Tul, espadas y todo tipo de pelucas. Con la participación de personas de diversas partes del interior del país, se realizó en la Estación Belgrano la Jornada de Arte Juvenil Alternativo (JAJA), un espacio donde los chicos puedan pertenecer y “mostrarle a sus viejos lo que les gusta”.

“Antes todos los friki se juntaban en la plaza que está enfrente del Teatro Municipal. Era un conventillo de gente Darkie y Otaku, esa gente se juntaba para socializar”, rememora Andy. De esa comunidad aislada y resignada a ser outsiders hoy queda poco. “Llegamos a tener cinco mil personas ¿me entendés?”, explica la Cosplayer extasiada.

Es domingo 9 de junio, frente a la Estación Belgrano, los cuerpos se disponen en zigzag, uno detrás del otro frente a la puerta abierta, en todo su esplendor, del edificio. En la entrada, unos muchachos robustos y de caras serias, vestidos con amplios trajes negros, ordenan a la gente. Parecen simios, peludos e impotentes, “por acá entrada con QR” grita uno. Las personas en esa hilera de dominós se miran, algunos se separan y se acercan apresuradamente a la puerta, sin abandonar esa prolijidad asiática que llama la atención desde un principio. Otros permanecen quietos, acomodan sus pelucas chillonas o agarran con fuerza el bolso del mate. Cuando se logra pasar por un lado de la masa de personas respetuosamente ordenadas unas detrás de otras, se encuentra el recibidor.

Un tablón funciona a manera de escritorio, junto a él una chica anota nombres de manera apresurada. A la derecha del tablón-escritorio hay una mesa, en ella dos jóvenes hacen manojos de plata, devuelven cambio y entregan papelitos satinados. Detrás del recibidor y de las figuras cuidadosamente ordenadas de la puerta no queda más que un recuerdo; las personas se dispersan por la vieja estación de tren como si las hubieran arrojado desde el piso de arriba. Bajo el enorme tinglado, se disponen los diferentes puestos de comida y merch. Con pasos apresurados, se movilizan por el edificio retazos de tul, cartón, espadas y pelucas, demasiadas pelucas, desde las más estéticamente estilizadas, tanto que parecen obras de un museo, a las más horrorosamente peinadas.

Cerca de la entrada, sobre el costado derecho del edificio, hay varias computadoras en fila, sus monitores proyectan luces saturadas y una serie de sonidos metálicos brotan de los parlantes. Sobre el final de la estación, en donde el edificio se abre hacia el exterior, hay montado un escenario. Elevada por detrás de él hay una pantalla, en ella las imágenes cambian constantemente, se superponen, las pupilas de los presentes se dilatan ante la incesante información. En cada fotografía superpuesta permanece el mismo logo: en letras brillantes se lee JAJA!.

JAJA

“Para entender más o menos cuál fue la idea de la JAJA primero hay que entender cómo eran los eventos de anime acá en Santa Fe” dice Andy y continúa: “Eran íntimos, de nicho. Se hacía una publicación en Facebook y la gente confirmaba. No era que todo el mundo se enteraba”. Andy es cosplayer, cosmaker e ilustradora y después de varios años asistiendo a eventos y ayudando en diversas organizaciones, creó, junto a su amigo Ema, la Jornada de Arte Juvenil Alternativo (JAJA). Según narra la cosplayer, el mérito de ella y de Ema está en haber pensado una convención de animé que se presente como un evento cultural.

“Empezamos haciéndolas en el Mercado Progreso, pero le dimos una impronta cultural diciendo: el cosplay es arte escénico, tiene performance y tiene maquillaje”, cuenta Andy. En el mismo sentido afirma: “También le dimos esa impronta de decir: este es un lugar alternativo para chicos que les gustan estas cosas. Nosotros queríamos darles un espacio en donde puedan traer a sus viejos y que conozcan el ambiente en el que se mueven”.

El tiempo dentro de la vieja estación de trenes pasa de manera curiosa. Alrededor de las 14, los cuerpos acalorados se reúnen en frente del escenario. Unos metros por delante hay tres personas sentadas en sillas de plástico, cada una de ellas porta un cosplay diferente, son los jurados de la competencia. A continuación, las más diversas caracterizaciones se despliegan ante los ojos de los espectadores. Sorprende la hiperproducción de algunas performances y la precariedad de otras. Sin embargo, ni al público, ni a los jurados ni a los propios cosplayers realizando la presentación, parece importarles que, quizás, podría haber un poco más de empeño en los trajes. Da la sensación de que acá la gente hace lo que le gusta, sin importar cómo ni en qué condiciones.

Un tipo alto, con una peluca plateada y dos armas monstruosas colgadas en la espalda realiza las presentaciones. Los chicos vienen de todos lados, de Rosario, de Córdoba y de Paraná, asombra el hecho de que tanta gente del interior se movilice para ser parte de la JAJA. La gente que habita la estación durante esta tarde es de todos los colores, no solo porque hay pelucas verdes, amarillas, rosadas y violetas, sino porque se entremezclan las señoras de barrio Guadalupe con los jóvenes que vienen del oeste. Familias con vibras punk llevan a sus hijos en brazos, niños que no aparentan tener más de cinco años corretean por el predio. Sucede una fusión extraña entre ambiente familiar, tipos enormes tatuados, chicas de 20 años con polleras pomposas en tonos rosados pastel y bailarines de Kpop. En ese microespacio atiborrado de colores, algunos dejan su personalidad cotidiana y se transforman en el personaje de una serie de animé, otros simplemente aprovechan de una escapada dominguera.

Un castillo para la felicidad

Una chica con un catsuit de color rosa metalizado es interceptada por otros jóvenes que le piden fotos. Se llama Nachi, tiene 19 años y vino desde Rosario a participar del evento por primera vez. Cuando le preguntan qué es lo que más le gusta del evento sus ojos se transforman en dos chispitas. “Este lugar es un castillo. Parece un castillo”, remarca Nachi con emoción. La peluca rubia que lleva en la cabeza, adornada con clips dorados en forma de mariposa, resplandece cada vez que la joven se mueve. Hay una emoción palpable en las pocas palabras que logra articular, la de poder estar en un espacio en donde nadie cuestiona por qué demonios lleva puestos lentes de contactos verdes y sus cabellos son dorados.

A unos pasos del lugar en el que se ubica Nachi, un chico con una remera de Independiente aguarda en la fila para comprar cerveza. Se presenta como Lautaro, aunque aclara que su nombre artístico es Kobe Kidd y tiene 20 años. Kobe destaca: “Es lindo pasar el rato acá, que nadie te esté oprimiendo, que todos la pasen bien, que todo esté en la misma y que haya un cúmulo de felicidad”. Lautaro continúa: “Acá la diversidad es total y lo bueno es que al final del día a todos nos termina uniendo lo mismo”.  Su amigo, Sharo, viajó desde Esperanza para disfrutar del evento y explica: “No soy muy otaku, ni muy geek, aunque disfruto de algunas cosas, pero la verdad que este es un lugar en el que podes pertenecer”.

Para las 18:00, el sol comienza a ponerse por detrás del escenario, poco a poco el edificio se oscurece y los rostros cansados de la gente se iluminan con las luces fluorescentes del escenario. La música resuena en los altoparlantes, es el momento de las coreografías, la gente baila, kpop, pop, y reggaeton. Los jóvenes despliegan sobre el escenario una infinidad de bailes, caracterizados por la fuerza y la coordinación, que solo puede explicarse con días y días de ensayo. Sheila tiene 26 años, es oriunda de la ciudad de Rosario y viajó a la JAJA para presentarse con su grupo de baile: Dark Nightmare. La bailarina destaca la organización y el cálido recibimiento que tiene el público con sus presentaciones, además, agrega entre risas: “Es bueno mencionar que los premios valoran nuestro trabajo”. Sheila alude a la suma de dinero que se le entrega a los ganadores, que resulta significativa para personas acostumbradas a que se menosprecie el valor de su trabajo.

Cuando el reloj marca las 19:40, la estación Belgrano está sumida en la penumbra. Las luces del escenario ya no encandilan los ojos expectantes del público, ahora el streamer Passthor hace su presentación en el centro del escenario. Son muy pocas las personas que quedan en el edificio después de una jornada de siete horas, la mayoría de los cosplayers y adultos se han retirado y solo quedan algunos púberes eléctricos que anhelan una interacción con quien consideran su ídolo. Los padres, por apoyo o por cansancio, acompañan a sus hijos.

Los murmullos que llenaron el ambiente durante toda la tarde son reemplazados por el silencio, que es interrumpido, ocasionalmente y de manera lejana, por las palabras del influencer ubicado al final del edificio. Afuera de la estación es de noche, ya no hay zigzag, ni pelucas brillantes, ni señoras de barrio Guadalupe, solo el bulevar y su lúgubre tedio de domingo.

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