De sus inicios como fumigador a su consagración como uno de los grandes del rock argentino, un perfil de Andrés Ciro Martínez.
"Yo solo tengo esta pobre antena, que me transmite lo que decir”, firma Charly en Chipi-chipi, una de esas canciones que parece haber existido desde siempre, como una máxima verdad que cada tanto te alcanza, como el brillo del sol o el soplo del viento. Bueno, Andrés Ciro Martínez parece ser una de esas personas que andan por la vida con las antenas activadas. Virtuoso para capturar fragmentos de una melodía de ensueño, capaz de condensar en unas pocas estrofas la panorámica de una sociedad en un momento concreto, hábil para decodificar esas señales y re-transmitirlas en canciones desde arriba de un escenario.
Pero más allá de las habilidades enumeradas, hoy es “Ciro el Grande” (como aquel rey persa) porque encantó a su público desde sus primeros shows en bares minúsculos y cantinas universitarias por saber prender ese fuego imposible de caretear. O tenés la chispa o no la tenés, por más que ensayes 10 horas por día. Y una vez que se fue empoderando como intérprete, se fue agrandando como compositor y así, de lo que le sugería un tema de Lou Reed (“Dirty Boulevard”) sacó una crónica sobre los mocosos que se evadían del menemismo jalando Poxi Ran, de un verano sin porro sacó unos versos que le generaron la guita necesaria para comprarse un Gol usado y también algunas reflexiones sobre el devenir del artista y el vínculo con su público, de manera más o menos velada, en canciones como “Ruleta” y “Pacífico”. El gusto por la historia y esa vocación de escenario son algunas de las otras vetas con las que reforzó su trayectoria, siempre buscando volcar algún contenido, sentando una postura y apostando siempre por mejorar, sea estudiando canto o invirtiendo en escenografía, en disfraces, animándose a cruzar sus canciones con la música clásica y hasta con el moño de haber tenido su propio show en el Teatro Colón. Algo que lo distingue de muchos otros de los grandes es que de Ciro siempre podés esperar un truco nuevo.
Recorriendo la enciclopedia de este cronista, se reconstruyen tres epifanías artísticas que definieron el destino de Ciro: la primera, cuando soltó la pelvis bailando como John Travolta en un acto de su escuela primaria, la 28 de Ciudad Jardín, momento en el que recibió su primer aplauso del público; el segundo, a sus 12, cuando su papá Jorge le regaló la armónica que más tarde formaría parte del Museo Maradona; el tercero, quizás el que sentenció su futuro, se le manifestó a los 15 años (1983), en un bar de Ramos Mejía, cuando vio a los Stones en un video y le dijo a los demás pibes que “qué bueno sería estar ahí”, a lo que la banda le respondió “sí, debe ser el Madison Square Garden”. “Lo que ellos no entendían es que yo quería estar ahí, así como Jagger, sobre un escenario haciendo lo mismo que él”, remata Ciro cada vez que vuelve a relatar lo que sintió en esa noche conurbana. En 2006, finalmente, Los Piojos telonearon a los Stones y el mismísimo Mick les agradeció por calmar a las fieras rolingas con su metralleta de hits. Si eso no es cerrar un arco, ¿qué es?
De a poco, su personalidad se fue partiendo entre Andrés por un lado y Ciro por el otro. El primero, el reservado, el íntimo, el que esquiva las muestras de cariño y los flashes, el flaquito que era fumigador y que después de los shows seguía la gira arriba del flete con los instrumentos aún a cuestas. El segundo, el personaje, el que hace jueguitos en el escenario con el Diego y que, micrófono en mano, es capaz de canalizar la manija de las miles de personas que compran ticket para verlo en donde esté y adonde vaya. En su momento, había hasta una comunidad organizada, la “familia piojosa”, que movilizaba micros, administraba entradas para las peñas del país y se ponía de acuerdo chateando en los foros de la edad antigua de internet. Alguno que otro todavía persiste online, como Lugano-Piojoso.
Del más llano al más inalcanzable, de Pappo a Jagger, Ciro se ganó el respeto de sus ídolos, el orgullo de su familia (hoy sus hijos también están pateando las tablas, en diferentes formas) y, claro, aún ostenta y renueva el calor de su público. Sepan que cada vez que un afiche suyo aparece en las paredes de la ciudad, habrá un ritual a celebrarse alrededor de Ciro, el grande.
En Santa Fe
Ciro y Los Persas vuelven a Santa Fe el 25 de mayo para un show en la ex Estación Belgrano. Las entradas ya están a la venta en Ticketek.