mil.
En suma: las sutilezas de la diplomacia y del análisis militar tienen un refinamiento que queda aplastado por la sobreactuación del elenco gubernamental argentino.
Mientras tanto, en el país que preside Milei, sus medidas económicas han generado una crisis feroz e inédita en nuestra historia democrática. La escalada inflacionaria es del 90,2% en cuatro meses, mientras su ministro de Economía pisa adrede la homologación de acuerdos paritarios entre privados, porque todos los precios serán libres, menos los precios de los salarios. El poder adquisitivo del salario promedio de los privados cayó 23,9% a febrero, los datos de Indec a enero muestran una merma del poder adquisitivo de los trabajadores públicos del 21%.
Al ritmo de la recesión inducida, negocios e industrias cierran uno tras otro. Los que están en pie ya llevan cuatro meses de despidos a buen ritmo, mientras esperan temerosos el impacto total de las tarifas de luz y de gas. El cuadro se completa con los despidos masivos del Estado y de las empresas constructoras dependientes de la obra pública, paralizada.
El país tiene preocupaciones suficientes como para tener que soportar el berrinche del nene que quiere jugar a los soldaditos.