De cara al Pacto de Mayo, analizamos los datos globales del FMI sobre equilibrio fiscal, las falaces metáforas que utiliza el gobierno y las otras maneras disponibles (que ni se discuten) para alcanzar el santo grial o fetiche de la ortodoxia: el déficit cero. En un mapa interactivo, los datos sobre déficit y superávit en todo el mundo, desde 1990 a 2023.
Más que el endeudamiento externo –al que recurren sin cansancio– o la producción y el trabajo –que siempre sufren y van para atrás durante sus gestiones– los liberales tienen como obsesión en sus programas económicos el equilibrio fiscal. Que el Estado gaste siempre menos de lo que recauda. Déficit cero.
En el Pacto de Mayo, que se firmará este 9 de Julio, el “equilibrio fiscal innegociable” es el segundo punto. Para una medida de política económica particular se utiliza el término “innegociable”, un vocablo habitual del lenguaje cinematográfico propio de, por ejemplo, el trato con secuestradores o terroristas. Esa es la importancia que revista para los liberales el equilibrio fiscal.
Un Estado, a diferencia de un hogar cualquiera, tiene diferentes herramientas para vivir con déficit fiscal todo el tiempo que quiera. Por eso, según el FMI, tomando los datos del 1990 a la fecha, los países del G20 y del G7 acumularon 29 de 34 años con déficit fiscal. Estados Unidos pasó 24 años gastando más de lo que le entraba. La otra gran potencia global, China. Tuvo 30 de 36 años con déficit. La estricta Alemania pasó 17 años con déficit. Y nadie dice nada.
Básicamente, el déficit se puede pagar de dos maneras: se puede emitir moneda o se puede tomar deuda. Para los liberales, el gran problema es emitir moneda. Para los populares, el gran problema es emitir deuda.
Ambas medidas tienen diferentes efectos (y es más, según cada enfoque económico esos efectos son diferentes). Pero lo importante acá es otra cosa: es observar que el equilibrio fiscal no es un deber tallado en piedra para ningún país del mundo. Y que hay diferentes maneras, con distintos efectos, para alcanzar el tan mentado superávit fiscal.
El mapa del déficit fiscal
Según las bases de datos del Fondo Monetario Internacional, que van de 1990 a 2023, el déficit fiscal cero está muy lejos de ser una constante de la economía mundial. Los países basculan entre más o menos déficit o superávit. Hay países muy pobres que son muy estrictos con el superávit fiscal, como Libia. Y hay potencias que prácticamente viven en déficit, como Estados Unidos, China o India.
Hay también, diferentes profundidades del déficit. Estados Unidos llegó a superar el 11% de déficit en 2000 y 1992. Para comparar, el mayor déficit en Argentina fue del 6%, durante el 2020, año de pandemia.
Como sea: no es ni de cerca una constante en la economía mundial. Hay déficit y superávit en países con y sin inflación y en crecimiento y recesión.
Desarmar la metáfora
La metáfora que utilizan los liberales para explicar su empecinamiento con el déficit cero es eficaz pero falsa. Equiparan al funcionamiento del Estado con la vida del hogar: “Cualquiera sabe que en su casa no puede gastar más de lo que gana”, repiten de diferentes formas.
A diferencia de un Estado, un hogar no emite moneda y su capacidad de endeudamiento tiene límites muy estrechos. El Estado, en cambio, puede emitir toda la moneda propia que quiera y es la entidad que pone las reglas sobre cómo endeudarse.
Es tan potente el Estado para poner esas reglas que, por ejemplo, en dos oportunidades en la historia democrática reciente le encajó bonos compulsivamente a los argentinos. Así de fuerte es para poner las reglas. La primera vez fue con Carlos Menem, en 1989, con el Plan Bonex: el Estado se quedó con los ahorros en pesos bancarizados y le dio a la población bonitos. Eduardo Duhalde protagonizó la segunda vez, con la pesificación de los ahorros en dólares, allá por 2002, tras el estallido de 2001. Ahí el problema era mucho más grave: no había dólares para nadie.
Ningún hogar puede encajarle deuda compulsivamente a nadie. En la actualidad, por ejemplo, el ministro de Economía, Luis Caputo, muestra orgulloso el resultado fiscal primario de su gestión y agita la bandera del déficit cero. Sin embargo, todavía no le pagó una moneda a las empresas que proveen la energía: les está pagando con bonos.
El tema no es el déficit, es la transferencia de recursos
Un Estado superavitario es un Estado fuerte. Tiene más recursos para hacer lo que quiera: bajar impuestos o invertir más en obra pública.
Visto en el reverso, quienes pagamos un Estado superavitario somos nosotros, la población. ¿Pero quiénes somos ese “nosotros”?
Quien escribe este texto es periodista y profesor universitario. Por diferentes vías, todas relacionadas con su caída de ingresos provenientes del Estado en comparación con el aumento de la inflación, está pagando puntualmente el actual déficit cero. Su esfuerzo es incomparable al de sus padres, jubilados. Más que nadie, son los viejos y las viejas los que están pagando hoy el déficit cero.
Y podría no ser así.
Por ejemplo, podría restituirse el Aporte Solidario y Extraordinario. ¿Se acuerdan de ese único impuesto a los ricos que se pagó en 2020, durante la pandemia? ¿Se acuerdan de quiénes estuvieron en contra y a favor de ese impuesto que pagó el 0,02% de los más ricos, unas 12 mil personas?
Con esa plata se financió todo el Gasoducto Néstor Kirchner, aumentos en las becas Progresar –hoy casi desaparecidas– y las obras del Fondo de Integración Sociourbana, trabajos para mejorar los barrios más abandonados y pobres, que fueron cuestionados y absueltos judicialmente.
El tema no es el déficit cero, es quién lo paga. Un estado superavitario fortalece la moneda, paga sus deudas y evita las hipotecas a futuro. Tiene más margen de maniobra. La pregunta es cuál es el costo y qué tan sustentable es esa fortaleza.
¿Cuánto tiempo puede sostenerse el déficit cero con recesión? ¿No aprendimos nada del ciclo 1998-2001, cero inflación y superávit con estallido de pobreza, desempleo y recesión?
Volviendo a la metáfora hogareña: el problema no es gastar más de lo que entra, sino que en la misma casa no somos ni de lejos todos iguales. Hay algunos, como Luis Caputo o Federico Sturzenegger, que son casta desde hace varios gobiernos y que hoy vuelven otra vez, vestidos con piel de libertarios para defender sus privilegios.