Por Fiorella Anahí Gómez, artista plástica qom, nieta de Matilde Romualdo, bisnieta de Silveira Romero, y tataranieta de Lorenza Molina, sobreviviente de la masacre de Napa’alpi. Estudiante de la carrera de Lengua y Cultura qom del CIFMA.
Voy a contar sobre Napa’alpi. Antiguamente nadie quería hablar de Napa’alpi. Era algo malo hablar de Napa’alpi. ¿Por qué? Porque Napa’alpi significa cementerio. Los muertos, el lugar de los muertos, algo oscuro. Entonces nuestros abuelos sólo se lo contaban a su familia intima, ni siquiera a los vecinos. Era una historia que no podíamos hablarlo con nadie. Solamente la abuela nuestra, Matilde Romualdo, nos decía que nosotros no teníamos que hablar de Napa’alpi ¿Por qué? Porque si no íbamos a ser buscados. Decía: "Porque si nosotros decimos que somos descendientes nos van a buscar y nos van a matar, nos van a meter presos". Lo que sucedió en Napa’alpi no fue algo que nosotros ya sabíamos, sino que fue una masacre pura. Nadie se defendió en ese momento. Fuimos nosotros tratados como animales salvajes. Porque es así como nos veían. Y es así como nos han visto por mucho tiempo a nosotros los que somos de los pueblos originarios.
Ahora yo soy joven, entonces esa enseñanza, ese miedo que nos plantaron de no hablar, de no decir. Yo en mi adolescencia no me reconocía como aborigen. Porque para mí era malo. Eso me hicieron creer a mí por mucho tiempo.
Sin embargo, narrar Napa’alpi hoy nos da mucha fuerza. Porque creo que es la fuerza de nuestros ancestros que no pudieron hablar. Que no pudieron defenderse. Hoy en día yo puedo hablar, defenderme en castellano, cosa que mis antepasados no podían. No podían defenderse, eran culpados de muchas cosas que ellos no cometieron. Nosotros siempre fuimos pueblos libres, naciones libres y hemos sido sometidos por el Estado argentino. Ese es algo claro que se nos quedó.
Nosotros desde donde estoy yo, no fuimos conquistados por Colón. Colón no llegó ahí, sino que fueron los mismos colonizadores desde otros países que fueron llamados acá al territorio del Chaco diciendo que el territorio del Chaco estaba deshabitado, que no había habitantes. Pero nosotros estábamos. Mis abuelos estaban ahí, mis antepasados estaban. Somos dueños de esta tierra. Como siempre nosotros nos ponemos en esa postura.
Entonces gracias a los historiadores, a los investigadores y gracias a esos cinco ancianos que decidieron contar la verdad ahora sabemos. El Estado demandaba testigos, esos testigos somos nosotros, los descendientes. Porque ellos ya no están. Pero somos nosotros las ramas que hemos quedado, ellos fueron nuestras raíces. Y siguen siendo para nosotros.
Retomando, hablar de Napa’alpi, como yo digo, antiguamente era algo malo. Hoy en día, hablar de Napa’alpi nos da fuerzas. Nuestros propios ancianos, nuestras abuelas y abuelos, tíos que ya nos están, nos dan fuerzas para poder contar. Es como que la sangre misma clama justicia. La misma sangre.
Yo me contengo mucho de hablar porque es algo que a mi me duele. Napa’alpi sigue doliendo todavía. Nos afectó mucho en la pérdida de nuestra lengua. Tal es el caso que las personas de mi edad ya no son más hablantes continuos de la lengua. Muy pocos son los que se expresan en nuestra lengua. ¿Por qué? Por el miedo a hablar en nuestra lengua, ahí donde estoy viviendo, en Colonia Aborigen. Y de que seamos atacados. De que seamos burlados, de que mucha gente nos traicione o se abucen de nuestra nobleza, de nuestra inocencia.
Y todo eso llevó a nuestros abuelos a no enseñarnos nuestra lengua madre, nuestra lengua qom. Y hoy en día narramos Napa’alpi sostenidos por estas leyes, sostenidos por estos historiadores. Uno de los principales es Juan Chico. Juan vivió en Colonia Aborigen y el llegó una vez a hablarle a mi abuela, Matilde Romualdo, y le dice: "¿Matilde, no va a contar de Napa’alpi?". Porque el sabía que mi abuela era descendiente. Y mi abuela de dijo: "No. Si vos queres yo te voy a contar la artesanía como yo hago, pero Napa’alpi no. No porque ustedes me van a grabar y después me van a buscar". Decía mi abuela. Y era ese miedo de no poder decir "Sí, es verdad". Esa masacre se tapó por mucho tiempo, estuvo tapada. Los diarios de La Nación, de ese entonces decían "Se levanta", "Vuelve el malón en la reducción de indios de Napa’alpi". Todos esos títulos que nos ponían, como indios salvajes. Porque así es como nos titulaban a nosotros.
Y nosotros resistimos a través del silencio. A través del silencio resistimos y la historia nuestra que es narrada por las noches. Así es como se mantuvo esta historia. Y fue contada por otras naciones más, que estaban ahí, como los moqoit, los vilelas. Y así muchas personas supieron nuestra historia, pero en susurros, en secreto. ¿Porqué? Porque si se enteraba la policía o personas de arriba, del gobierno, temíamos ser masacrados nuevamente. Temíamos estar presos por decir que fue verdad.
Y estos cinco ancianos, la Cacica Dominga, Rosa Grilo, Pedro Balquinta, Melitona Enrique y Rosa Chara, se atrevieron a declarar. Se atrevieron a contar y rompieron ese silencio y es así donde surgen los demás historiadores y es así donde surgen más personas interesadas en conocer nuestra historia. Esta historia que va a ser contada en las escuelas. Y eso que nadie sabía, ni siquiera de nuestra existencia. Sin embargo, hoy narramos Napa’alpi pero con fuerza. Hoy narramos Napa’alpi sin miedo a callar, sin miedo a levantar nuestra voz.
Yo me dedico a hacer cuadros, canciones. Cuento lo que es mi historia y es una manera de inmortalizar nuestras enseñanzas, nuestros relatos y poder seguir contando a través del arte. Es a lo que me dedico, esa es la manera.