Más de 80 personas fueron despedidas de los Parques Nacionales y las que quedaron ya no pueden cuidarlos.
Qué bueno es escuchar a las infancias. Esas elucubraciones extrañas frente a la destrucción que tenemos las personas adultas suelen estar bastante lejanas: si te dicen que te van a destruir, es eso. No es “dicen, pero en realidad no van a hacerlo”, “noooo mirá si van a hacer semejante cosa”, “en realidad no va a pasar, tranqui”. Todas frases que escuchamos bastante seguido últimamente y aplican a un extenso listado de temas y problemas.
Era (y es) bastante irrazonable pensar que si nos gobierna un conjunto de personas que descreen del cambio climático y son explícitamente negacionistas van darle a ese tema, y a la protección de la naturaleza en general, alguna prioridad. Se trata de un razonamiento básico y sencillo: si alguien te dice que no cree en el cambio climático sigue que nada hará por ello en caso de tener poder de decisión sobre esa agenda.
Veamos un ejemplo sencillo: la conservación de ecosistemas resulta ser una de las estrategias de lucha contra el cambio climático. También deberíamos haber aprendido –¡después de transitar una pandemia!– los riesgos de seguir afectando a las especies y destruyendo los ecosistemas donde vivimos.
La Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas, más conocida como IPBES, así como la Conferencia de Partes del Convenio sobre Diversidad Biológica, llevan décadas alertando sobre la acelerada extinción de especies y sobre la urgente necesidad de fortalecer mecanismos de protección de los ecosistemas in situ. Esto último significa que hay que proteger la biodiversidad prioritariamente en el espacio en el que se encuentra. En otras palabras: tenemos que dejar de arrasar el planeta.
Nuestro país cuenta con ecosistemas complejos y dinámicos que se ven sometidos a diferentes amenazas. Abundan los sobreusos insostenibles y se desarrolla una creciente presión extractiva que genera problemas graves, muchas veces irreversibles o de muy costosa solución, que afectan cada vez más nuestras vidas: inundaciones, incendios, tormentas fortísimas, olas de calor extremo, etc.
Enfrentar esta situación es urgente y el rol de las áreas naturales protegidas, como una de las estrategias más conocidas y efectivas de conservación, resulta un aporte central. Estas áreas han ido cambiando de un origen que planteaba una separación más tajante entre lo humano y lo no humano, a concepciones más contemporáneas que incorporan prácticas de comunidades indígenas, mujeres, campesinos y dan lugar a sistemas de co-manejo, acuerdos y nuevas formas de pensar en la gestión de estos territorios.
La relevancia de las áreas naturales protegidas como espacio de conservación de ecosistemas y estrategia para enfrentar el calentamiento global, permite explicar que esas postales de las que nos enorgullecemos en Argentina como las Cataratas del Iguazú o el Glaciar Perito Moreno son mucho más que maravillas visuales. Los Parques Nacionales son el hogar de infinitas especies y son espacios de investigación científica y de aprendizajes irreemplazables.
Para poder conocer nuestra biodiversidad, sus funciones e interacciones se necesitan personas trabajadoras en las áreas del Estado que gestionan este tema: guardaparques, brigadistas, científicos/as, educadores/as ambientales, técnicos/as.
Las áreas protegidas con más efectividad y posibilidades de cumplir sus funciones de conservación son los Parques Nacionales. En las últimas semanas, 80 de las personas que conforman la Administración de Parques Nacionales fueron despedidas y las pocas que quedaron ya no pueden cuidar con la misma dedicación que antes. Quienes tienen poder de decisión sobre esta agenda descreen de la importancia del tema, aun cuando somos parte tanto del Convenio de Diversidad Biológica como del Convenio Marco sobre Cambio Climático hace ya dos décadas. Aun cuando hemos también ratificado el Acuerdo de Paris hace casi diez años.
La protección de la naturaleza en nuestro país y región es centro de disputas históricas. Siempre presente la tensión entre conservación de los ecosistemas y explotación de recursos, extractivismos y neoextractivismos. Siempre presente la presión sobre los territorios de parte de gobiernos poderosos y de empresas transnacionales que se caracterizan por devastar todo a su paso. Siempre presente la carencia de políticas públicas sostenidas. Sin embargo, y aún en el seno de estas presencias, esas personas que cuidan son la imagen tangible del intento – incompleto, difícil y complejo pero irremplazable– de proteger esos espacios que cobijan aquello que somos y de lo que somos parte. Esa es la verdadera maravilla de las imágenes que vemos y admiramos.
A veces me pregunto qué pensará hoy a la luz de los acontecimientos de cada día quien otrora fuera guardafauna. Es incompatible ser ecologista y votar negacionistas, le decía. Si no saben del tema buscarán a los mejores asesores, me decía. Pero el problema, en realidad, era otro. Si quienes tienen poder de decisión niegan la existencia del problema el escenario es nuevo.
No se trata de luchar por mejores políticas, se trata de luchar por la no destrucción de lo que ya existe y, tal vez, de aprender a razonar lo básico. Si te dicen que te van a destruir, tal vez es eso y no otra cosa lo que tenemos que saber escuchar. Por más literalidad de las infancias y menos ingenuidad adulta: tal vez eso sea uno de los aprendizajes necesarios de estos tiempos difíciles.