Pese a que por primera vez en 19 ediciones la Nación no aportó ni un peso, el Festival de Teatro de Rafaela resistió, y brilló como siempre. El recuerdo de Roberto Schneider, su promotor número uno.
Como desde 2005, la Perla del Oeste volvió a ser sede del Festival de Teatro de Rafaela, uno de los acontecimientos más prestigiosos del país en el ámbito de las artes escénicas. Fueron 21 los espectáculos que pudieron verse entre el 10 y el 14 de julio, en 40 funciones repartidas entre salas, plazas y espacios alternativos, con artistas locales y provenientes de Ciudad de Buenos Aires, Tucumán, Córdoba, Mendoza y Rosario.
Organizar (y costear) ‘el Festi’ nunca ha sido cosa simple. Pero este año fue un desafío particular: por primera vez en 19 ediciones, la Nación decidió desfinanciar completamente el Festival de Teatro de Rafaela.
—Cuando comenzamos a organizarlo, el Instituto Nacional del Teatro estaba muy cuestionado, no se sabía si iba a seguir adelante o no, si lo iban a cerrar o no. Y unos meses después se designó a su titular, pero estaban sin presupuesto para poder apoyar al festival, como había sucedido desde sus inicios—, explicó a Pausa el director Artístico del FTR, Gustavo Mondino.
El también director de Teatro (además de actor y gestor del icónico Centro Cultural La Máscara) no pudo ocultar su preocupación ante la coyuntura actual:
—Tenemos un vínculo con el INT desde que se creó. Se luchó tanto para que exista ese organismo, para que funcione, para que tenga un presupuesto asignado para el fortalecimiento de las salas independientes del país, que esto nos pone en una situación de alerta, de riesgo y de tristeza. Porque el teatro independiente trabaja incansablemente en Argentina para producir espectáculos, para formarse, para tener sus espacios abiertos, y la existencia del Instituto ha sido un alivio para todos. Que peligre su continuidad o que esté desfinanciado, es altamente peligroso y triste.
Sin embargo, el FTR no solo se concretó en este 2024, sino que la rompió, como siempre. Primero, porque “la contraparte” de la desidia del gobierno de Javier Milei fue compensada por “un Ministerio de Cultura de la Provincia que apoyó al festival más que nunca”, y que “se alineó con la gestión municipal”. “Ambos entendieron que necesitamos ese fortalecimiento institucional para llevar adelante este evento, que es uno de los más importantes de la provincia en materia de cultura”. Segundo, porque la gente también entendió todo:
—Esta es una fiesta en la que toda la comunidad participa activamente, y eso ha quedado una vez más demostrado en esta edición. Largamos el festival con todas las localidades agotadas, y las obras para las infancias, que en gran parte sucedieron al aire libre—en algunos casos, hay que decirlo, con un frío que calaba los huesos—, se vieron también colmadas de gente. El balance es de mucha satisfacción, en un contexto-país difícil y con la cultura cuestionada. Las cosas de momento están muy complicadas y hay que volver a hablar de los derechos adquiridos. Entonces, no podemos olvidarnos de que como ciudadanos tenemos derecho a la cultura y debemos hacer escuchar nuestra voz. Y es algo que por suerte en Rafaela viene siendo algo sostenido en el tiempo. Cuando estos espacios van creciendo, necesitás que quien está en el gobierno de turno vuelva a entender y a creer en el poder de lo colectivo, de cómo está instalado este evento en la ciudad, y cada año renovar la apuesta.
Hasta el infinito
Como resultado de esa apuesta, de esa fe, de ese poder consensuadamente compartido, 250 personas tuvieron trabajo durante el FTR24, entre actores, técnicos, organizadores y otros, y alrededor de 20.000 espectadores pudieron disfrutar de una o varias de las 21 obras selectas entre las 400 que aplicaron.
Pausa fue espectadora de cinco de esas piezas, en dos jornadas del festival. Ninguna se pareció a la otra, y las cinco fueron extraordinarias a su manera. La última (a su vez la última del festival), fue la de La Orquesta de El Cuarteto del Amor. Se extendió hasta las 20:45 del domingo 14 de julio. Teóricamente, 15 minutos después Argentina se jugaba el bicampeonato de América, con la despedida de Fideo Di María incluida. En ese momento y en ese lugar, se desconocía el bardo en el Hard Rock Stadium de Miami, que obligó a posponer la final con Colombia por 75 minutos. Y, sin embargo, nadie se movió de su silla en el Centro Cultural Belgrano de Rafaela. Porque al ‘Festi’ se lo respeta, se lo abraza y se lo defiende, hasta el infinito y más allá. Con el poder, ese inmenso poder, que tiene lo colectivo.
Roberto Schneider: el líder, el amigo, el gestor
Eran más de las 23:00 del sábado. Habían transcurrido las últimas funciones nocturnas. Esa noche era la fiesta del FTR, que reúne a productores, actores y prensa en una misma celebración. En la mesa de la cena de los periodistas el cansancio se hacía sentir, y empezó a prevalecer la idea de irse a dormir. Hasta que Miguel Passarini, de El Ciudadano, dijo la frase justa: “Si estuviera el Rengo nos arrea a todos”. Una colega lo apoyó con una imitación: “Me cambio la chalina y nos vamos’. Otra reforzó: “Me pongo un poco de perfume y salimos’. Todos apenas rieron, nostálgicos, y poco más tarde se fueron a la fiesta, casi como un homenaje a Roberto Schneider.
Lo saben propios y ajenos: “él lideraba el grupo de periodistas acá”, contó a Pausa Gustavo Mondino, director Artístico del festival. “Robert contagiaba y traía su alegría a los días del festival. Donde estaba se hacía notar y se hacía ver”, siguió recordándolo. Y Passarini lo secundó: “Roberto era la persona que bailaba en la calle el día de la inauguración, que bailaba cumbia o cuarteto en el pasillo de la combi que nos trasladaba a los periodistas, que reclamaba si no le gustaba la comida, poniendo la cara por todos. Superaba las dificultades siempre con un chiste y era el rey de la fiesta, nunca estaba cansado. Los festivales son muy lisérgicos, hemos llegado a ver seis espectáculos en un día, entonces pasaba mucho que ya no dábamos más y decíamos ‘bueno, yo me vuelvo al hotel’. Pero él era siempre el mascarón de proa: ‘¡Vamos! ¿Cómo que te vas a dormir?’.
—¿Y para vos, Miguel? ¿Qué era Roberto para vos?
—Yo lo defino con una especie de conjunción, una palabra extendida: ‘amigo-hermano-colega’.
El periodista de El Ciudadano y su par de El Litoral se conocieron a fines de los ’90, con ocasión de un Festival Internacional de Buenos Aires. El Rengo lo escuchó en una boletería pidiendo unas entradas, lo corrió (“como podía correr”) por calle Corrientes, le pidió el teléfono de su hotel (no eran épocas de redes sociales) y se encargó de que lo invitaran esa misma noche a la cena de Critea, de la que participaban los popes de la crítica teatral, insertándolo generosamente en ese mundo, casi sin conocerlo. Como hizo con tantos otros.
—Fue impresionante… Y de ahí en más, nos hicimos amigos. A las pocas semanas vino a Rosario, se quedó en mi casa, y se volvió familia para mí. Mi mujer lo adoraba, venía a los cumpleaños, a los eventos familiares. Una persona que nos abrió puertas a los periodistas y a los críticos teatrales en todo el país. Alguien muy especial, amante del teatro como pocos he visto en la vida. Vivía todo con mucha intensidad: era muy común verlo en las funciones reírse alocadamente o largarse a llorar… Una persona única. Única.
Según su amigo-hermano-colega, Roberto Schneider no solo es “una referencia” del Festival de Teatro de Rafaela, sino claramente uno de sus cogestores.
—Cuando se hace en 2004 la Fiesta del Teatro, que es el antecedente del Festival, comíamos todos en un salón muy grande. En una mesa estábamos los periodistas y unos metros alejada estaba la mesa del intendente, que era Omar Perotti en ese momento, a quien Roberto conocía, porque él iba a Rafaela desde muchos años antes, a cubrir todo lo que estrenaba el grupo Punto T y el taller La Máscara. Entonces lo trae a la mesa y nos presenta a todos. A partir de ahí se instaló que todos los viernes al mediodía del festival en la terraza de la Municipalidad, mientras Perotti fue intendente, nos hacía un asado. Era una charla, cada uno se sacaba el rótulo de periodista o de intendente o de director de festival y nos escuchábamos todos. Pero en ese primer almuerzo de 2004 Perotti dice “no se puede creer la cantidad de gente, son casi 20 mil espectadores”, y con Roberto, casi al unísono, le dijimos que eso lo tenía que capitalizar de algún modo. “¿Y qué hacemos?”, preguntó él. “Y… un festival que le dé continuidad a esto, una vez al año”, le contestamos. Y así empezó el Festival de Rafaela.
El 30 de julio de 2023, el equipo del Festival de Teatro de Rafaela le otorgó un reconocimiento a Roberto Schneider, que recibió muy conmovido. “Estuvo solo dos días, ya no estaba del todo bien. Hacía como tres años que no había podido ir. Me parece que de algún modo se fue a despedir”. El 9 de abril de 2024, el líder, el amigo, el gestor, falleció.