Pasajeros en tránsito perpetuo. La hipermovilidad de la era moderna y las significativas particularidades de esos lugares que son los no lugares por excelencia. México, Cuba, Perú, España, Italia, Argentina y más...
Por Juan Pablo Gauna
El monumento a la vanguardia se alza en Ezeiza. Este gigante es una joya arquitectónica de vidrio y metal, y constituye la principal puerta de entrada a Argentina. Sus ventanales en gran escala permiten una iluminación amigable con el entorno, los pisos brillosos hacen juego con el glamour de los locales comerciales, y una variedad de dispositivos tecnológicos sirven de escenografía para el flujo de tráfico diario.
El Aeropuerto Internacional Ministro Pistarini, concesionado a Aeropuertos Argentina 2000, es un punto de conexión global con los cinco continentes. Al ingresar al emplazamiento ubicado en la localidad bonaerense de Ezeiza sobresalen las terminales vidriadas, las espigadas torres de control y la operatoria de una terminal que no tiene pausa.
El viajero tiene por delante varias horas de espera para poder abordar, así ocurre en los vuelos internacionales. En el afán de calmar la ansiedad y de llenar el tiempo, el pasajero recorre la aeroestación, husmea qué novedades hay en los comercios, pasa revista con su celular economizando el uso de la batería, y aprovecha la conexión Wi-Fi de ocasión. Superada la tensión de llegar a horario al aeropuerto y de tener toda la documentación encima, llega el momento bisagra de los controles de migración. Al respecto, Matías, un viajero frecuente a los Mundiales de Fútbol, relata: “recuerdo que en un viaje grupal a Alemania 2006, a uno de los chicos lo demoraron porque tenía un homónimo con antecedentes penales. Después de un rato de deliberar, lo dejaron pasar. El muchacho se llamaba Francisco Duarte, y la pasó mal por eso”. Superados los insólitos controles, se accede a las salas de espera para embarcar, donde el periplo de este viaje nos lleva a recorrer algunos aeropuertos latinos.
Al aterrizar en La Habana encontramos una combinación entre los usos y costumbres propios de la primera mitad del siglo XX, con una pizca de modismos caribeños y un toque de tecnología china. En el control de pasaportes no se sella ni el ingreso ni el egreso de Cuba ―costumbre preservada desde el inicio de la Guerra Fría. El Aeropuerto Internacional José Martí luce demodé, pero es otro índice más de los años de bloqueo económico que padece la isla caribeña. El área comercial de este reducto es acotada y es uno de los pocos espacios de tiendas con lógica de mercado que se observan en la Gran Antilla. En este paraíso de Centroamérica, el turismo se regodea con los paisajes, la historia, la cultura y la gastronomía local. Esta travesía suele concluir cuando se resuelve de qué modo llevar en el avión de regreso las botellas de ron y una provista de habanos.
La siguiente escala lleva a la Ciudad de México. Allí nos asombramos con un Aeropuerto Internacional Benito Juárez que se encuentra en el corazón de la gran metrópolis latinoamericana. El aterrizaje es muy pintoresco, ya que se produce entre las montañas y casas bajas. La estación aérea se divide en dos grandes naves separadas por los lugares de tránsito que se operan permanentemente. Aquí la cercanía con Estados Unidos se hace evidente por la magnitud del tráfico, por los controles y por los avisos presentes en la señalética, con indicaciones específicas para quienes viajen al país del Norte. A esto se le añade la complejidad que aporta el problema del narcotráfico. Por este motivo se suceden escenas ingratas, donde la gente se saca los cinturones y sostiene sus pantalones con las manos para pasar los controles migratorios, personas que son revisadas por el solo hecho de querer pasar una botella de agua no permitida, o casos donde un detector de metal suena, y una persona con implantes metálicos en su cuerpo debe realizar un striptease indeseado, y soporta ser requisada como un presidiario. Una vez aclarado cómo transportar tequila y cómo plegar el sombrero charro mexicano para llevar de recuerdo, el turista internacional levanta vuelo.
Los aeropuertos son ámbitos donde la organización de la llegada y la salida de pasajeros está muy bien calibrada, y los sistemas de control y monitoreo personas hacen de la tecnología aplicada una herramienta central. El Aeropuerto Internacional Jorge Chávez del área metropolitana de Lima responde a esas características, y es un punto estratégico de trasbordo en América Latina. Por allí hacemos una conexión para cambiar avión, y nos asombramos por la cantidad de objetos requisados en una urna transparente, que se parece a las empleadas para recibir donaciones. En la misma se apilan los objetos prohibidos para abordar una aeronave: tijeritas, alicates, limas, pinzas de depilar, cremas, aerosoles, fármacos, y cajitas y frascos indescifrables, cuya capacidad no debe exceder los 100 ml. El visitante típico saborea una Inca Kola y abandona Perú nutrido de historias precolombinas.
Cruzando el Océano Atlántico, luego de 15 horas de vuelo, se llega al Aeropuerto Internacional Leonardo da Vinci, Roma-Fiumicino. El mismo es confortable y conecta desde su subsuelo con el moderno sistema de subterráneos de la capital. Henry, un santafesino que alterna sus negocios entre Santa Fe e Italia, recuerda que: “En el aeropuerto de Bari apagaban todas las luces a la noche. Era como que cerraban, y me pusieron en un vuelo para dejarme adentro. Como pasa en las estaciones de metro y de tren en Italia, no te podés quedar de noche porque te expulsan. Apagan todo y te dejan adentro solo si tenés un vuelo cerca. Me pareció extraño eso”.
Sobrevolando el mar Mediterráneo, se arriba a la principal puerta de acceso latinoamericano a Europa: el Aeropuerto Internacional Adolfo Suárez Madrid-Barajas. Este es un reducto muy transitado por argentinos, los cuales, para llegar e ingresar pasan por un variado periplo. Élida, empresaria del mundo de la moda, recuerda que: “una vez saqué un pasaje de apuro con destino a Toledo. Cuando quise hacer el check-in me dicen “señora, esto está vencido”. Tuve la suerte de que ese año era el primero en que se podía hacer el pasaporte en el mismo momento, era el año 2013. Fue un trámite rápido, pero tuve que correr hasta la otra punta del aeropuerto de Ezeiza. Fue todo un estrés y cuando entré al avión me desplomé en la butaca.”
Pero no todo es suplicio o tedio en los viajes de larga distancia, incluso, es frecuente que cuando se cancelan los vuelos el pasaje es derivado a un hotel de alta categoría para pasar la noche y abordar al día siguiente un vuelo reprogramado. Otra sorpresa para el viajero es la oferta de dinero por ceder el asiento. Pilar, turista que retornaba de México recientemente, narró que: “a nosotros nos ofrecieron USD 500, pasar la noche en un hotel lujoso all inclusive y reprogramar el aéreo si cedíamos dos lugares”. Y el broche de oro es acceder a los asientos de primera clase por cortesía de las aerolíneas; así lo reseña Nerea, una profesional de la salud en su retorno de una estancia laboral en el viejo continente: “viajando desde Barcelona hacia San Pablo, nos reprogramaron el vuelo. Tuve que dormir varias horas en el aeropuerto, con lo que eso implica, usando bolsos de almohada y demás. La sorpresa vino una vez a bordo del avión, donde me ubicaron ¡en primera clase! Dormís en una cama con almohada y acolchado, el asiento tenía botones que nunca supe para qué eran, y el servicio era muy bueno”.
El flujo de pasajeros y aves de metal no cesa. La suerte latina se signa en paradojas, donde existen posibilidades idiomáticas y pasaportes que abren puertas; y al mismo tiempo se puede padecer estrictos controles, y hay multitudes que nunca pisarán un aeropuerto.