La bici municipal está pesada como un trencito, el viento me da de frente. Así y todo, me lleva hasta la escuela donde acepté un reemplazo antes de saber que se trataba de un primer año.
“Se me acaba la imaginación a mí también, hasta para escribir. Quiero cuidar eso y no sé cómo se hace. Uno de los pocos lugares donde me siento segura es el aula porque es el único lugar de palabra en cuerpo y circulación que creo que existe hoy”. Pedaleo y recuerdo el mensaje de Analía, me aferro a esas palabras que se juntan, separan y mezclan como los autos que veo pasar, saltan con los baches que piso, algunas se me caen en el camino, las escucho caer, resuenan. Recuerdo que cuando era muy chico tenía una curiosidad particular o insistente por los perros San Bernardo, especialmente por su condición de rescatistas de montaña y mucho más por el barril de aguardiente que llevaban colgado al cuello. La palabra que llega al cuerpo es como un calor, es ese aguardiente lejanamente deseado, siento que algo de mi ánimo regresa o despierta o lo intenta, que algo se mueve tratando de sacudirse. Respiro. Las palabras San Bernardo traen las olas de mi primer recuerdo del mar. Capaz también por eso me gustaban aquellos perros. Respiro otra vez.
Antes de salir revolví fotocopias varias en carpetas viejas, no sé cuántos años hace que no piso un aula de primer año, las pocas cosas acordes que encuentro, no me convencen. Opto por llevar una zapatilla para tener más chances de usar celular o compu. El plan se reduce a buscar textos en internet una vez que tenga mínima idea de lo que voy a encontrar: cuántos son, quiénes, cómo son, cómo están, qué les pasa, qué venían haciendo en esa materia y ese tipo de pequeñas tragedias de docente reemplazante. Además, por supuesto, de rogar a la virgen de las tizas que haya electricidad, enchufe y que todo funcione o que algo funcione.
Entre los textos que descarté más temprano, había una noticia sobre estudios científicos que advertían el riesgo de que el uso de celulares a muy temprana edad atrofiara el desarrollo de capacidades innatas de reconocimiento de gestos y expresiones faciales, elementales en la comunicación cara a cara. Desconozco si dichas predicciones se cumplieron o no, pero se me ocurre que la captura total de la mirada que imponen nuestras constantes pantallas, anula el uso de aquel saber ancestral. Si lo perdimos o no, no parece hacer gran diferencia. En cualquier caso, la comunicación humana implica muchísimo más que intercambio de información. Es lo que nos permite mantener el registro del otro y nuestra conciencia de humanidad o especie. La palabra en cuerpo y circulación es lo que se supone que todavía nos mantiene vivos.
Los frenos están largos o flojos, o gastados, pero apenas dejo de pedalear el viento hace lo suyo. Veo un patrullero estacionado en contramano. Estoy a contra luz y tardo en asimilar la escena. Hay una mujer mayor sentada en un sillón rojo que sacaron a la vereda, se recupera de algo o eso parece. La mujer que sacó el sillón está parada muy cerca, sostiene su mano. Un uniformado mira el teléfono quizás pidiendo una ambulancia. Una mujer policía, al borde de la calle, levanta y sostiene un pedazo de cartón para tapar el sol y aliviar los ojos extraviados de la señora.
Mi celular permanece cargándose en el fondo del aula. Emma tiene dos libros, me dice casi de entrada, a uno no lo leyó, pero al otro sí, más de una vez. Es una novela de amor adolescente. Ayrton me avisa que, si les pienso leer todo eso, se va. Nos reímos. Hoy tenían prueba de sustantivos, adjetivos y verbos, así que al rato estamos copiando párrafos para identificar clases de palabras, mientras Emma, al frente explica el contexto de las frases y se enoja cuando alguien pronuncia Anya con ye en vez de Ania, como ella lo escucha. Discutimos y bromeamos sobre ese asunto y sobre la historia que Emma va contando. Al final, cuando hay que poner adjetivos, muestra en su celu la imagen de una chica que se ve como una modelo muy joven, se trata de una actriz en la que se inspiró la autora para escribir. Quizás no logro disimular cierta desilusión cuando le digo, sorprendido, que antes era al revés. “Antes” repite Emma con sonrisa limpia de sarcasmo