Mano a mano con Itatí Barrionuevo. Sus inicios en el canto, la guitarra y el tambor. El trabajo sobre la voz. El irse y el quedarse. El trabajo desde el arte con los jóvenes en situación de encierro.
Desde la calidez de su hogar en barrio Guadalupe, un rayo de sol entra por la ventana e ilumina ese mágico rincón habitado por unos tambores y una guitarra: los fieles compañeros de su vida. Itatí Barrionuevo abre las puertas de su memoria para compartir aquellas experiencias que la han hecho ser lo que es: una mujer artista enamorada de la música, de la familia y de Santa Fe.
-¿Quiénes te han inspirado para ser una apasionada de la música?
-Todo empezó en mi casa. Mi mamá es profesora de piano, mi papá un amante del tango y mi abuelo era luthier: hizo el piano de mi mamá. Era algo de lo que no podíamos escapar. Con mis hermanas esperábamos que llegara el sábado a la mañana porque mi nona nos llevaba al centro y cada una elegíamos un long play. Tengo dos hermanas que me llevan 10 años y quienes me han influenciado mucho en la cuestión musical. Patricia, la más grande, fue una exponente muy importante del folklore de Santa Fe por mucho tiempo, junto con una generación muy copada de artistas como Ana Suñé, Martín Sosa, Sergio Ramayo. Todo eso fue parte de mi cotidiano desde que era muy chiquita.
-¿Cuándo comenzaste a cantar?
-Un día empecé a ir al coro de niños de la Iglesia de mi barrio, donde tuve la suerte de ver todo el repertorio del Padre Catena, un tipo socialmente comprometido, más allá de la música que hacía. Particularmente, toda la cuestión de la armonía que él desarrollaba me volaba la cabeza. Desde muy chiquita yo aprendí lo que era el sonido de vidalas, de coplas, de una zamba, de una chacarera.
“Recuerdo que en el ‘83 hubo una inundación enorme y con el coro fuimos a ayudar a poner bolsas al terraplén. Mientras lo hacíamos, cantábamos. Teníamos un compromiso social muy marcado. Hoy, siendo adulta, agradezco mucho porque me doy cuenta de la suerte que tuve”.
Desde chiquita en el Festival
Su mirada parece un lienzo en el que se pinta su vida entera y, a través de ella, Itatí rememora las primeras ediciones del Festival de Guadalupe. Allí tuvo la oportunidad de ver por primera vez a Mercedes Sosa, Teresa Parodi, Jairo. “Los tenía a todos a dos cuadras de mi casa”, dice con su sonrisa sencilla y agrega: “Y, a los que éramos parte del coro de niños, nos dejaban estar en los camarines”. Dentro de los recuerdos inolvidables de esos primeros festejos, Itatí remarca el día en que el Ballet Brandsen le regaló el primer bombo legüero. “Ellos estaban muy asombrados de cómo yo, siendo tan chiquita, ya andaba con el bombo de acá para allá”.
-¿Cómo comenzó tu carrera profesional como artista?
-Cuando era chica había un programa en Buenos Aires que se llamaba Festilindo, donde un coro de niños cantaba y hacía intervenciones artísticas. Imaginate: a la gente del interior nos entusiasmaba muchísimo ese programa. Un día vinieron a Santa Fe a hacer un recital y un concurso. Yo, con 11 años, fui. Ahí conocí a Juancito Candioti y a Guille Ibañez. A ese concurso lo gané, y si bien fue mi primera experiencia importante, yo tenía que esperar a cumplir 15 años para poder presentarme en los concursos locales como Paso del Salado o Pre Cosquín Esperanza. Entonces fue recién ahí cuando empecé a laburar profesionalmente y a concursar. Comencé a cantar en Grupo del Sur, donde tocaban Mariano Ferrando, Pedro Casis, Rubén Carughi, Charly Avveduto: músicos de primera. Siempre digo que todo esto fue gracias a esos 10 años que me llevan mis hermanas.
La vida de adolescente y la música como profesión
En la secundaria, Itatí siempre iba a las salidas con sus amigas, pero llegaba más tarde porque primero iba a tocar. Ella recuerda: “En los 90, había mucha movida, muchos bares, música en vivo. Y también en ese entonces, había mucho varón en la música y pocas mujeres”.
“Para mí, ir al colegio era esperar a que hubiera un espacio en blanco para poder cantar. Recuerdo a veces ir sin mochila, pero la guitarra o el bombo siempre”.
Si bien en su casa la música era lo más corriente, al terminar 5to año, Itatí comenzó a estudiar Educación Física. Confiesa que toda su vida ha hecho mucho deporte y que le encanta, al igual que la docencia. “Desde mis 15 años cobré por cantar. A veces más, a veces menos. Si cantaba, sabía que me podía comprar las zapas o la malla para natación. Poquito o mucho, de alguna manera la música siempre me ayudó a vivir”.
-¿Cómo fue la fusión entre la atleta y la cantora?
-Los jueves a la noche en el instituto había peña, así que yo siempre estaba esperando con la guitarra ese momento. Un día fue Miguel del Sel a la peña (él y el Chino son profesores de Educación Física), me escuchó cantar y me dijo: “¿qué haces estudiando educación física? Vení a Buenos Aires con nosotros”. Y la primera vez que fui a capital fue con Midachi. Ellos me ofrecieron cantar boleros, música romántica, en ese momento Luis Miguel explotaba. Pero yo quería hacer folklore, entonces decidí quedarme en Santa Fe. Y fue para esa época que conocí a José Piccioni, el papá de mis hijos, quien estaba estudiando batería.
-Tenés una voz que mucha gente se pregunta de dónde viene… ¿cuándo la descubriste?
-Eso también empezó desde muy chica. Te puedo decir casi la fecha exacta: tenía 4 años, eran los días previos a Navidad, y fue la primera vez que la directora del coro de la Iglesia me hacía cantar como solista. Obviamente yo no sabía leer, pero mentí muy bien: pasé con un cancionero y me hacía la que leía. Me tocó cantar una vidala, fue la primera canción que canté sola. Y me acuerdo que mucha gente luego se acercaba y preguntaba “¿Quién es el niño que cantó?” Siempre tuve la voz muy grave, soy contralto. Así que desde pequeña descubrí esa cuestión. Después, el estudio y las mismas cosas que te pasan en la vida te hacen interpretar de determinada manera. Yo no podría cantar algo que no me traspasó a mí primero, me sería imposible. Y siempre traté de conservar ese color en la voz. Quizá no tengo un súper agudo, que me encanta escuchar y admiro a quienes lo pueden hacer. Sé que me tocó una característica de profundidad que me gusta cuidar. Siempre hablo de eso, sobre todo con mi hija que se está dedicando a algo parecido a lo que hago yo: cuidar nuestra voz, nuestro cuerpo. Eso me ayudó a conservar ese color que sé que es particular, hay quienes les gusta más y a quienes les gusta menos.
“El repertorio que una elige también influye en la manera de interpretar. Yo siempre me moví dentro del folklore, cuando fui más grande comencé a elegir más música de Latinoamérica”.
-¿Te has ido de Santa Fe?
-La única vez que me fui fue a Buenos Aires cuando firmé contrato con Warner Music para grabar mi primer disco en el ‘98. Fue un proceso largo. Estábamos todo el día en el estudio. Cuando firmé ese contrato, al ser un sello discográfico multinacional, los músicos eran en su mayoría sesionistas y yo quería tocar con mis músicos, que son los mismos que me acompañan hoy. Todos me hablaban maravillas de los músicos de Buenos Aires y, para mí, yo tocaba con los mejores de la liga. Pero era bastante imposible hacer que fueran todos, así que me dejaron conservar a José Piccioni en la batería y a Sergio Chiconi en la guitarra, que también era arreglador del grupo. Los demás músicos del disco fueron sesionistas. Fue una gran responsabilidad para nosotros, con José teníamos la misma edad: 23 años, muy chiquitos. Cuando estábamos en el segundo año del contrato, quedé embarazada y decidimos rescindir e irnos a vivir a Colastiné.
“En el marco de ese contrato, yo tenía que hacer técnica vocal, era parte de mi trabajo. Y empecé con una profesora de jazz alucinante. Y si bien me servía en cuanto a técnicas, yo no quería cambiar mi color de voz. Así que fue ahí cuando decidí estudiar con una cantante de música popular en Rosario: Myriam Cubelos”.
-¿Pensaste en irte otra vez?
-No. Tuve la suerte de nacer y criarme muy cerca del río. Esa cercanía al agua me marcó un montón. De hecho, me costó muchísimo vivir en Buenos Aires. Llegaba el viernes y yo rogaba por favor que me dejen volver. Y después cuando tuve a mis hijos nunca imaginé vivir en otro lugar. Me encanta la idea de ellos con sus abuelos, primos, tíos. Disfruto mucho de la familia, por eso nunca estuvo la opción de otro lugar, aún sabiendo que quizá profesionalmente me hubiesen pasado otras cosas. Pero yo amo Santa Fe, amo la música de Santa Fe y amo a los músicos de Santa Fe. No podría vivir sin todo eso que sucede acá.
-¿Qué es ser mujer artista en Santa Fe?
-Yo soy una afortunada, porque siempre me sentí muy cuidada. Al empezar de pequeña, mis padres estaban muy tranquilos porque yo siempre trabajaba con varones músicos. Te daba una cierta seguridad y, claro, también te limitaba. Recién a partir de mis 30 años empecé a ver más movida de mujeres en la música. Muchas veces me han preguntado por qué me acompañan siempre músicos varones. Y la realidad es que son personas que yo traigo conmigo desde muy chiquita, con quienes he aprendido. Siempre sentí que el varón reconoció mi lugar, yo tuve mi sitio como música y cantora. Sé que no era muy común ver a una chica tocando, o cantando y acompañándose con un instrumento. Fue después, cuando yo volví a cantar, que comencé a ver que había un montón de mujeres que tocaban el bajo, otras que hacían percu, otras que cantaban maravillosamente. Y me encantó la idea de que la mujer convoque a otra mujer. Yo venía de sentirme segura rodeada de varones y empecé a escuchar a todo este grupo de mujeres y aprendí muchísimo. Me acuerdo que todo empezó con un grupo de whatsapp donde estábamos mujeres que nos dedicamos a la música. Y éramos 100. Y yo decía “¿cómo puede ser?” Y ahí empecé a conocer a las que hacían cumbia, unas que tocaban tango, aquellas candombe, otras murgueras. Empecé a ver algo que me fascinó: las pibas salían todas a tocar y volvían a la noche y no pasaba nada, y pasaba de todo al mismo tiempo.
“Ir a tocar y tener mujeres técnicas en el sonido, verlas detrás de las consolas y con todos los cables… está buenísimo. Toda la lucha y el cambio. Me encanta que se respete nuestro trabajo, que haya más mujeres en los escenarios. Me parece lo justo”.
-¿Sentís que hubo algún evento o experiencia en Santa Fe que haya marcado un antes y un después en la historia de la cultura en general?
-La creación de espacios. Lugares que abrieron las puertas, que acercaron al barrio ciertas experiencias, que dieron laburo a los pibes que están en la facultad y empezaron a tener trabajos en espacios culturales. Eso me pareció un antes y un después. Lugares como La Redonda, El Molino, El Alero. Una movida fantástica.
-Si tuvieras que elegir una experiencia que te haya marcado un antes y un después en tu carrera… ¿Cuál sería?
-Mercedes. Para mí fue muy importante. Lo que significa como mujer de Latinoamérica. Toda su lucha fue tremenda. Poder compartir con ella, estar en el mismo estudio grabando. Fue muy fuerte, me llenó de orgullo. En ese momento me sentí elegida por ella.
“Mirá ahí estoy con Mercedes”
Mientras se levanta y se acerca al mueble repleto de las fotografías que captaron los momentos más significativos de su vida, Itatí cuenta que tuvo la suerte de obtener muy buenos consejos por parte de “La Negra”. Cuando Barrionuevo estaba en el proceso de su primer disco, “La Voz de América Latina” se encontraba en el primer piso del estudio grabando la Misa Criolla. Ni bien la santafesina se enteró que Mercedes estaba en un blanco, bajó y selló en su memoria un encuentro inolvidable. “Estábamos viviendo un momento muy especial del folklore porque era todo un renacer”, afirma Itatí y recuerda: “la Sole, Los Nocheros, Abel Pintos, Luciano Pereyra, Tamara Castro”. Y fue entonces cuando tuvo la oportunidad de contarle a Mercedes el repertorio que habían elegido para el disco, obteniendo como reacción ni más ni menos que un asombro alegre. “Claro, ella no sabía de dónde venía… mis hermanas, mis amigos músicos, todos escuchamos eso. Desde la cuna”.
Además de la música, pudieron hablar sobre la familia. Itatí recuerda con emoción que Mercedes le habló sobre su hijo Fabián y cómo había sido para ella ser madre con esta profesión. “Cuando decidimos rescindir el contrato porque íbamos a ser padres, aquellas palabras de ese encuentro con Mercedes resonaron siempre en mí, porque las viví reales. Yo disfruté muchísimo la maternidad, ha sido lo mejor de mi vida, más allá de la música que me ha regalado experiencias divinas y muchos aprendizajes. A la maternidad no la cambio por nada”.
-Una experiencia única que hace eco en el día a día.
-Cuando mis hijos ya estaban más grandes y yo decidí volver a tocar, tuve la oportunidad de cantar con Joan Manuel Serrat. Eso fue muy emotivo sobre todo por la conexión de él con mis padres. Yo no escuchaba mucho a Serrat, pero vos me decías un tema y lo reconocía, porque está en el inconsciente de todas las generaciones. Ese día, estar con él y ver a mis viejos que me habían ido a ver fue tremendo. Esas cosas que te pasan una vez en la vida. Sinceramente agradezco mucho el reconocimiento, pero sólo son momentos que hay que aprender a disfrutar. A veces me emociono más con el día a día, mi laburo cotidiano, reconocerme en las elecciones de mis hijos, ver que a mis amigos les va bien.
-¿Hay algo pendiente que te gustaría hacer?
-Me encantaría que la gente me vea cantar otra cosa. Siempre estuve muy relacionada con el folklore. Pude moverme un poco de ahí cuando me convocaron para la Ópera Rock Indio y me encantó. Y ahora estoy armando otra cosa con un gran artista de acá, José “Mabel” Giuranacci. Él toca distintos sonidos en la viola y a mí me encanta lo que hace. Nos encontramos hace poco para un proyecto y decidimos hacer algo: hay mucho sonido, mucha fusión, y somos sólo nosotros. Así que estamos con mucho ensayo. Estoy muy entusiasmada y nuestros amigos contemporáneos de la música muy expectantes porque no se imaginan qué puede llegar a salir de esto.
“El folklore me sostiene como cantora. Es donde yo me encuentro. Sí, me siento cómoda, pero también es el lugar donde más aprendo”.
El arte en situación de encierro
Itatí da clases de música en la cárcel de Las Flores desde hace 10 años. Trabaja en juveniles, donde los pibes tienen de 16 a 21 años. Va todos los días de 8 a 14 y confiesa que es su segunda casa. “Yo los veo crecer. Hablamos mucho sobre por qué llegaron a ese lugar, qué quieren ser cuando salgan. Y me encuentro con situaciones que me emocionan, me sorprenden. Pudimos grabar un disco con ellos, ganar la Bienal de la UNL, hacer la música del documental que se hizo para los 20 años de la inundación, pelear con jueces para que den permiso de que los pibes salgan. Nunca pensé que me iba a ver en ese lugar, estar ahí al frente de todo eso. Si bien es algo de ellos, también lo siento muy propio. Para mí, ver todos los logros que ellos han tenido en situación de encierro y descubrir cómo se pueden sentir libres a través del arte, es muy gratificante”.
La cantora relató algunos momentos importantes que se han convertido en grandes logros dentro de esta tarea: enseñarle a un pibe a tocar el acordeón y saber que años después armó un grupo de chamamé en su pueblo, conseguir un permiso para que uno de ellos salga semanalmente a un taller de luthería, llevar a un alumno a tocar con ella en un recital relevante. “Son chicos y van a volver a compartir en sociedad, hay que buscar la forma de hacer algo, que sientan que hay un mañana interesante para ellos”.
“Podés estar en el lugar más oscuro, pero con la música, con una pintura en la pared, con una cerámica te podés salvar”.
-¿Cómo es llevar el folklore a los pibes?
-Hay que canjear bastante. Ellos tienen incorporada la cumbia, el rap, el trap. Entonces yo estudio un poco y luego me acerco cuidadosamente y les propongo escuchar ciertas cosas que me parece que le pueden llegar a gustar. Escuchan la letra de un tango, por ejemplo, y ellos se sienten identificados. A mi en general me pasa que me gusta encontrarle la vuelta para que ustedes, los jóvenes, no se pierdan de tanta data alucinante que hay en el folklore. Si bien existen muchas cosas nuevas que son espectaculares, siento que es necesario no olvidarnos de dónde venimos y que se reconozca.
-¿Cómo ves y cómo proyectas el arte en Santa Fe?
-Aunque políticamente no sé lo que va a pasar y, para mi gusto está todo muy feo, los encuentros que tengo en Santa Fe desde la música son siempre alucinantes. Músicos de primera línea, profesores increíbles, tenemos la suerte de tener la Escuela de Música Popular. Creo que en esta ciudad hay mucho arte, artistas callejeros, un montón de gente que hace maravillas, y está buenísimo el lugar que tenemos. Creo que no hay que olvidarnos de eso: de todas las cosas que podemos hacer, que podemos gestionar. No hay que esperar a que el gobierno de turno nos tramite, tenemos que salir y hacerlo. Pase lo que pase, esté quien esté, a través del arte siempre tenemos que estar ahí, con el puño en alto. Creo que es lo único que nos va a salvar a todos.
Fotos: Gabriela Carvalho.