El pasado 1 de junio se estrenó “Flota. Rapsodia santafesina”, la Comedia Universitaria 2024, una obra novedosa tanto por su formato- títeres para adultos- como por su temática: la inundación de 2003.
Cuesta encontrar ocasiones en las que el olvido no sea una trampa. Cuando las personas y los pueblos abandonan la gimnasia de la memoria, vuelven a convertirse en corderos de las injusticias y terreno fértil para repetir las desgracias del pasado. Un fallo judicial o una política pública educativa son algunas de las herramientas que tiene la sociedad para no recaer en esa indiferencia peligrosa para con la propia historia.
Ante esto, ¿cómo se les viene enseñando a las nuevas generaciones qué pasó cuando inundaron Santa Fe en 2003? ¿cómo nos apropiamos como sociedad de ese crimen? ¿cómo hacemos para darle un nuevo significado y que no trascienda como la picardía más grande de la historia de la corrupción santafesina? Solamente dos agentes consiguieron responder a estas preguntas con dignidad: el movimiento de inundados y los artistas.
Con este trasfondo, un equipo de selección integrado por Nidia Maidana, Norma Elisa Cabrera y Sandra Ester Franzen se decidió por Flota. Rapsodia Santafesina como la Comedia Universitaria 2024. La obra, novedosa en las de su clase por su temática, también destaca por su formato: los títeres y dirigidos para adultos, que también tiene una tradición vinculada a nuestra tierra, sobre todo, si traemos a colación a la familia Venturini, parte importante de la génesis y ejecución de esta obra.
Una creación colectiva
De alguna forma, podemos decir que las páginas del guión empezaron a escribirse, indirectamente, hace 21 años, con la concreción del crimen hídrico. Y de otra manera, un poco más vinculante, se apunta a esta representación como una “creación colectiva” de la compañía Hasta las Manos, que también contó con la participación Adriana Falchini, Mari Hechim, la poesía de Horacle, Estela Figueroa y Francisco Bitar y que se nutrió también con el Archivo inundación de Bernardo Gaitán Otarán y A mí nadie me avisó, una producción de Matecosido Audiovisual.
“Después de haber hecho todo el trabajo de investigación con los materiales audiovisuales, compilación de testimonios y demás materiales, invitamos a Javier Swedzky para la construcción de la dramaturgia, referente de los títeres en el país que se formó en Francia (en una escuela que acepta 15 alumnos cada tres años y que, al momento, no tuvo a otro argentino) y que trajo una mirada extranjera muy enriquecedora haciéndonos preguntas como ‘¿qué es un inundado?’ ‘¿cómo es que siguen siendo inundados?’ ‘¿qué es un inundador?’ Cuestionamientos que nos ayudaron para que esta obra no sea solamente para quienes vivieron el 2003, sino también para los más jóvenes y hasta para la gente que no es de Santa Fe”, reveló Juan Venturini, co-autor y actor de Flota… en la previa del estreno consultado por Pausa.
“Es muy difícil contar lo que pasó ese día”, es una de las líneas que se repite en escena y también durante la entrevista. Por eso, uno de los recursos empleados es el de la narración de historias particulares, el punto de vista de una maestra, lo que vivió un pobre viejo solo con su perro en el techo y también la vanagloria de los soretes que inauguraron la defensa incompleta por la que el río Salado se coló como si nada. Así, acto tras acto, se va ilustrando un panorama polifónico organizado con una estructura traída desde el género musical: “Debido a esa complejidad caótica de lo que fue la inundación es que terminamos diciéndonos por hacer una rapsodia, que es una manera de contar ordenada en actos que se pueden comprender como unidades pero que también cuentan una historia en común.”
Además de Juan y su hermano Manuel Venturini, la obra cuenta con la actuación de Mónica Álvarez. Asimismo, la tríada firma la dramaturgia en conjunto con el director general, Javier Swedzky y el co-director, Sebastián Santa Cruz.
Títeres y objetos
La elección de este proyecto como Comedia de la UNL se destaca también por el uso de títeres y de dispositivos escenográficos, lo que permite un abordaje más cálido y humano de la tragedia. "Es una de las pocas formas en las que se puede plantear el tema con respeto y cariño, sino es de una crudeza y dramatismo tal, que es insoportable”, asegura Swedzky.
En escena, el agua es representada de dos maneras casi que inmejorables: por momentos, como una sombra que avanza y que ahoga y, en otros con gruesas bolsas, plásticas, negras, las mismas que se usan para envolver cadáveres. Por su parte, los títeres y el resto de esos dispositivos escenográficos (hablamos de sofisticadas maquetas, carruseles y hasta muebles) también están confeccionados con los llamados “materiales de la periferia”, como ser cartones, llantas de bicicletas, incluso colchones. Esos descartes que acostumbramos rebalsando carritos tracción a sangre también son recursos poéticos, tal cual los usaba Fernando Birri hace 60 años.
En este punto fueron fundamentales los trabajos en dirección artística de Jaquelina Molina, quien trabajó junto a Matías Bonfiglio en el diseño y realización de títeres, objetos y escenografía, secundados además por Mercedes Fernández y Abril Peretti. En tanto la confección de los mecanismos escenográficos es crédito para Raúl Scotto Lavina, además del títere invitado de Esteban Fernández, Silvina Vega y Alfredo Iriarte. “Trabajamos con equipos grandes por varios motivos: el primero es porque nos gusta que cada quien venga con su signo a provocar algo a la construcción de los proyectos y, por otro lado, porque queremos entregar todo lo que esté a nuestro alcance. No quiero olvidarme de Florencia Russo y Ariel Theuler, que desde la Dirección de Cultura de la UNL nos dieron una mano gigante en producción y coordinación. Entendemos que solo de esa forma, en colaboración, se pueden crear verdaderos universos de sentido, agregar capas de profundidad y, poniéndome en la piel del espectador, también ofrecer algo inesperado, una sorpresa. Poder ofrecer eso nos produce una alegría gigante”, completa Juan.
Más que un título
Desde los pósters o los flyers (el diseño gráfico estuvo a cargo de Georgina Rodríguez), la palabra ataca la atención, un verbo que es casi una advertencia a lo que vamos a sentir durante la función, una premonición ¿impensada? de los autores: en las caras de los presentes, cuando alguna luz los descubre (Ariel Theuler fue el diseñador de luces), flotan los recuerdos de quienes sobrevivieron al 2003, flota una sensación de empatía con lo que están viendo los rostros más jóvenes, flotan las preguntas (¿hay alguien ahí?) y flota lo no dicho. Una música o un efecto (diseño sonoro de Franco Bongioanni), nos llevan flotando de un acto al otro, sin que nos demos cuenta, como un puente invisible. Y así pasamos de la incertidumbre a la risa, de la compasión al enojo, del presente al pasado.
De nuevo, el arte viene a ser una herramienta para que no se aflojen los tornillos de la memoria, que debe estar siempre en revisión, como decíamos, ejercitándose. Y más puntualmente el teatro, que enfrentándose y aliándose cara a cara con su público pone en escena, provoca y revuelve la historia y representa nuestra identidad, para que no la perdamos de vista, para que no dejemos que la definan ni la aplasten los otros, los que nos sometieron una y mil veces, los que nos quieren seguir saqueando a nosotros, que creemos que ya nos queda poco y nada pero que ahí vamos, siempre buscando salir a flote.