El busto inaugurado con gusto

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Con un sentido homenaje, Milei incorporó la figura de Menem al Salón de los Bustos y aprovechó para celebrar su gestión e inscribirla en su propia narrativa histórica de un pasado liberal de grandeza.

El presidente Javier Milei encabezó un acto de inauguración del busto del fallecido expresidente Carlos Saúl Menem en el Salón de los Bustos de la Casa Rosada. Un evento cargado de gestos, apreciaciones, emociones y reivindicaciones hacia el mandatario que fue un parteaguas tanto para su propio movimiento (peronista) como para sus opositores.

La decisión de Milei de recuperar y homenajear a Menem se inscribe en una intención reiterada del proyecto político que vino a proponer el libertario: una reconciliación con un pasado liberal argentino interrumpido por décadas y décadas de “socialismo” y “colectivismo”. 

Según el presidente, esa Argentina que fue potencia y luego fue corrompida por un siglo de decadencia socialista intentó ser recuperada por el expresidente peronista de los 90, pero experiencia que fue nuevamente perturbada por los gobiernos posteriores, que articularon el verdadero “modelo de la casta”. Para Milei, Menem fue “el mejor presidente de los últimos 40 años, al menos”.

En la figura de Menem, Milei encuentra no solo un referente al que desea replicar, sino también un punto de comparación al que desea superar. “La reforma de Menem fue la más grande de la historia. Sólo la Ley Bases es cinco veces más grande. Si le sumás el DNU, ocho. El total que tenemos pendiente son 3200 más”, dijo el presidente a la prensa al finalizar el acto. Esto es, un proyecto de desregulación, privatizaciones y reforma del Estado, pero con esteroides y con la adición de un proyecto reaccionario en lo social, cultural y político.

“Hoy estamos haciendo un acto de justicia, por eso traemos su imagen a la casa desde la que gobernó la Argentina durante más de 10 años. De esta manera estamos reconociendo su liderazgo, su trayectoria política y sus gobiernos”, sostuvo Milei en su discurso.

La colocación del busto no fue arbitraria por dos motivos: el expresado anteriormente, es decir, la voluntad de reivindicar la presidencia de Menem; y, por otro lado, el cumplimiento con el proceso de colocación de bustos presidenciales regulado durante la presidencia de Néstor Kirchner (y que fue incumplido).

En este caso, la familia del fallecido expresidente pidió la colocación al gobierno nacional, tal como lo habían hecho durante la presidencia de Mauricio Macri y la de Alberto Fernández. La familia participó del acto convocado por el oficialismo y celebró el homenaje al que consideraron, de alguna manera, una reparación. “No se trata de una cuestión particular, sino del derecho del pueblo argentino de tener debidamente acreditada su historia”, argumentó Zulemita Menem, hija del expresidente, durante el acto de inauguración del busto.

En mi opinión, dichas palabras fueron las más resonantes de los tres discursos que se dieron durante la jornada. Porque ciertamente reflejan un ejemplo muy claro de lo que resulta un uso de la historia gobierno tras gobierno, en el que cada uno intenta inscribir su propia interpretación de lo acontecido y un modo de explicar el presente. De alguna manera, la “pesada herencia” que repite cada una de las historias.

A la historia la escriben los que ganan

Tal como se mencionó anteriormente, Javier Milei construye su proyecto político como parte de una continuidad histórica interrumpida de grandeza, de una Argentina en potencia que fue contaminada y deteriorada. Esa Argentina liberal que fue corrida para dar lugar a décadas de estadocentrismo. 

Es una construcción de la historia que combina perfectamente con la ubicación del busto de Menem en el salón de la Casa Rosada. El mismo fue colocado cerca del de Bartolomé Mitre, a quien Milei destacó por ser parte de la unificación nacional y por la aplicación de la Constitución de Alberdi, por la cual “pasamos de ser un país literalmente de bárbaros a convertirnos en la primera potencia mundial”.

“Vaya que sí tiene relación poner al que inició con fuerza ese proceso y a alguien que trató de sacar de la barbarie por la que vivió durante gran parte del siglo XX la Argentina y ponerla de pie nuevamente, como fue Carlos Menem”, explicó Milei. De la misma manera, lo colocó cerca de Sarmiento, Pellegrini y Roca. Todos parte de la misma construcción histórica que realiza el presidente sobre un pasado liberal que signó a esa Argentina grande.

Obviamente, en esta reconstrucción histórica el presidente se identificó con estos personajes, como en el hecho de que a Sarmiento lo llamaran “el loco”, o con un paralelismo que insinuó en relación a la primera presidencia de Menem, surgida durante un contexto hiperinflacionario. Así, se evidencia el propósito de Milei de argumentar una repitencia en los desafíos que le toca atravesar, como una especie de circularidad en la emergencia de estos proyectos liberales.

Incluso, Javier Milei reforzó el rol que viene a cumplir en esta historia política con una anécdota que cuenta sobre una reunión privada que tuvo con Carlos Menem, en la que repitió nuevamente esta gesta mesiánica, del hombre humilde que no quería participar de la política y tuvo un llamado a encarnar esa batalla liberal. 

“Carlos me saludó con mucho afecto, me dio un beso, un abrazo y, en ese momento, me dijo algo que me dejó helada la sangre. Me dijo: ‘vos vas a ser presidente de la Argentina, pero lo vas a hacer mejor, porque vos no sólo tenés la intuición y el coraje, sino que tenés el conocimiento’. Yo le dije: ‘Carlos, yo odio la política’. Me dice: ‘yo nunca me equivoco’”, narró.

A pesar de la incomodidad y el malestar que la colocación del busto pueda generar en quienes sufrieron y padecieron las consecuencias de los gobiernos de Menem –enunciarlas implicaría una lista larguísima–, existe razón en reclamar su inclusión por más antipática que pueda resultar: fue un gobierno elegido democráticamente.

Los bustos se colocan de acuerdo a lo dispuesto por el Decreto N°1872/2006, que establece que la colocación debe ser “en el orden cronológico, correspondiente a sus respectivos mandatos constitucionales, y luego de transcurrido el plazo de dos períodos de Gobierno, contado desde la finalización del mandato respectivo”.

Son evidentes los motivos por los que no se incluyó tanto en los gobiernos peronistas posteriores al menemismo, cuya construcción identitaria fue en oposición a las políticas neoliberales de los 90, como en el gobierno de Mauricio Macri, en el que si bien no hubo motivos explícitos, podría pensarse en la carga simbólica que hubiera representado para su gestión la colocación del busto. Tampoco era el de Menem el único busto sin colocar: no se han ubicado aún los de Fernando de la Rúa y María Estela Martínez de Perón.

No obstante, considero pertinente cuestionar esta ausencia y este silencio en la postergación de la colocación del busto, porque desde este intersticio del ocultamiento histórico emergen sectores como los que detentan el poder estatal actualmente. Parece constituirse en una evidencia más de que la negación y la marginalización forzada de estos sectores no impide que existan ni se difundan. 

Así sucede luego el surgimiento de un dirigente político como Milei, que construye una épica desde este vacío, como parte de una batalla cultural frente a esa “hegemonía” que mantuvo oculto a Menem, pero más abarcativamente, al pasado liberal. Es un pasado sobre el que definitivamente no hay un consenso general, y basta con observar las elecciones presidenciales del 2003, en las que sumaron un 40% las dos opciones liberales: Menem y López Murphy. Aún habiendo atravesado la crisis del 2001, síntesis del menemismo conjugada con la paupérrima gestión de la Alianza, cerca de la mitad del electorado seguía optando por las vías liberales.

En todo caso, hubiera sido necesario buscar una salida más aséptica para la colocación de bustos presidenciales, a fines de evitar tanto la arbitrariedad en la colocación de los bustos como la realización de homenajes políticos y sobreactuados imponiendo una versión de la historia desde el rol del Estado. Pero esto debería funcionar como regla que atraviese a toda gestión. 

Resta observar si perdurará esta súbita intención de respetar las instituciones por parte del gobierno nacional con el busto presidencial que aún falta colocar: el de Cristina Fernández de Kirchner.

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