Pese al repudio internacional, Israel continúa el asedio. Sin agua, alimentos ni atención médica, los muertos se cuentan en decenas de miles. Un repaso histórico de una guerra que parece no tener fin.
Por José Larker, Magister en Historia Social, Profesor a cargo de las asignaturas Formación del Mundo Afroasiático y Problemática Contemporánea de Asia y África de la FHUC - UNL.
La guerra que hoy se está librando en la Franja de Gaza no tiene precedentes y ya es de una dimensión catastrófica. Para comprender lo que está sucediendo es necesario bucear en el pasado. Así nos encontramos con que las causas del conflicto se encuentran en el proceso mismo de concreción de los objetivos que se propuso el movimiento político de carácter nacionalista llamado sionista que surgió a fines del siglo XIX en Europa. Este fue promovido por miembros de la comunidad judía en un contexto de fuerte discriminación, hostigamiento y también de persecuciones y matanzas (los llamados pogrom), particularmente en la Europa del este. Las víctimas de esas acciones fueron chivos expiatorios de diversas situaciones que afectaban a sus atacantes.
El movimiento sionista se propuso la construcción de un Estado independiente en la Palestina al que le llamarían Israel, pues sostenían que esas tierras les pertenecían ya que les habían sido legadas por Dios. Los palestinos, habitantes históricos del lugar, comenzaron a oponerse cada vez con mayor intensidad desde la década de 1920. Sin embargo, la presencia colonial inglesa favoreció significativamente el proceso. Prueba de ello es que para 1917 habitaban el territorio unas 640.000 personas, de las cuales solo 60.000 eran judías, pero para 1939, ya sumaban 400.000.
Durante la década de 1930 los palestinos reclamaron la independencia y se resistieron a la inmigración judía llevando adelante una rebelión que se inició en 1937 y se sostuvo hasta 1939 bajo la forma de guerra de guerrillas. Por su parte, los judíos organizaron las milicias Irgún y Haganah.
En 1947 Inglaterra se retiró de la región y la ONU intentó resolver la situación ofreciendo la formación de dos Estados, uno israelí y otro palestino. No obstante, la declaración de la independencia de Israel desencadenó una guerra con los Estados árabes en la que triunfó y llevó adelante la Nakba (“catástrofe” o “desastre”), es decir, el desalojo de más de 700.000 palestinos de sus casas, obligándolos a refugiarse en campos desiertos de los países vecinos o en los territorios de Gaza y de la Cisjordania. Con ello comenzó la política de limpieza étnica que ha llevado adelante el Estado de Israel junto a otra de apartheid, instituyendo un sistema de discriminación y dominación sobre la población palestina. Quienes se vieron obligados a abandonar sus casas no pudieron retornar y los que permanecieron fueron rigurosamente controlados.
Entre 1948 y 1967 se produjeron tres guerras en las que Israel logró imponerse a Egipto, Jordania y Siria, extendiéndose sobre todo el territorio palestino y sometiendo a sus habitantes a vivir bajo la ocupación militar. Bajo esas condiciones el movimiento nacionalista palestino se organizó en agrupaciones político-militares que en 1964 se unieron en la Organización para la Liberación de Palestina, OLP. De esa manera, la formación política logró una fuerte adhesión del pueblo al que representaba, tejió alianzas con gobiernos y expresiones políticas de distintos países, reclamó ante los organismos internacionales y practicó la guerrilla en territorio bajo control israelí.
Entre los años 70 y 80 los gobiernos de Egipto y Jordania abandonaron sus ambiciones sobre Gaza y Cisjordania, lo que intensificó los reclamos de la OLP ante el mundo para el reconocimiento del Estado de Palestina. Ante la falta de respuestas a fines de 1987 comenzó la Primera Intifada o "Guerra de las piedras" en la que murieron 1.162 palestinos y 160 israelíes.
La violencia tuvo fin cuando se lograron los Acuerdos de Oslo en 1993 y se aceptó la creación de la Autoridad Nacional Palestina, con derecho de gobierno en algunas zonas de Cisjordania y Gaza. Con la Intifada surgió el Hamas (Movimiento de Resistencia Islámica Palestina) y rápidamente ganó apoyo, tanto por sus tácticas violentas contra las fuerzas armadas israelíes y sus ataques a los asentamientos judíos, como por sus crecientes mecanismos de apoyo social, que incluían clubes deportivos, guarderías y escuelas, así como mezquitas.
La política israelí cambió con el triunfo de la extrema derecha. Las negociaciones se convirtieron en maniobras dilatorias e Israel no dejó de controlar militarmente los territorios reclamados por los palestinos; la OLP se debilitó ante los fracasos y el Hamas se hizo más fuerte. Producto de ello, en 2000 estalló la Segunda Intifada, mucho más violenta que la anterior. Se sucedieron atentados contra objetivos israelíes y la consecuente reacción de éstos.
Para intentar evitar los ataques, Israel aceleró la construcción de muros que rodearon a Gaza y Cisjordania y estableció estrictos controles militares, generando enormes perjuicios a los palestinos que trabajaban o debían trasladarse a tierra israelí. Desde entonces, la política de limpieza étnica y apartheid se profundizó. La situación llevó a Israel a retirarse de Gaza y aceptar el llamado a elecciones en los territorios reconocidos a la Autoridad Nacional Palestina. Hamas ganó en Gaza y desde 2006 la gobierna, manteniendo la conflictividad que generó la decisión de Israel de controlar su espacio marítimo, aéreo y fronteras terrestres convirtiéndola en una gran cárcel.
Desde entonces la población gazatí ha sido víctima de operaciones militares israelíes con las que se dice responder a agresiones del Hamas, causando miles de muertos y muchísimos más heridos. Solo la llamada "Gran Marcha del Retorno", una protesta que se llevó a cabo en la frontera entre Israel y Gaza durante 2018 y 2019, causó más de 300 muertos y 30.000 heridos. En 2021 la policía israelí reprimió una protesta en Jerusalén, el Hamas comenzó a lanzar cohetes y el ejército israelí respondió con bombardeos que causaron 230 gazatíes muertos.
Hoy la población gazatí está sufriendo la guerra que estalló tras un terrible e inadmisible ataque de Hamás el 7 de octubre de 2023, en el que murieron 1.200 israelíes, en su mayoría civiles, y fueron tomados 253 rehenes. Israel impuso un asedio completo sobre Gaza impidiendo el suministro de electricidad, combustible, agua, atención médica, ayuda humanitaria y alimentos, exacerbando una crisis humanitaria ya acuciante para más de 2,2 millones de personas atrapadas en su territorio. Se ordenó evacuar el norte de la Franja y el traslado de toda la población hacia el sur. El territorio fue sometido a un intenso bombardeo aéreo y el ejército atacó hospitales, campamentos de refugiados, mercados e instalaciones civiles.
A fines de mayo se cuentan en Gaza más de 36.000 muertes (en su gran mayoría niños y mujeres), más de 80.000 heridos y 10.000 desaparecidos. En la Cisjordania han muerto más de 500 personas y heridas alrededor de 5.000. La devastación material es gigantesca pues más de la mitad de las casas han sido destruidas o dañadas incluyendo 80% de las instalaciones comerciales, el 73% de los edificios escolares. Solo algunos hospitales funcionan parcialmente y casi no hay agua potable.
Ya en diciembre de 2023 UNICEF advirtió que cientos de miles de niños estaban en alto riesgo de desnutrición y podían morir. Sudáfrica denuncio a Israel y pidió a la Corte Internacional de Justicia (CIJ) que ordene dejar de matar y causar graves daños psíquicos y físicos a los gazatíes, así como imponerles condiciones de vida calculadas para provocar su destrucción física y permita la ayuda humanitaria. Claramente se estaba denunciando un genocidio y la CIJ solo ordenó a Israel "tomar todas las medidas" para impedirlo.
Las protestas se han multiplicado en el mundo, incluyendo acampes en las universidades de Estados Unidos y Europa pidiendo que se detenga la guerra. A fines de marzo el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución que pide un alto el fuego inmediato y lo mismo ha hecho la Unión Europea. Por su parte, el presidente Biden se opuso a operaciones militar en el sur de Gaza y amenazó con dejar de enviar armamento ofensivo.
El fiscal jefe de la Corte Penal Internacional (CPI), solicitó arrestar al primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu y su ministro de Defensa, también a los líderes más altos de Hamás. Los acusa de ser responsables de presuntos crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad cometidos durante y tras los ataques del 7 de octubre contra Israel y la posterior ofensiva militar israelí en Gaza.
Pese a toda la acción internacional, Israel no ha dejado atacar, asesinar y destruir en Gaza, mientras su gobierno vive una seria crisis política y las protestas se repiten. Por el otro lado, las milicias que le quedan al Hamas no se rinden y las negociaciones no logran avanzar. Todo indica que el futuro de Netanyahu y la extrema derecha israelí dependen del resultado de la guerra, aunque ésta no se sabe cuándo terminará ni cual es el plan para Gaza una vez que eso suceda. Mientras tanto, los gazatíes están sufriendo lo que indefectiblemente será un genocidio si no se detiene de inmediato.