Milei llevó la pobreza a picos que no se veían desde 2001. Las cocineras hacen malabares para hacer frente al aumento de la demanda con menos recursos que nunca: dialogamos con referentes sociales de la ciudad.
Más de seis meses después de la asunción de Javier Milei, el panorama es desastroso. Según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, en el primer trimestre la pobreza alcanzó al 55,5% de la población y la indigencia pasó del 9,6% al 17,5%. Casi 25 millones de personas son pobres; para encontrar cifras similares debemos remontarnos a la salida de la crisis del 2001.
Esto se produce en un contexto de recesión brutal, que llevó al comercio, la producción y el consumo a niveles pandémicos, con una caída abrupta del empleo y de los salarios. Pero todo esto es perfectamente intencional. Para Milei no significa un fracaso sino un éxito, debido al carácter unidimensional de su gobierno, al que solo le interesan dos parámetros: la inflación y el equilibrio fiscal.
Dicho de otro modo, el gobierno sabe que sus políticas están matando de hambre a la gente, y no le importa. Esto no debería sorprender de parte de un presidente que jamás disfrazó su pensamiento: ni hace dos años, cuando declaró que la explotación no era real porque uno siempre tenía la libertad de “morirse de hambre”, ni ahora, cuando dice que si las personas no llegaran a fin de mes “ya se hubieran muerto”.
Pero no es un eufemismo: hay gente muriendo de hambre. Según la UCA, la inseguridad alimentaria alcanza al 24,7% de las personas, y en el 10,9% es severa. En niñas, niños y adolescentes, las cifras son aún más alarmantes: el 32,2% sufre inseguridad alimentaria, y el 13,9% inseguridad alimentaria severa.
La cartera de Desarrollo Social, encargada de afrontar esta problemática, fue degradada a Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia, dentro del elefantiásico Ministerio de Capital Humano. Su ministra, Sandra Pettovello, es reikista y consultora en psicología, y no sólo no tiene experiencia en la función pública, sino que declaró que aceptó la propuesta de Milei porque “no pensó que iba a llegar tan lejos”.
Desde su asunción, Pettovello demonizó a las organizaciones sociales, pidió que las personas que tuvieran hambre formaran “una fila” para ser atendidas personalmente por ella –spoiler alert: lo hicieron y no las recibió-, y promovió una feroz campaña mediática para instalar que la mitad de los comedores populares en realidad son falsos.
Sin embargo, la única olla que terminó destapando fue la de su propio ministerio: 6 mil toneladas de comida sin entregar que derivaron en la salida de Pablo de la Torre de la Secretaría de Niñez y Familia y terminaron revelando un escándalo de corrupción con rugbiers cobrando sobresueldos.
Frente a este calamitoso panorama, las encargadas de paliar el hambre de la población son las organizaciones sociales, específicamente las cocineras comunitarias que trabajan en los 41 mil comedores y merenderos inscriptos en el Registro Nacional de Comedores –probablemente existan más- en los que todos los días se alimentan más de 10 millones de personas. Mujeres que trabajan sin percibir un salario, haciendo malabares para seguir cocinando a pesar de que el gobierno nacional redujo la asistencia alimentaria a cero y congeló los programas de asistencia social.
Si la economía es la administración de recursos escasos, las mejores economistas son ellas.
Parando la olla
En Santa Fe existen unos 170 comedores que le dan de comer todos los días a más de 50 mil personas, y que hoy deben afrontar la completa indiferencia del gobierno nacional, pero también los recortes en los programas de asistencia provinciales y municipales, que vienen perdiendo fuerte frente a la inflación.
En marzo, el Concejo aprobó la creación del Registro de Comedores y Merenderos Comunitarios y del Fondo de Asistencia Alimentaria, que estará financiado por una parte del impuesto que pagan bancos y entidades financieras y sería de unos 500 millones de pesos. El Registro ya está completo y desde los movimientos sociales esperan que esta semana ya se comience a entregar el dinero del Fondo.
“Estamos esperando que el Municipio empiece a hacer los depósitos, porque desde el cambio de gestión se cortaron”, cuenta Nahuel Zentner, del Movimiento Evita, que tiene 25 dispositivos en la ciudad, a los que asisten entre 4 mil y 5 mil personas por semana. “También pedimos que se le ponga un monto a la ración, porque sino se discute sobre el aire”, añade.
Zentner resalta, además, el impacto de los recortes en los programas sociales para las cocineras, que hoy ven resentida su economía: “Cocinar es trabajar, y el Estado no lo reconoce”. Además, describe un retrato espectacular de la era Milei: “Estamos realizando una olla frente al Partido Justicialista, en el centro de la ciudad, y es un termómetro que es clave. El primer día hicimos 150 viandas y ayer entregamos 450. Han ido a buscar la comida municipales, taxistas, trabajadores del Correo, hasta policías y chicos que van a la escuela que está enfrente. El ajuste está golpeando también a la clase media”.
“Hoy más que nunca es muy importante la organización comunitaria y la sindical para poder hacer frente a esto. Sino, nos van a llevar puestos”, finaliza.
La economía popular en jaque
Del mismo tenor es la reflexión de María Claudia Albornoz, la Negra, vocera de La Poderosa: “Preocupa ver que no hay una resistencia como la que necesitamos. La clase política se retiró y nos dejaron a mano de esta gente que viene a destrozarnos”.
Hablamos en la cocina del comedor comunitario que sostiene los fines de semana La Poderosa en barrio Chalet, que entrega 1600 platos de comida mensuales. A ellos se suman 1800 raciones de merienda de lunes a viernes, para los chicos que asisten a las clases de juventudes y de apoyo escolar. Todo eso se sostiene con la tarjeta institucional del gobierno provincial: “de Nación, ni un plato de arroz”, señala la Negra.
En este contexto, las cocineras poderosas insisten en mantener la calidad nutricional de los platos y estiran al máximo posible la comida para hacerle frente al aumento de la demanda: “En este último tiempo habrán entrado 15 familias nuevas, estamos al borde. Además, seguir pagando el gas es cada vez más difícil”, agrega Albornoz.
Finalmente, Albornoz también pone el foco en el impacto del ajuste en la clase media y el efecto dominó que esto provoca en los barrios populares, por el sencillo motivo de que eran de clase media los principales clientes de los productos que elaboran las cooperativas de las organizaciones: “La clase media, que era la que contrataba o buscaba los servicios, también está sufriendo un ajuste brutal y no compra como compraba antes".
"Todo el circuito de la economía popular se resiente, las cooperativas tienen menos ingresos, y esos ingresos son los que les permiten sostener a sus familias", sintetiza la Negra; "cada vez pagan menos, y vos tenés que aceptar porque sino te quedas sin nada”.
"Demonizar para desmovilizar"
Sebastián Saldaña, de la Corriente Clasista y Combativa, coincide en señalar el aumento de la demanda en los comedores y cómo el hambre alcanzó incluso al sector formal de la economía: “Las familias que ya venían siempre empeoraron. Después hay otro grupo que antes iba las últimas semanas del mes, y ahora viene todo el mes. Y después hay laburantes que empezaron a ir en la segunda quincena; esto no pasaba hace un montón. Las compañeras más viejas nos dicen que eso lo veían en el 2001”.
Su organización sostiene 36 espacios alimentarios en la ciudad, y entre copa de leche y comedores entrega 58.797 raciones mensuales. Algunos, cuenta, tuvieron que reducirlas por falta de recursos: “hay comedores que cocinaban tres veces a la semana y ahora lo hacen una o dos”. De Nación y del Municipio, dice, no recibieron nada; de Provincia sí, pero han visto reducida la capacidad de compra de los programas.
“Nosotros entendemos que el gobierno busca estigmatizar a las organizaciones sociales y al movimiento obrero organizado para que no haya una voz en la calle que se oponga a su proyecto”, considera Saldaña: “La idea es demonizar para desmovilizar. En el gobierno de Macri, con el que guarda mucha similitud en las políticas económicas y represivas, ellos han visto que los primeros que las han combatido fueron el movimiento obrero y las organizaciones”.
Para Saldaña, no es verdad el mantra “no hay plata” que repite una y otra vez Milei. “Somos un país que produce alimentos, que tiene recursos naturales, que tiene posibilidades de generación de trabajo: plata hay, pero tiene que salir de los que hoy están concentrando esos recursos, que hoy están teniendo ganancias extraordinarias”, sintetiza.