La ciudad está cada vez más llena de socavones. Analizamos la historia de la red de desagüe cloacal y los errores que nos han traído hasta acá y proponemos algunos lineamientos de cara al futuro.
Por Julio Chemez, arquitecto urbanista.
Existen muchas hipótesis sobre el origen del fenómeno socavones que hoy azota a Santa Fe. Las puntas del iceberg se concentran en Boulevard; por ejemplo, en las intersecciones de Boulevard Pellegrini con Urquiza (2015) y 9 de Julio (2024) o en Boulevard Gálvez y Sarmiento. Pero también existen socavones en Avenida López y Planes y Cándido Pujato y sobre la Ruta 168 en la bajada Distéfano, camino a La Guardia.
Pero, ¿qué tienen estos puntos en común? La primera hipótesis es hablar de las infraestructuras de desagüe cloacal, puesto que todos estos puntos siguen la traza exacta de la última gran obra de la vigente contratista adjudicada, Supercemento SAIC, que en seis años de trabajo (de 1974 a 1979/80) ejecutó el proyecto llamado “cloaca máxima ciudad de Santa Fe-Argentina”.
Los registros sobre la red cloacal de la ciudad datan de 1905. El tendido proyectado pasaba por un recientemente estrenado Boulevard, desde 9 de Julio hasta San Martín, delimitando el norte del área servida, para luego ensancharse hasta los límites del este, sin dique ni avenida Alem en aquel momento. En el sur llegaba hasta Uruguay y desembocaba en una colectora máxima, por 4 de enero, bajando unos 500 metros hasta toparse con el arroyo El Quillá. Desde allí cruzaba hasta la Isleta, donde se encontraba emplazada la planta depuradora.
Antes, durante el período colonial (1663-1880), existían en pequeños cuartos con pozo, viviendas con bacinillas en el interior de los aposentos que se vaciaban en otros pozos cubiertos con ramadas en el fondo del terreno, o, en el mejor de los casos, tinas de desahogo, que se llenaban y desagotaban en el sur a través de un servicio de carretas. También estaban las letrinas con pozo negro, usuales desde mediado del siglo XIX, que se volvieron el detonante para dar el puntapié inicial al mencionado proyecto de cloacas en 1903, ya que el nivel de contaminación era inadmisible.
El desagüe parecía la solución a todos los problemas. Pero ya desde aquel entonces se veía que las condiciones en Santa Fe eran complicadas, debido a la configuración topográfica y las costosas instalaciones necesarias. A pesar de esto, en 1904 se comenzó con la colectora principal de mampostería de sección circular de 80 cm y 700 m al sur, con sifón de 95 m de largo y dos caños de hierro fundido de 60 cm que descargaban en las dos cámaras sépticas y una cámara colectora. En 1905 se inició el tendido domiciliario de 38 kilómetros, para 130 manzanas, y en 1908 se empezó a poner en funcionamiento. Las posteriores expansiones se toparon con nuevos problemas, al verse constantemente superadas por el crecimiento vegetativo de la población.
El tendido del pozo “norte” de bombeo, emplazado en la actual vecinal Mariano Comas (Urquiza y Cándido Pujato), fue realizado en 1930. Los socavones de Pasaje Maipú y Urquiza tienen su génesis en el colector que iba por Urquiza desde Mariano Comas a Tucumán, pensado para un escurrimiento más rápido del líquido cloacal del pozo norte. Según un vecino y representante técnico de la vecinal Mariano Comas, involucrado desde las primeras reparaciones y testigo del desmoronamiento de una de las casas, la depresión se debe a la falta de compactación por etapas que debió realizarse cuando se rellenó la excavación: la tarea de apisonar el suelo, que debe hacerse cada 30 centímetros de material colocado, se hacía cuando se completaba el relleno. Esto lo vuelve a confirmar el ingeniero constructor Pedro Barba, contando desde sus conocimientos de Mecánica de Suelo como se debía trabajar con este tipo de terreno, y señalando que incluso debía haberse compactado cada 15 o 20 centímetros.
La composición de nuestro suelo
En relación a este tema, el geólogo Carlos Ramonell indica que no ve “ninguna causa para decir que los socavones pueden tener una explicación geológica”: “La única explicación geológica es que el sedimento que constituye el subsuelo de la ciudad tiene una estructura migajosa y un tamaño de grano, en el rango de los sedimentos muy finos –limo y arcilla– que lo hacen muy susceptible a reacomodarse ante la presencia de fluidos. No hablo de ríos subterráneos, porque, de hecho, no existen sino mantos de agua subterránea contenidos en los poros de sedimento”.
“Cada vez que uno remueve sedimentos y los vuelve a echar al mismo lugar, debe cuidar el tema de la compactación”, continúa Ramonell: “Si ese sedimento que se volvió a usar para rellenar las zanjas no tuvo la consolidación suficiente, puede provocar hundimientos. Aun si fuera un problema de mala compactación original después de hechas las obras, sigue siendo un tema de ingeniería civil”.
Las obras de ampliación eran realizadas de forma poco controlada, a lo que se suma la falta de mantenimiento de las instalaciones, que para ese entonces solo tenían una profundidad de 2 a 3 metros y cuyos arreglos se realizaban de forma negligente. Por eso encontramos otros socavones en la ciudad entre los 60 y 70, como el de Juan de Garay y San Martín, los hundimientos en Alto verde por la crecida de 1966 o incluso el de Avenida Almirante Brown y Padre Genesio por mala obra de pavimentación y alto tránsito.
Una obra con idas y venidas
La Cloaca máxima de Santa Fe fue la obra más grande de este tipo del interior, solo superada por los entubamientos de los ríos subterráneos de Buenos Aires. Era reclamada hacía tiempo, pero se motorizó recién cuando los vecinos de 7 Jefes, barrio pudiente de la ciudad, comenzaron a requerir la obra, ya que no iban a poder conectarse a la vieja red por su saturación. En 1968 se publica un proyecto un tanto diferente del ejecutado, con una cuestión inaceptable tanto para los estándares de sostenibilidad de ahora como para los de aquel entonces. La propuesta hablaba de un cambio de la descarga en un consolidado Parque Del Sur, que cumplía 28 años, convirtiéndose la isleta en parte de la circunvalación actual, y encerrando el Arroyo El Quillá, en la actual laguna artificial.
No había un establecimiento de tratamiento líquido cloacal que lo haga inocuo para la fauna y la población, y tampoco se contemplaba la instalación de una planta purificadora. En lo que aquel momento era una obra prematura, Construcciones Portuarias proyectó un sistema más barato, pero Obras Sanitarias de la Nación (OSN) dejó la planta de tratamiento para una segunda etapa que nunca llegó. El resto es historia.
Se llegó a una propuesta definida para 1970 que se licitó en 1972 y resultó desierta, y luego se presentó una sola oferta que superaba cuatro veces lo presupuestado por OSN. Por esto se envió una comisión técnica para que cambie sustancialmente el proyecto, variando el recorrido y los túneles y agregando un cruce fluvial a la altura del nuevo puente, actual Oroño, y una cámara de tratamiento en la salida del Río Colastiné.
En 1973 se abre una propuesta en 25 de mayo entre Juan de Garay y Corrientes, adjudicada a Supercemento. El trayecto total se integra a una primera parte de 636 metros en Cándido Pujato, desde Avenida López y Planes hasta Francia, de allí a Boulevard Pellegrini y de allí a Urquiza. El segundo tramo se conectaba desde el último punto hasta Dorrego, de allí a Ituzaingó, y terminaba en el pozo de bombeo en las inmediaciones de Regatas.
Estas dos etapas fueron concretadas en 1977. El proceso constructivo consistía en una excavación con una máquina tunelera que hacía una gran perforación de entre 8 a 12 metros, en el punto de inicio y final, y varias en el medio para el ingreso de operarios, cables, cemento líquido y revestimientos. El pozo de salida, en López y Planes y Cándido Pujato, coincide con el socavón en la misma localización, con lo que se trata de un gran pozo que no fue bien compactado y que por sus filtraciones sigue siendo hoy un problema sin resolver.
Lo mismo sucede en Sarmiento y Boulevard, punto cercano al pozo n° 3, que ya en 1976 traía inconvenientes en el tránsito. De la misma forma, el pozo nº 5 pasaba por Boulevard y 9 de julio, frente al Rectorado de la UNL. La conexión del primer tramo con el segundo es uno de los puntos críticos, por solaparse la nueva obra con otras del viejo desagüe, un pozo de casi 50 años e ingentes conexiones pluviales ilegales. En 1979 se dio la última etapa con la construcción de la Cámara de Carga, encargada de conferir al líquido cloacal la energía necesaria para su normal escurrimiento hasta el punto de desembocadura, en la que se visualizaron problemas en el 2009.
¿Y entonces?
Este mapeo permite echar luz sobre algunos factores que detonan la problemática, que nos expone en nuestras formas de apropiarnos del territorio. En primer lugar, las fallas en la compactación de los suelos nos remiten a la pérdida de la memoria; lo que no es conveniente que perdure se diluye del inconsciente colectivo ciudadano con el tiempo, y esto trae consigo la repeticion de malas ejecuciones, con un alarde ingenieril que no es acompañado con una ejecución correcta de las obras; por otro lado, la constante dependencia del capital nacional para la ejecución de obras de mayor envergadura y la falta de prevención en relación a las obras urgentes y al crecimiento vegetativo de la población.
Además, las facilidades que se les dan a a las empresas constructoras privadas, con tibios condicionantes sobre cuestiones que hacen al espacio público, y sin pensar en la afección del caudal soportado por las ya saturadas infraestructuras recientes como la cloaca máxima. Como afirma la ingeniera Maria Angelica Sabatier, “si uno hace un diagrama de aumento de vertido a la cloaca, hay años en los que no hay problemas en la capacidad de transporte de la cloaca. Pero cuando el crecimiento de la cuenca empieza a detonar progresivamente, la cloaca no aguanta, y cuando se superponen la superación de su capacidad de transporte y las filtraciones, se produce la socavación”.
Nuestra formación en arquitectura no alcanza para comprender en su totalidad múltiple el fenómeno de las formaciones. Si no tenemos en cuenta todas las disciplinas y los conocimientos que lo atraviesan, siempre vamos a tener una silla renga: se requiere una mirada interdisciplinaria, que incorpore la lógica constructiva, la mecánica de los suelos, su capacidad portante y un esquema de usos. ¿Cómo fue dimensionada la cloaca? ¿Para qué tipo de líquido? ¿Para qué cantidad? ¿Con qué pico? ¿Entra agua de lluvia que pueda aumentar el caudal transportado?
También hay que datar los hechos, preguntarse cuándo aparecen los problemas y pensar que puede haber muchas razones. El informe realizado por Aguas Santafesinas ya dio un primer paso en ese sentido. Es necesario que la solución del problema venga de la mano de un enfoque ambiental sostenible, que entienda que el tratamiento de los residuos es un tema delicado y que no siempre la inyección de suelo cemento es la mejor forma; por el contrario, hormigonar el suelo desvía los escurrimientos naturales del agua. Si conocemos nuestro ambiente, obtendremos las respuestas indicadas para una vida en equilibrio entre la cultura y la naturaleza.