Pasamos la parte más difícil del año, les digo a los de tercero. Leímos “Edipo Rey” y triunfamos: obra completa, lenguaje que traspasa siglos del griego hacia la traducción en castellano. Pudimos ver esos conceptos tan difíciles de las tragedias que son el estado de bienestar del héroe, su desmesura, el reconocimiento de la verdad y nuestro alivio por la catarsis.
Ahora saltamos muchos siglos de Grecia a Inglaterra y paramos, en el Delorean de la lectura de la clase de Lengua, en Shakespeare. Con “Romeo y Julieta”, es la primera vez en el año en los terceros me piden que no pare de leer para explicar. Antes, con Edipo, el lenguaje fue tan difícil cuando habla el coro (pero tan directo cuando habla Edipo o Yocasta o los testigos de la infancia del rey) que les resumo las intenciones y les digo acá lo retan a Edipo, acá lo felicitan, acá le dicen momentito, señor. La historia es muy cruenta, sobre todo cuando llegamos a la revelación del incesto no elegido. Pienso, sé, que no es mucho más cruenta que la de cualquier historia: te cría una familia que no sabías que no era la tuya, alguien abre la boca en una fiesta, tenés que tragarte la verdad de la adopción, averiguar sobre ella, irte de tu casa, llegar a otra y recomenzar tu destino en una familia verdadera pero equivocada.
Pero respiramos con Shakespeare, y nos encanta. Nos suena el lenguaje en los oídos y queremos más. En Romeo y Julieta hay un ritmo actual, oral y popular, al contrario de lo que se cree. Algo parecido al rapeo cuando hablan los criados, Mercuccio o el ama. Nos deleitamos. Dejamos correr la lectura desde el inicio, que arranca a las cuchilladas en la calle, entre sirvientes de las dos familias enfrentadas. En uno de los cursos sé que dos alumnas también se miraron cruzado como en esa primera escena y que ahora las aguas están quietas. Sé, porque el curso está partido al medio (dos filas de bancos vacíos tajean el territorio del curso) que hubo varias clases donde el aire fue veneno. Sé, y no daré ningún discurso, que los ojos, los gestos y los silencios de los estudiantes mientras leemos, entienden que lo que sucede entre Montescos y Capulettos es una herencia vieja.
¿Quiénes queremos ser? Veo la pregunta en sus caras. ¿Los ciudadanos que piden orden al príncipe, los que dicen fuera Montescos, fuera Capulettos? ¿El príncipe que advierte con la ley de dios que la próxima, ejecuta o destierra? ¿Romeo, que no participa y suspira por Rosalina, perdido y solo, allá en el bosque? ¿Seremos Julieta casándose con Paris por obediencia familiar?
Mientras escribo esta columna, todavía no terminamos de leer la obra. Elegí una traducción que no evita las alusiones al cuerpo y la virginidad de hombres y mujeres. Cuando releemos clásicos universales (y no había releído Shakespeare desde la facultad) el texto viene a uno como es, diría Cobain. Lo leo como si fuera la primera vez, igual que los dos amantes esperan el cuerpo del otro. Me reencuentro con Mercuccio y vuelvo a enamorarme de su personaje que habla sobre vivir y soñar, arrasados por la ficción, esa otra vida posible y también terrible.
Mientras leo en voz alta y quiebro la promesa de leer sin respirar para llegar pronto a la escena del beso, nos preguntamos muchas cosas con mis alumnos: ¿por qué Romeo tiene un presentimiento antes de entrar al baile de máscaras? ¿por qué Mercuccio sueña con la Reina Mab, la engañera de los sueños que te lleva a volar? ¿por qué Romeo olvida a Rosalina apenas ve a Julieta? ¿por qué Julieta se enciende con el roce de Romeo sobre su mano y pide que ese roce se transforme en un beso? ¿por qué Julieta le dice a la noche, en el balcón, “Romeo, tómame entera”?
Esta obra no es de amor romántico, profe. No, no es. Es una obra de cuerpo desde la primera escena. Ya llegaremos al final, pienso pero no se los digo todavía, y verán que el único enfrentamiento de la obra es, como dice Carlos Gamerro, entre el mundo de los adultos y el de los jóvenes. Por el momento estoy exaltada con el descubrimiento de la clase de que el amor romántico es otra cosa y no está en esta obra. Y que la risa viene a nosotros, a nuestro cuerpo lector, con los chistes de doble sentido del dionisíaco Mercuccio, con la picardía y la ternura del ama de crianza de Julieta y con los dos enamorados, que se besan en el medio de la fiesta, mientras los demás se mueven a su alrededor en el baile de las máscaras.