El Estado está presente donde pensamos que las cosas suceden por naturaleza, y su retirada ya se empieza a notar. Si se aprueba la Ley Bases, el destino de Argentina será inevitable: desguace, remate y saqueo.
Argentina está abandonada, como una muñeca vieja que quedó tirada en un patio. Rueda por el piso y se desgasta, pierde un ojito, la goma se va resecando por la lluvia y el sol. El país se va descascarando y así se revela todos los días que el Estado era y es mucho más que ese gigante bobo que suele revelarse como tal en los niveles más finos de las burocracias y, también, en las vociferaciones de las pantallas.
Hay pocas cosas más políticas –esto es, resultantes de la coyuntura del conflicto social– que la línea que traza los límites de lo público y lo privado, que no se superpone con la línea que distingue al Estado y al mercado, pero que tampoco se aleja tanto.
La simple retirada de la mano estatal se hizo patente en el rápido deterioro integral de la infraestructura. Desde los estallidos de baches y la falta de iluminación a los accidentes ferroviarios y el deterioro de las obras inacabadas.
El Estado sí está presente, muy presente, siempre donde pensás que algo sucede como por naturaleza, por su propio derecho, porque siempre estuvo ahí. Ahí está presente. En el pronóstico del tiempo, el funcionamiento de la fibra óptica, la disponibilidad de vacunas en el dispensario, la producción de energía nuclear o el control de calidad de los alimentos, todo es Estado funcionando por debajo, casi en silencio. Un día das todo por sentado y al otro día la frecuencia del colectivo, que te parecía malísima, pasa a desaparecer. O, directamente, no podés pagar el boleto.
Nuestro país está con su moñito esperando el saqueo. Viene bien para el presente la recuperación de los viejos lenguajes. Saqueo era un signo, una consigna de fin de siglo XX para referir, a su vez, a otra divisa, anterior, impronunciable en esos tiempos, propia de cuando el siglo que se fue todavía ardía de revuelta. Imperialismo. La voz cascada de Pino Solanas, el cineasta, el político, llevaba de una punta a otra de la historia ese emblema. Necesitamos recuperar los viejos lenguajes.
“No al pago del FMI”, se decía entonces. “La patria no se vende”, se canta ahora. Los viejos lenguajes vuelven, porque el imperialismo nunca se fue. Luis Caputo pasó de ser el ministro de la deuda externa de Mauricio Macri al ministro de puntales pagos a los acreedores externos de Javier Milei, a costa de licuar los salarios de los jubilados, de reducir a cero la obra pública, de acogotar los presupuestos provinciales, de pulverizar el Estado como no se vio nunca jamás. Con tal de satisfacer sin reclamos a los usureros, Caputo llega a no pagarle a las empresas energéticas. Juega con fuego.
En el Senado, mientras tanto, aguarda por apoyos –a fuerza de extorsiones a los gobernadores– una ley que es un programa completo de reorganización nacional. Los viejos lenguajes. Es que la apuesta se repite igual una y otra vez. Roberto Dromi, el ministro de Obras Públicas de Carlos Menem, fue quien expresó su síntesis esencial en 1990: “Nada de lo que deba ser estatal permanecerá en manos del Estado”.
Desguace, remate, saqueo
Si la Ley Bases sale aprobada del Congreso, hay tres mazazos cuyo daño se puede medir en generaciones. Sucedió lo mismo con el menemismo, cuya sombra todavía se extiende. Ni el macrismo se atrevió a tanto. De menor a mayor: la desintegración de entes del Estado, las privatizaciones, el Régimen de Incentivo para las Grandes Inversiones (RIGI). Desguace, remate, saqueo. Hay otro vocablo que corre en paralelo a imperialismo y que también hay que reponer: colonialismo.
• Que el gobierno de Javier Milei pueda desarmar y rearmar los entes estatales a su gusto equivale a poner el cartel de cierre a toda la industria cultural y científica del país, a los sistemas de controles del Estado sobre el mercado, a las instituciones de promoción de la economía pequeña y mediana.
• Que otra vez se vuelva a hablar sobre las privatizaciones ratifica que la memoria es siempre un combate en el que no se puede dar ni un centímetro. Todas las privatizaciones de los 90 fueron desastrosas. En manos de Repsol, YPF fue vaciada y casi quebrada (¡una petrolera, casi quebrada!), la red ferroviaria nacional se redujo a un sistema de trenes precarios, casi criminales, en el AMBA y a algunas líneas de carga en las provincias. Aerolíneas, quebrada. La telefonía, atrasadísima en su tecnología y siempre dependiente del impulso estatal. Pero, además, y fundamentalmente: en todos los casos son empresas claves para el funcionamiento económico global las que se están enajenando. Que funcionen o bien o mal es una cuestión importante; tener el mando público sobre qué hacen o dejan de hacer lo es aún más.
• Que se ponga el cartel de liquidación sobre los recursos naturales es atroz. Darle beneficios y estabilidad a las inversiones privadas masivas es una cosa, rematar las riquezas es otra. Las características del RIGI son propias de una economía de enclave: no pagan impuestos, no transfieren tecnología, no compran local y tienen libre importación, no están obligadas a emplear personal argentino, ni siquiera dejan los dólares acá. Es el modelo La Forestal. Reventar un bosque de quebracho milenario entero, ser la primera abastecedora de tanino del mundo, retirarse y dejar las ruinas y la tierra arrasada como legado.
Todavía no estamos en una instancia política en la que el tema central no sea cómo forzar, abrir y empujar el mínimo espacio de autonomía de nuestra empobrecida nación. Profundizar nuestra dependencia colonial ante las empresas extranjeras, con un Estado raquítico y expoliado de sus capacidades de regulación, control y respuesta es exactamente lo opuesto a modernizar y desarrollar el país.
La libertad es nuestra
Recientemente el Estado cedió ante las empresas harineras respecto del cumplimiento de la ley 25.630, que las obligaba a incorporar hierro, ácido fólico, tiamina, riboflavina y niacina a sus productos. Son costos extras, es menos ganancia. ¿Por qué se hacía esto? Porque la harina enriquecida previene las anemias y malformaciones del tubo neural, como la anencefalia y la espina bífida. ¿Qué hizo Molinos Río de la Plata? Dejó de enriquecer la harina.
Lo que decide Molinos Río de la Plata con las harinas, como lo que decide La Serenísima con la leche, Techint con el acero, Loma Negra con el cemento o Google con la información, no es sólo algo que afecta el precio o la calidad de una mercancía. Son plenos actos del gobierno y deben ser entendidos y pensados como tales.
La libertad de mercado es la entelequia que oculta que todos los mercados están absoluta e inevitablemente concentrados bajo el mando de un puñadito de empresas. La concentración y centralización es el resultado del funcionamiento propio del mercado, siempre es así y siempre lo será. Esas son sus verdaderas leyes.
Lo que las empresas con mando deciden es, entonces, lo que se hace. El precio que fijan es el precio de referencia. La calidad de sus mercancías es el estándar. Los procesos de trabajo que imponen son los que se extienden al resto. Pero, además, en favor de su ganancia, Molinos Río de la Plata decidió que habrá más espinas bífidas. ¿Por qué no se puede pensar que eso es un acto de gobierno?
Gobernar es decidir sobre las vidas de los demás. Gobierno es un término que debe ser inflado para que se entienda mejor qué es lo que implica o qué es lo que puede explicar. Así se comprende mejor cuál es la extensión de la Ley Bases sobre la vida de nuestra población. Cambia las posibilidades de decidir sobre nuestras propias vidas y la de las generaciones que vendrán, porque sustrae de lo público, de la decisión colectiva, amplísimos ámbitos de nuestra vida diaria.
Mal se hace en usar a la eficiencia como criterio para trazar la línea que divide lo público de lo privado. Lo privado es demoledoramente ineficaz. Jamás pudo, en ningún momento ni lugar, proveer salud, educación, transporte e infraestructura, ni siquiera créditos, como lo hace el Estado. Tampoco podría. El mercado, como forma de gobierno, sólo puede responder al interés privado, que por definición es un interés despótico: siempre quiere lo que a él solo le conviene, la ganancia, y está bien que sea así. Dividendos y fetos deformes. Sólo la democracia de Estado puede garantizar, entonces, la libertad de poder elegir cómo gobernamos nuestras vidas frente al despotismo de mercado. O sea, digamos, nosotros somos los defensores de la libertad. Liberación o dependencia.