Corrijo un trabajo práctico, previa de quinto año, análisis de El Matadero. En la corrección, señalo y comento fragmentos del escrito, el alumno tendrá que reescribirlos y comentarlos en el oral, cosa que nos servirá para charlar más profundamente sobre los ejes discursivos de la obra. Por una oración que quizás no relee antes de enviar, el alumno afirma que el unitario, ése que en la obra aparece de la nada y que termina siendo torturado y asesinado por los federales, se refugia de ellos en el campo.
Algo vino a carcomerme la frase de mi alumno. No sé todavía (lo sabré pronto, en los exámenes) si fue sólo un error de coherencia y cohesión. Quizás lo fue, quizás no. Pero ¿qué vino a decirme en la lectura? Echeverría hace aparecer al unitario (o más bien lo hace aparecer su editor post mortem, Gutiérrez, aceptando la tesis de un texto mucho más largo que Gutiérrez recorta) así sin más. Pero: ¿de dónde viene el unitario? No es la primera vez que me lo pregunto. Pasaba por allí. Pero ¿de dónde viene? Tono menor. ¿Del campo donde se refugia, dice mi alumno? ¿De qué campo? ¿Viene o va al campo, o a dónde? Trotaba hacia Barracas, dice el texto.
Sepamos o no sepamos que El Matadero fue una operación de sentido contra Rosas, lo importante es que Gutiérrez le achura el texto a Echeverría y deja en él una conclusividad que cree que su época necesita: la palabra “salvaje” anida sobre huevos federales, y se reproduce. Pienso: ¿anida, hasta hoy, en un continuo espiralado, desde la dictadura a Milei? Qué viejo es el lobo.
Si en su bolsillo lingüístico Echeverría trajo la ironía de Europa, las descripciones cinemáticas y vanguardistas del romanticismo, los lugares sociales de las revoluciones urbanas, sucios y hermosos en su decadencia como los escribió Baudelaire, las correcciones de Gutiérrez hacen del corto–y–pego un arma efectiva para lo político.
¿Pero entonces? ¿Se refugiaba en el campo el unitario? Y en todo caso ¿de qué? ¿O iba hacia sus barracas, por las que entraban y salían mercancías (también esclavos) del puerto de Buenos Aires para comerciar con Europa? No lo sabemos.
En clase de literatura argentina, quinto año secundaria, se lee Martín Fierro y Matadero. No solamente porque sus personajes fueron pensados en momentos en que escribir era tener una idea social de la figura del escritor (a su vez que se exploraba ser independiente en los primeros salones literarios) sino porque el campo sangriento de ambos textos revisa qué héroes tenemos y cómo nos hablan. En argentino. Los textos habilitaron la crítica social y política en su momento de producción. Los textos siguen habilitando las mismas preguntas hoy, y son textos escritos por liberales como Sarmiento, Hernández o Echeverría, mal que le pese a esta era mileísta, que pronto habilitará líneas gratuitas para denunciar docentes que “adoctrinen”.
¿Qué personajes leeremos, y hablando en qué lenguaje, cuando se escriban los textos de esta era mileísta donde se opera salvaje y abiertamente sobre el lenguaje? ¿Qué decisiones tomarán los personajes de nuestros libros argentinos? ¿Será un refugio la lengua que los contará? ¿Será revolucionaria? ¿Será libre? ¿En qué términos será libre? ¿Tendrá riesgos significantes o la regirá un sentido binario, un diccionario rutinario donde entren y salgan haberes y pérdidas, alzas, bajas o equilibrios? ¿Qué decisiones de lectura tomaremos en nuestras clases de literatura argentina?