Alberto Fernández, el doble discurso y el uso político de la violencia de género

Alberto Fernández
Foto: Mauricio Centurión

Las formas patriarcales de conducción no son exclusivas del peronismo. El combate contra la violencia de género fue insuficiente durante la gestión de Alberto Fernández, pero existió. Con Milei, está ausente.

Por Sonia Tessa

La revelación sobre la violencia machista extrema a la que Alberto Fernández habría sometido a su pareja, Fabiola Yañez, tiene un efecto expansivo difícil de mensurar. 

Mientras los medios tradicionales se apuran a emitir una novela de 24 horas diarias, en las redes sociales se viraliza la pregunta ¿dónde están las feministas?, un caballito de batalla de la guerra declarada contra el movimiento emancipatorio que sacudió a la Argentina, y al mundo, durante los primeros años de este siglo.

Al muy fallido gobierno de Fernández sólo le faltaba este despliegue de doble discurso, que tampoco sorprende. Los medios se solazan en las frases célebres del entonces presidente, que las feministas criticaron in situ. 

Dijo que le tocaba poner fin al patriarcado, se puso corbatas verdes. ¿Lo hizo porque quiso? Claro que no: era parte de su ropaje “progre”, ese que ahora le critican, en lugar de poner el foco en el aumento de la pobreza durante su gestión y la falta de conducción política de una coalición con internas a cielo abierto, por ejemplo. 

Fue Alberto Fernández quien creó el Ministerio de las Mujeres. Una herramienta institucional que existe en distintos países del mundo (en España, es de la Igualdad, por ejemplo), y tenía objetivos que excedían en mucho al gobierno de turno.

Ninguna de esas palabras, o acciones, fue una dádiva de un dirigente más preocupado por conservar el poder patriarcal que por mejorar la sociedad que le tocaba presidir. 

Fue el movimiento feminista, de mujeres y disidencias sexuales movilizadas el que instaló la necesidad de políticas públicas contra las violencias.

El 3 de junio de 2015, una inmensa –inesperada- movilización cruzó el país, de norte a sur y de este a oeste, en las grandes ciudades y en muchísimos pequeños pueblos. Fue un límite a las violencias machistas, cuya máxima expresión son los femicidios. 

Y aunque hay un mito que ubica a ese hito como de generación espontánea, hay una larga historia que precede a semejante límite: los Encuentros (Pluri)Nacionales de Mujeres, lesbianas, travestis, trans, intersex y no binaries habían recorrido todo el país, creando un feminismo capilar que no conviene dar por derrotado. 

En la Argentina, todo club de barrio, asociación profesional, ONG, biblioteca popular, tiene su comisión de mujeres, ahora de género. Y si bien está de moda denostar a ese inmenso movimiento, los repliegues no son eternos.

Ni Una Menos cambió la conversación: las violencias machistas comenzaron a nombrarse como un contínuum, que culminaba en golpes y femicidios, pero empezaba en todos los ámbitos, con discriminaciones menos visibles. 

Mientras tanto, la política se adaptó, como en El gatopardo, para seguir siendo patriarcal: cada ley, cada reglamentación, se logró por la militancia y la convicción de miles de feministas que estudiaron, insistieron, empujaron. 

Las políticas públicas se disputaron palmo a palmo de forma transversal. En el gobierno del Frente de Todos, las feministas llegaron a crear su propia corriente, Mujeres Gobernando, para gambetear el machismo que enfrentaban cada día en sus gestiones cotidianas. 

La política siguió –sigue- siendo patriarcal: a los varones, el poder no sólo les permite disponer de dinero, influencias, negocios, también de los cuerpos de mujeres codiciadas. 

El presidente –ahora hay pruebas, pero antes era un secreto a voces en los ámbitos más cercanos a la política- dedicaba su tiempo, que la mayoría de la población esperaba enfocado en mejorar su vida, a conquistar chicas. Chicas bonitas, jóvenes, famosas. 

Y, para sorpresa de nadie, ahora son ellas las que están pagando los platos rotos: los nombres que se convierten en tendencia en X son los de las supuestas “conquistas” del ex presidente. 

La foto que ocupó la tapa del diario de mayor circulación el país fue la de una chica que coqueteaba con el ex presidente en la Rosada. Y el ex presidente, cual “viejo verde” le pedía que le dijera “algo lindo”. 

¿Cuál es el reproche hacia ella? El que había recibido el voto de 12 millones 946 mil personas para conducir la Nación había sido Fernández, no ella. 

Después, se develó que la joven elegida para el escarnio público era, también, la pieza sacrificial destinada a castigar a otro varón: su pareja, José Glinsky, actual diputado nacional de Unión por la Patria, que era el jefe de la Policía de Seguridad Aeroportuaria cuando se filtraron las fotos de un viaje de funcionarios judiciales y del multimedio Clarín a Lago Escondido, un territorio “comprado” por Joe Lewis, en disputa con las comunidades indígenas. 

¿Hay algo más patriarcal que inmolar a una mujer para castigar a su pareja?

El foco, siempre, debería ser el ex presidente Alberto Fernández. 

Que, además, Fernández golpeara a su pareja, deja a muchas feministas en estado de estupor. Cómo asimilar semejante hipocresía. 

Había sido disonante que el presidente acusara a su “querida Fabiola” del episodio que fue determinante para su drástico divorcio con la sociedad, la fiesta de Olivos (ahora se sabe que fueron muchas más, y que Fabiola no era la organizadora de esos otros encuentros). 

Fabiola fue –desde 2021– la destinataria del desprecio que el gobierno generó en quienes vivieron la cuarentena por el covid como una afrenta personal.

Si hay un punto de inflexión en la relación entre el presidente que llegó al poder con el 48% de los votos y la sociedad fueron aquellos meses de aislamiento, en los que muchas personas –en la Argentina, la mitad de la economía es informal- se sintieron abandonadas a su suerte, esquiva ante la parálisis de la actividad. Y hay que sumarle esas tantas que, aún con sus vidas materiales resueltas, no pudieron acompañar a sus familiares enfermos, o despedir a sus muertos.  

Es verdad, y hay que recordar, que la Argentina tuvo una gestión de la crisis sanitaria que fue valorada en un principio. Es cierto, también, que hubo políticas públicas destinadas a paliar los problemas que acarreaba la cuarentena (la más extendida, el Ingreso Familiar de Emergencia, fue impulsada por la feminista Mercedes Dalessandro). 

Sin embargo, durante esos meses, y a caballo de una intensa campaña de la oposición para horadar las políticas oficiales, hubo una parte de la sociedad que se sintió ofendida, burlada, aleccionada desde la cómoda posición de quienes tenían un ingreso asegurado en sus cuentas sueldos. 

Más allá del esfuerzo de algunas investigaciones de la sociología, esa fractura no es ponderada en su justa medida en la conversación pública.

Los privilegios de la dirigencia política tuvieron una expresión gráfica en la famosa foto de Olivos, pero hubo muchas más manifestaciones en distintos soportes. En la red social Instagram, quienes podían mostraban sus actividades hogareñas mientras cientos de miles se desesperaban por organizar la alimentación de manera comunitaria, salían a la pesca de un peso aunque viniera con virus, y se enfrentaban a la precariedad de sus vidas. 

Fabiola, entonces, se convirtió en la imagen misma del “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. 

Lo cierto es que el decreto del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio, ASPO, lo firmó el presidente de la Nación. Dictó una regla que no cumplió. 

La palabra pública mancillada entonces, nunca se recuperó.

La frutilla del postre de su descrédito es la imagen de Fabiola con un ojo morado, difundida de forma muy irresponsable por muchos medios de comunicación, hasta que el propio Ministerio Público Fiscal pidió que no se revictimizara de esa manera a una mujer que sufrió violencia machista. 

La imagen de una mujer con un ojo morado tiene una historia en la Argentina. “Dame una piña”, decía una con tono sensual en una publicidad de 1985. Las feministas –que no eran tantas pero sí muy aguerridas- se hicieron escuchar, no se podía banalizar así la violencia.

Y la falta de perspectiva de géneros en los medios de comunicación también tiene historia. El tratamiento de la violencia contra Fabiola fue revictimizante desde el momento en que se difundió sin pedir su consentimiento. La investigación, sus fotos, salieron antes, incluso, de su decisión de denunciar. Luego, la propia Fabiola salió a contar su historia. 

¿Hay uso político? Por supuesto. La operación de los medios tradicionales es encapsular la violencia machista en los golpes de Fernández, asimilar el poder patriarcal, únicamente, al partido Justicialista. Los nombres de José Alperovich, Fernando Espinosa, Martín Insaurralde, y el propio Fernández construyen una forma patriarcal de la conducción política que no es exclusiva del peronismo. 

Sin embargo, hay un amplio sector social que ubica en el peronismo lo peor de la política. Y será esa fuerza política la que tendrá que hacer su profunda autocrítica: ahí donde los discursos nacionales y populares se chocan con acciones que profundizan los privilegios, no habrá espacio para una construcción política emancipatoria. 

Es cierto que los dirigentes de las derechas tienen otras prerrogativas. Mauricio Macri fue denunciado de forma insistente por Lorena Martins, la hija del proxeneta Raúl Martins, como socio de su padre. Pero los medios de comunicación no se dieron por enterados. Porque el blindaje mediático de los sectores políticos más afines al poder económico siempre los exime de dar explicaciones públicas de sus violencias. Violencias que ejercen sin pudores, sin contradicciones. 

Y el mismo gobierno que ahora se llena la boca hablando de la violencia de Fernández, el de Javier Milei, destruyó todas las políticas para prevenir, sancionar y erradicar las violencias contra las mujeres. Ahora se acuerdan del teléfono 144, pero antes lo desfinanciaron, echaron al 38 por ciento de sus trabajadorxs. Y en lo que va del año se ejecutó un 28% menos de presupuesto de la Línea 144, en comparación con el primer semestre de 2023, según datos elaborados por el Equipo de Justicia y Género, ELA. 

El presidente Javier Milei consideró que, ante la denuncia contra Alberto Fernández, había sido un acierto eliminar el Ministerio de las Mujeres. Por supuesto que lleva, como se dice popularmente, agua para su molino. Ahora, ¿y las cientos de miles de mujeres que encontraron algunas respuestas en las políticas públicas de ese organismo? 

El mismo informe de ELA indica que “la línea 144 recibió 10 mil comunicaciones consultando por el Programa Acompañar, que era una ayuda económica para mujeres que la necesitan para poder salir de un vínculo violento. Se ejecutó 82% menos del presupuesto de este programa comparando con el 1er semestre de 2023. En el primer trimestre del 2023, lo habían recibido 34.023 personas mientras que en el primer trimestre de 2024 sólo 434 lo recibieron. Es decir, un 98,63% menos”.

Esto significa que prácticamente se eliminó una herramienta que les permitió a mujeres sin recursos salir de la casa de su agresor. 

En el país, desde el 1° de enero al 31 de julio de 2024, se produjeron 151 femicidios y vinculados de mujeres y niñas, 3 lesbicidios, 2 trans-travesticidios y 12 femicidios vinculados de varones adultos y niños, según el informe del 2 de agosto pasado del Observatorio de Femicidios en Argentina “Adriana Marisel Zambrano” que dirige La Casa del Encuentro. 

Las políticas contra esas violencias pueden haber sido insuficientes durante la gestión de Alberto Fernández, pero existieron. Y fueron garantizadas por cientos de miles de activistas territoriales que acompañaron a las víctimas en su derrotero siempre difícil.

Esas herramientas hoy brillan por su ausencia. 

Si el gobierno usa la denuncia contra Alberto Fernández para mancillar a los feminismos, también es necesario advertir que la consecuencia de las acciones de este gobierno, la eliminación de los programas Acompañar o de las reparaciones de la ley Brisa, son violentas para millones de argentinxs. 

Y la principal violencia es el ajuste económico que arroja a la pobreza y a la indigencia a millones de mujeres. En la Argentina hay un millón de niñxs que se van a la cama sin comer. Hablemos de violencias. 

La instrumentación política de la denuncia contra Fernández no puede tapar la inmensa gravedad de sus acciones. Tampoco, la presunción de su inocencia, una garantía constitucional vapuleada. 

Si en la Argentina, la mayoría de las personas detenidas están procesadas, sin condena, la idea misma del debido proceso es una ficción para millones de argentinxs. 

Son muchxs las feministas que vienen debatiendo contra el punitivismo. En especial, desde 2018, cuando la denuncia de Thelma Fardin acompañada por Actrices Argentinas, en diciembre de ese año, puso en el centro de la agenda las violencias sufridas durante años sin castigo. Se precipitaron debates y escraches públicos. 

Amplios sectores del feminismo discuten los métodos, las herramientas, para erradicar las violencias machistas. Interpelan a quienes quisieron asimilar la solución a las violencias machistas con la cárcel, los castigos, el código penal. 

El movimiento feminista es heterogéneo, amplio. Hay muchos feminismos, y varios sostienen que la violencia patriarcal no se combate con “las herramientas del amo”, para usar una frase de Audrey Lorde, poeta feminista afroamericana. La apuesta es a la transformación social, antes que al castigo.

Se ha escuchado poco en los medios de comunicación, pero ese debate existe. 

La política patriarcal no quiere transformaciones, quiere obediencia, privilegios, jerarquías. 

Por eso, aún antes de la difusión de la denuncia contra el ex presidente, era un error considerar que el gobierno anterior fue feminista. Nunca puede ser feminista un gobierno que tolera, o profundiza, la desigualdad. 

Endilgarles a los feminismos la conducta violenta de Alberto es otra canallada. ¿Cómo podían saber? ¿Cómo podían adivinar que aquel “aliado”, en verdad, ejercía violencia en su pareja? 

Lo que siempre supieron, la mayoría de las feministas, era que el fin de las violencias nunca será una dádiva del poder. La construiremos entre todxs.

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