En la Ciudad de México está el laberíntico barrio de Coyoacán, donde vivieron León Trotsky, Frida Kahlo y Diego Rivera. Mercado, arte y turismo se conjugan en “el lugar de los que poseen coyotes”.

Por Juan Pablo Gauna

Un túnel colorido y pleno de objetos apilados conduce al principal mercado del barrio turístico de Coyoacán. Las vestimentas típicas se corren como telones para poder avanzar entre los puestos sobre la vereda de acceso. Los pasillos son estrechos y conducen a un predio que ocupa casi una manzana. Los puestos se suceden caóticamente y cuentan con nutridas estanterías, con objetos para el comercio y alimentos locales. El lugar parece interminable y produce atracción, a la vez que aturde. La variedad de tonalidades que se percibe y las fragancias yuxtapuestas son un desafío para todos los sentidos.

Luego de deambular dejándonos sorprender por las ofertas, establecemos una pausa. Seleccionamos los platillos a degustar y optamos por: tacos de pulpo, palta y tomates, saborizados con salsas picantes, y empanadas fritas de camarones. Elegimos los refrescos característicos mexicanos y nos cuidamos de no enchilarnos ―descompostura muy común por el consumo de picantes, que viven los turistas temerarios en materia gastronómica.   

A Coyoacán se arriba desde el centro histórico de la Ciudad de México a través de la línea 3 del subterráneo. Bajando en la estación Copilco se aprecian murales distintivos de esta metrópolis, los cuales transforman el entorno en una galería de arte bajo tierra. Ascendiendo se llega a los típicos puestos callejeros, y se puede acceder a pocas cuadras al campus de la UNAM. En dirección contraria es posible pasear un buen rato hasta llegar a la zona turística de esta demarcación política. Allí conviven edificaciones de la época colonial, calles adoquinadas y laberínticas, con plazas, ferias y los clásicos comercios mexas. 

El vecindario es amigable para la caminata por sus calles bordeadas con árboles añosos, por sus plazas ubicuas para el descanso, y por las ferias con un profuso intercambio cultural. En Coyoacán conviven los foráneos y los locales, preservando la atmósfera cosmopolita legada por sus residentes ilustres, artistas e intelectuales de la talla de: Miguel Ángel de Quevedo, Dolores del Río, Emilio “indio” Fernández, Salvador Novo, Aurora Reyes, León Trotsky, Frida Kahlo y Diego Rivera. Haciendo honor a la nutrida vida cultural, se suceden los cafés, restaurantes ―la cantina La Coyoacana es una opción muy elegida―, librerías ―entre las que se destaca U-Tópicas, espacio feminista―, iglesias antiguas y galerías. También se combina el paseo al aire libre con artistas callejeros, la exhibición de esculturas, pinturas y música de ocasión.  

Una larga fila doblando a la esquina anuncia que en la intersección de las calles Londres y Allende se erige el Museo Frida Kahlo. La Casa Azul es un emblema del arte y recibe visitantes de todo el mundo. Ahí se atesora obras, recuerdos y las memorias de una de las artistas americanas más trascendentes. Desde su inauguración en 1958, en esta casa y en sus jardines se exponen objetos personales y pinturas de Diego Rivera y la artista, documentos, libros, fotografías y muebles que conformaron el ambiente en el que Frida se inspiró para crear. Este homenaje museológico se corona con el Parque Frida Kahlo, ubicado en la esquina de Fernández Leal y avenida Pacífico, que ofrece un ámbito de relax para el paseante y bellas esculturas para admirar. 

Esta zona es un espacio propicio para el desarrollo de diversas disciplinas artísticas, ya que es una delegación que donde se hayan dependencias de la Universidad Nacional Autónoma de México, escuelas y talleres de música y arte ―en la materia, es ineludible la visita al Centro de Artes Vivas. Estas vivencias pueden combinarse con el recorrido por espacios verdes como Viveros de Coyoacán, donde se puede respirar aire puro, disfrutar de la naturaleza, y practicar meditación, yoga o tai chi. Simplemente es Coyoacán: “el lugar de los que poseen coyotes”.