Un bosque nativo ribereño de la Costanera Este fue talado por un privado a principios de agosto, ante la pasividad de la Municipalidad. En tiempos de crisis climática, ¿por qué es importante que haya un diálogo público sobre nuestro ambiente fluvial y nuestro cuidado de la flora costera?

Por Ing. María Angélica Sabatier, Arq. Paulo Chiarella y Prof. Manuel Berrón

En las noches del 1 al 3 de agosto, una cuadrilla contratada por un privado se ocupó de talar el bosque nativo ribereño de alisos y sauces que espontáneamente se había generado en el entorno de cabecera norte de la Costanera Este, a pocos pasos del mencionado parador. Esta cuadrilla fue vista por diversos transeúntes quienes realizaron denuncias al 911 y al 0800 de la Municipalidad. Ambas instituciones respondieron con su presencia y no constataron, aparentemente, ninguna irregularidad. 

Así las cosas, el bosque expiró en mucho menos tiempo del que tardó en ver la luz. 

Casi de modo simultáneo, en pocos días, cuadrillas municipales se ocuparon de retirar los restos de la tala. Finalmente, el viernes 9 de agosto se realizó un evento de magnitudes considerables en la parte baja de un parador –la “Fogata 2024”, con tres escenarios–  y donde hubo un bosque, fue instalada una batería de baños químicos de la fiesta.

La actividad de este privado y la pasividad de la Municipalidad alertó a diversos ciudadanos quienes nos sentimos interpelados por los acontecimientos. En ese marco nos preguntamos quién autorizó los trabajos. ¿Había una programación que contaba con el visto bueno de la Municipalidad? Si la respuesta es afirmativa, sería importante que se conozca y que las autoridades competentes den las explicaciones correspondientes. Y si la respuesta es negativa, sería muy importante que la Municipalidad tome cartas en el asunto y, si fuera el caso, sancione a los privados que eliminaron el bosquecito. En cualquier caso, creemos necesario llenar el silencio con la voz autorizada de la Municipalidad para que de cuenta de los hechos.

Tala y silencio

Sin embargo, hay razones que nos hacen sospechar que el accionar fue incorrecto. En el marco municipal rige la ordenanza 11.748 que sanciona el Reglamento de Ordenamiento Urbano (ROU). Dicho reglamento establece y define las “áreas ribereñas” que consisten “en extensiones de tierra urbana o urbanizable, tanto de dominio público como privado, caracterizadas por su condición ribereña, cuyo valor es estratégico debido a que allí se establece la relación de borde entre la ciudad y los distintos entornos fluviales de su ejido y al hecho de que son necesarias como territorios protegidos o afectados según el caso de conformidad con la Leyes provinciales N° 11.717 de Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable, N° 12.175 del Sistema de Áreas Naturales Protegidas”.

No resulta para nada claro que la “protección” del entorno del área ribereña pueda consistir en talar el bosquecito. Al contrario, parece que se realizó un daño explícito que afectó a un proceso natural del que todos los santafesinos fuimos testigos privilegiados: el nacimiento del bosque y la exuberante flora y fauna a la que dio cobijo. Quizás exista una buena explicación, pero no la conocemos y mientras la autoridad permanezca en silencio, sólo cabe sospechar que la justificación no es buena.

El silencio nos hiere más porque no es justo con el proceso de aprendizaje que se gestó en torno al nacimiento de estos bosques fluviales. 

Bosque nativo de la Costanera Oeste. Foto: Hernán Retamoso.

La ciudad de Santa Fe es una península que está ubicada entre dos sistemas fluviales extraordinarios como son el del Paraná y el del Salado. Está situada a la vera de un extenso sistema de islas que conforman un inmenso humedal. Esta particularidad hace de nuestra ciudad un lugar privilegiado que, sin embargo, nos obliga a aprender a vivir en él. 

Hay una vieja contraposición entre hombre y naturaleza que se reactualiza regularmente cuando suceden eventos extraordinarios como pueden ser, en nuestro contexto, las inundaciones de 1982 o de 2003. Sin embargo, desde 2019 fuimos testigos de un proceso histórico de sequía en la cuenca del Paraná que dio origen a una bajante extraordinaria. Es en ese lecho descubierto donde la naturaleza, el ecosistema del valle de inundación del Paraná, hizo ver la luz a ese sorprendente montecito de alisos. 

Estos árboles se caracterizan por crecer en los bancos de arena y dar el puntapié para todo lo que viene después: más árboles, más plantas, insectos, pájaros, roedores, ofidios, etc. Así es el entorno de Santa Fe, así es el sistema de islas del Paraná.

Crecer con el bosque nativo

Alrededor de este surgimiento espontáneo hubo una decisión de la gestión municipal anterior que consistió en proteger este fenómeno y deslindar dos tipos de áreas: una para que los bosquecitos se desarrollen plenamente y otras que pudieran funcionar como solariums o balnearios. Esta decisión obtuvo un premio internacional relevante por su enorme valor y, sobre todo, por el cambio de paradigma que supuso. Allí es donde la naturaleza nos ayudó a reflexionar, a discutir, a intercambiar posiciones y donde nos mostró un proceso extraordinario de florecimiento de la vida en el lecho de la laguna. 

Muchos reclamaron “cortar todo” y “sacar la mugre” mientras que otros tildaron a la gestión de “inoperante”, “haraganes”, etc. El punto es que todo el proceso sirvió para que haya diálogo y un reconocimiento del fenómeno que se estaba dando. Además, el tiempo fue logrando que muchos ciudadanos se convenzan de la importancia de lo que estaba pasando y esto constituyó otro paso adelante en el conocimiento público y cultural del fenómeno. El ser humano es por naturaleza ávido de conocimientos y para que esto se cultive necesita del diálogo, del ejemplo, del intercambio. 

Decíamos antes que el silencio nos hiere y lo enfatizamos: si hubo razones válidas para tomar esa medida, las queremos conocer. Y si no las hubo, queremos que todos aprendamos de lo sucedido. Como principio de gestión pública, es central el respeto de las normas y, sobre todo, la publicidad de los actos. A fin de cuentas, vamos a seguir viviendo a la vera de los bosquecitos del enorme humedal que conforma el río Paraná. Nuestro diálogo con el agua será perpetuo y por ello es central crecer en los criterios para su gestión y aprovechamiento. 

 

 

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