Terminó el FTR24, pero no sin dejar rastros. En esta crónica, las vivencias de dos días en ‘el Festi’: un acercamiento a las luchas de poder, las frustraciones humanas, la revisión del hacer propio y las batallas culturales libradas escena tras escena.

Era la última noche de continuado en la 19ª edición del Festival de Teatro de Rafaela. A las tres obras nocturnas de ese sábado 13 de julio le habían precedido otras 16, y después de ese día solo quedaba el domingo una función infantil en la plaza principal y la de cierre, en sala. Todas habían sido seleccionadas entre 400 que se postularon. La ciudad respiraba cultura desde el miércoles 10, cuando todo comenzó en las calles para luego fagocitarse hacia otros espacios, públicos y cerrados.

Ese sábado se vivía, entonces, una cierta sensación de despedida. De allí la aparente nostalgia que se respiraba en el ambiente, como partículas imperceptibles que sobrevolaban los escenarios y las gradas. ¿Sería nostalgia? Quizás, nomás, estábamos todos muy a flor de piel.

Nos esperaban tres funciones al hilo. De eso se trataba: de empacharse de obras. Pero también de que la vorágine no opacara los matices de cada pieza. Estábamos para intentarlo.

La primera fue Les Reyes, una farsa trágica en la que dos monarcas desquiciados se debaten la corona, según rezaba el programa del festival. Era una comedia, decía. Pero generó mucho más que risas: con la dirección de Felipe Saade, Mechi Beno Mendizábal y Damián Mai nos llevaron por el sórdido mundo de las monarquías (¿solo de las monarquías?), mientras la chelista Lucía Gómez azuzaba el dramatismo o insertaba picardía con su música y su sutil gestualidad.

Utilizando un dialecto inventado que, paradójicamente, se dejaba entender por completo —como el de unos Minions lúgubres—, el rey y la reina en guerra (a veces fría, a veces hirviente), nos mostraron su soledad y sus miserias de manera descarnada. La inocencia de los ‘diálogos’ y de un delicioso momento de danza demencial se conjugaba con una crueldad desmedida en las prácticas para conseguir o reafirmar el propio poder. Por instantes era difícil presenciar ese grado de crueldad, pero esos cuerpos, esos rostros, ese lenguaje, y también ese vestuario y esa escenografía, eran hipnóticos. Observarlos y escucharlos hacía rechinar los dientes y a la vez se volvía una necesidad. (En serio: ¿será que Les Reyes es sobre las monarquías? ¿Será, incluso, que es sobre épocas pasadas…?).

La siguiente función oficial del sábado 13 fue La singularidad de lo mismo. La pieza surgió del trabajo realizado en los Laboratorios de Creación del FTR24, que consiste básicamente en convocar a un director para que produzca una obra sin conocer previamente a sus actores y con solo 10 jornadas de ensayo. En esta ocasión, el desafío fue para el platense Santiago Gobernori, que no le sacó el cuerpo a arriesgarse con una pieza compleja para un elenco de una veintena de personas, quienes en ciertos tramos debían enunciar la letra al unísono e incluso ingresar en una atmósfera ‘meta’ para cuestionar su propio quehacer teatral. Sí, eso, todo eso, en una decena de ensayos entre desconocidos.

Del jueves 11 al domingo 14, parte de las mañanas se ofrecieron las llamadas ‘rondas de consultas’, valiosos espacios de intercambio entre hacedores y espectadores especializados. Cuando fue su turno, Gobernori no pudo evitar deslizar cierta inseguridad con el producto que había conseguido. Pero la devolución que obtuvo por parte de los periodistas teatrales que participaban de la ronda fue contundente: sea cual fuere la cantidad de ensayos que haya tenido, le dijeron, el resultado que logró fue extraordinario. Y realmente lo fue.

La última obra de ese sábado fue Sombras, por supuesto, de Romina Paula. La tosquedad cercana de Esteban Lamothe y la dulzura inocultable de Pilar Gamboa fueron recurrentemente quebrantadas por la oscuridad de los personajes de Esteban Bigliardi y Susana Pampin, en una comedia dramática incómoda, inquietante. Una potencial tragedia por resolver queda sin que nadie lo quiera vinculada a una tragedia personal ya consumada, mientras sobrevuelan las pequeñas frustraciones existenciales de quienes detentan ciertos lugares de poder, aún sin merecerlos.

El domingo 14, Rafaela se vistió nuevamente de fiesta. A la tarde, en una Plaza 25 de Mayo explotada de familias que asistieron a ver las Acrobacias en juego que desplegaron Daniela Dilorenzo y Charly Malleret, del circo Caravan. A la nochecita, en el centro cultural Manuel Belgrano, con La Orquesta de El Cuarteto del Amor, conformado por Leandro Tangenti (violín, voz y presentación), Nash Coll (guitarra y voz), Jorge Hunicken (flauta traversa y voz), Camilo Paz Daga (guitarra, percusión y voz) y Paulina Mendizábal (percusión y voz); más los músicos invitados Agustín Falco (batería y percusión) y Augusto Pozzi (contrabajo).

El cuarteto deleitó con sus melodías y su fino humor, en una deliciosa conexión con un público que le demostró su gratitud colmando el recinto y quedándose hasta el final, a las 20:45, a pesar de que Argentina se jugaba el bicampeonato continental desde las 21:00.
Por cierto, ¿habrá sido casualidad, semejante timing? Es poco probable. El equipo que se pone al hombro la organización, logística, dirección y comunicación del FTR no tiene fisuras. Y si las tiene, no se ven.

Tampoco es casualidad la elección de las 21 obras que participaron. Nada estuvo librado al azar. Más allá de las particularidades de cada una, había un hilo conductor invisible que entrelazaba la reivindicación de las diversidades, la convicción por defender la cultura y lo público, la confrontación de las hegemonías, la visibilización del poder y sus herramientas. Todos componentes de una batalla que el ‘Festi’ no parece estar dispuesto a abandonar. Hace 19 años trasciende gobiernos, coyunturas y crisis, y esta edición no iba a ser la excepción. El FTR late cada vez con más fuerza. Y su latir es el de un corazón guerrero.

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