¡Que no se apague esta alegría! Domingo por la noche. Estoy de vacaciones en Mendoza. Ciudad de avenidas y monumentos heroicos. Gloria de nuestro continente. La cordillera y el libertador. Territorio majestuoso inolvidable. Paisajes en lienzo y colores de nuestra tierra hechos bandera. Patricias mendocinas confeccionando nuestro emblema. Mujeres que son patria. Mendoza. Pueblo de humildes que recogen la vendimia y de algunos pocos que cosechan sus frutos. La desigualdad a lo largo y lo ancho. La argentinidad al palo. La final se demora, pero el vino nos une. Terminamos tarde en una caravana bajo cero, cantando las calles de la ciudad. ¡Que no se apague este delirio! Ya es lunes. Dormimos poco y estamos exhaustos. Recibimos memes, audios, reels y mensajes. Nos emocionamos en redes y compartimos este triunfo invernal. Viajamos en familia y tenemos 12 horas de retorno a casa. No puedo escribir desde el celular y sobre ruedas. Le doy respiro a tanta ansiedad. Mateamos con amor. Llegamos de noche. Nos acostamos el martes. Ojalá que al despertar, la felicidad no se haya consumido.
Una serie sobre resiliencia. En el fútbol y en la vida. Un capítulo para cada personaje. Con su historia y su pasado, con sus anhelos, derrotas y frustraciones, y un final que te deja con ganas de ver el siguiente episodio. Una trama extraordinaria, y pequeñas subtramas para sostener esa historia épica. Nicolás González, afuera de Qatar en el último momento y hoy pulmón izquierdo de grandes esfuerzos. Cuti y Licha, la amistad para resistir y construir cerrojos. Adaptarse y sobrevivir. Sostener el título. La mitad de siempre, la de las tres estrellas. Montiel y Taglia para las finales. Le damos descanso a los bailes de Dibu. Paredes, Lo Celso y Martínez, los cambios para elaborar un gol consagratorio. Lionel Scaloni y su liderazgo simple y humilde. Confiar y pertenecer. Di María, corazón infinito de estas tierras gauchas que ahora son tatuajes. Ángel redentor, saludando uno a uno a los adversarios.
El equipo de los veteranos admirables. Viejitos sensibles que nos emocionan con y sin botines. El llanto de estos héroes atraviesa la masculinidad de nuestros viejos y nuestra infancia. Llorar para sanar, para superar la angustia y ocupar un nuevo rol, lo que toque hacer, en el momento necesario. Capitán de nuestras emociones. Padre nuestro que estás en el juego. Quiso el destino que tuvieras que entregar la cinta antes de tiempo. Intentaste hacer pie con ese tobillo maradoniano. No era necesario. No estás solo. Hay un equipo sosteniendo el as de espada. ADN transmitido en cada mate y concentración. Un plantel cargado de talento, multiplicador de esfuerzos. Lo hacen por vos, desde el primer día. Así de grandes son las ideas.
Estados Unidos y una organización impresentable. Las canchas de otras disciplinas nunca jugarán este deporte de masas. Podrán construir los mejores estadios con accesos y comodidades, musicalizar como nadie, ofrecer las mejores franquicias a la hora de cenar y hacer algo de soccer, pero no tendrán el fútbol de raíces sudamericanas. Dueños de la contradicción al multar a un entrenador por llegar tarde, y luego Shakira estira un entretiempo de forma incomprensible e inédita. Espectáculo de luces que a nadie le interesa ver. Ojalá que sus algoritmos y métricas sean analizadas y el negocio no arruine el próximo mundial.
¡Somos bicampeones! Que no se apague esta historieta de escribir para períodico cuando juega la selección. Pausa. Un poco más tarde, o justo a tiempo. Que no se olviden mis hijos que nos quedamos sin bocina de tanto festejar. Que viva este privilegio de respirar fútbol en épocas de esta selección. Que sigan narrando historias de superación en cada estrofa. De emocionarnos con esa partecita del himno que posterga la picada. Que no se enfríe este corazón celeste y blanco. Que haya tiempo para juntar pases, en el Maracaná, en Wembley, Qatar o Miami. Y que el juego nos guíe entre sonrisas y abrazos, para seguir disfrutando de otro título inolvidable.