En Santa Fe, el científico Federico Ariel y su socio crearon una startup que busca cambiar radicalmente el modelo agropecuario, reemplazando el uso de pesticidas sintéticos. Cuál es la visión sobre la producción científica, el ecosistema empresarial local, la crisis ambiental y el rol del Estado.
De afuera, apenas si son dos containers blancos. Adentro, hay un laboratorio que avanza hacia un horizonte muy definido. Apolo Biotech, la startup que el biotecnólogo Federico Ariel fundó junto a Matías Badano, está emplazada en el Parque Tecnológico Litoral Centro (PTLC), de Santa Fe. Es la primera planta piloto de producción de ARN de América Latina. En forma muy rasa: producen una vacuna inocua que se puede rociar sobre las plantas, sustituyendo a los pesticidas sintéticos que hoy ponen en riesgo a los consumidores, los aplicadores y el ambiente.
Por lo pronto, ya realizaron ensayos en maní, tomate y vid. También están avanzando en frutilla, uno de los cultivos que más fungicidas requieren en nuestra región. En el futuro próximo, esperan disputar una parte grande de la torta: el trigo.
“No cualquier biotecnología es buena, y no es cierto que lo que hagamos como científicos es separable 100% de las aplicaciones. Uno hace un desarrollo que después va a tener un impacto asociado. No es lo mismo desarrollar biotecnología para incrementar el uso de pesticidas que para disminuirlo”, explica Ariel en diálogo con Pausa. “La lógica con la que pensamos las tecnologías que queremos desarrollar es de responsabilidad. ¿Por qué el interés en lo ambiental? Por una cuestión generacional, nuestra generación se interesa más por el cuidado del ambiente, porque estamos viendo que esto va a terminar mal”.
–¿En qué momento empezaste a desarrollar una conciencia ambiental?
–Para mí, como generación de científicas y científicos, hay dos perspectivas con las que trabajamos intuitivamente: la perspectiva de género y la perspectiva ambiental, que no necesariamente estaban presentes en la generación de nuestros docentes o nuestros formadores. Ser parte de un panel de exposición de un congreso científico y que los cinco expositores seamos varones, a mí me pone incómodo. Si estoy en un jurado de un premio y las tres personas ternadas son varones heterosexuales, es un problema. Creo que esa perspectiva existe. En lo ambiental pasa lo mismo. Como científico te das cuenta de lo que hacés, cuál es la responsabilidad de lo que uno hace.
–¿Tenés angustia o ansiedad por la crisis ambiental?
–No. Preocupación sí, ansiedad no sé –reconoce y hace una larga pausa–. Creo que las generaciones más jóvenes sufren aún más eso que nosotros, de ver que este mundo se volverá inhabitable en dos décadas. Yo creo que todavía hay cosas que podemos hacer y que si no apostamos por esa esperanza colectiva ya está, tiremos la toalla.
Qué hace Apolo Biotech
En abril de 2024, Apolo Biotech abrió un nuevo laboratorio en el PTLC. Allí producen tecnología de ARN que permite combatir patógenos dañinos para los cultivos mediante información que las plantas necesitan para adaptarse y defenderse de amenazas. Es una estrategia no transgénica que permite reemplazar agroquímicos sintéticos por biomoléculas inocuas y altamente específicas para el control de plagas, ofreciendo soluciones más amigables con el ambiente y la salud humana.
Para ello, modulan la expresión de genes de plantas y patógenos usando ARNs exógenos estabilizados, los cuales producen con tecnología propia. El enfoque –libre de organismos genéticamente modificados, que en algunos casos promueven el uso de agroquímicos sintéticos– ofrece soluciones versátiles para aumentar la productividad, conservando y aprovechando las variedades locales de cada cultivo.
Ariel muestra los lugares donde conservan los cultivos de prueba y reseña cuáles son las innovaciones que están desarrollando, mientras mira las plantas. Una luz violeta lo ilumina. “Lo que hacemos es hablarle a las plantas, con el ARN”, explica.
–Hay algo que se llama el dogma central de la biología, que sostiene que toda la vida en la Tierra ocurre alrededor de eso: la información genética se codifica en ADN y se transcribe, se copia en ARN y ese ARN se traduce en proteínas. Eso significa que todos los seres vivos saben leer ADN y saben leer ARN. Cuando uno cambia el ADN de un ser vivo, está haciendo un organismo genéticamente modificado (OGM), o al menos editado. El organismo que sea, ya sea una bacteria para producir insulina o una soja para resistir al glifosato, todos son OGMs: modificaste el ADN. Lo que nosotros hacemos es usar el ARN. Los seres humanos también podemos comunicarnos con ARN y es el caso de las vacunas de ARN, como las vacunas de Pfizer y Moderna contra el coronavirus. Las plantas absorben ARN, algo que nosotros sabíamos en el laboratorio, hacía mucho tiempo. Uno puede hacer un spray de ARN en agua y las plantas lo van a absorber. Entonces, lo que nosotros hacemos es mostrarle a las plantas un pedacito del genoma del patógeno y esas plantas procesan esos ARN y bloquean la infección. Lo que hacemos es reemplazar pesticidas por información en forma de ARN, de manera análoga a lo que sucede con una vacuna contra el coronavirus en humanos.
–¿Y si yo como esa planta después, esa información de ARN no sigue estando presente?
–Todo el ambiente y nuestros alimentos tienen muchísimo ARN, éste es uno más. El ARN, a su vez, tiene la característica de ser muy frágil, se degrada. Los organismos estamos preparados para degradar el ARN. Justamente, lo que tuvimos que hacer fue desarrollar estabilizantes de ARN, para poder hacer las aplicaciones en las plantas. El estabilizante es como un vehículo. Es totalmente inocuo. De hecho, se habla de tecnología de “residuo cero” porque no hay ni cómo medirlo, no es un químico para ser detectado.
Estado y política científica
–¿Qué lugar tuvieron las políticas públicas del Estado en tu formación como científico?
–Sin el Estado no habría podido hacer absolutamente nada. Para mí el Estado es un proyecto colectivo. Hay gente que lo ve desde otras maneras, yo creo que la ciencia puede aportar herramientas para que ese proyecto sea más inclusivo. Yo sin el Estado no habría sido nada. Desde el jardín de infantes al posdoctorado lo hice en instituciones públicas. Yo me recibí de Licenciado en el año 2005. Si yo hubiera terminado cinco años antes, no habría tenido una beca doctoral de Conicet y si hubiera terminado cinco años después, no hubiera podido entrar a la carrera de investigador porque fue la época de Macri cuando dejaron centenas de jóvenes afuera del sistema. O sea, yo estoy acá porque me recibí en una ventana de tiempo donde se invirtió fuertemente en ciencia. En 2007 había una masa crítica suficiente que hizo necesario crear un Ministerio de Ciencia por primera vez. Yo hice mi carrera en aquellos años y eso fue por una apuesta del Estado. Los subsidios clave que tuvimos en el laboratorio para demostrar que podíamos transformar ciencia en tecnología fueron apoyos del Programa de Ciencia y Tecnología Contra el Hambre, que fue lanzado por el Ministerio de Ciencia durante la gestión de Roberto Salvarezza. Ese proyecto fue la semilla de lo que hoy es Apolo.
–¿Fue sólo financiero el apoyo del Estado para Apolo?
–El Programa de Ciencia y Tecnología nos dio suficiente dinero para probar si podíamos comunicarnos con las plantas usando ARN y eso funcionó. Cuando funcionó fue cuando yo dije “Tengo esto, qué hago ahora, yo sé publicar papers, y ahora qué hago con esto” y entonces hablé con la gente del Ministerio y Conicet y les dije “¿Qué hago? Si publico un paper lo usan otras empresas, si lo licencio, ¿a quién lo licencio? Probablemente a una empresa con capacidad para producir tecnología de ARN a gran escala y eso sería una multinacional, o sea que vamos a terminar importando esta tecnología en cinco años”, o lo que me propuso Conicet: armar una empresa propia y que Conicet me apoye. Y terminé haciendo eso. Hasta la decisión de crear la empresa, fue todo con soporte y contención de distintas instituciones del Estado. El Parque Tecnológico Litoral Centro rápidamente nos acompañó en la nueva etapa. La biotecnología en términos de equipamiento es muy costosa, y este proyecto de espacios modulares, que es esto que se llama el Puerto de la Innovación, era una propuesta perfecta para nosotros. Comprar al principio todo el equipamiento que está en el laboratorio modular compartido habría sido inaccesible. Para cualquier startup en cualquier lugar del mundo los primeros años son clave. Aquellos países que son mencionados como el ejemplo del gobierno argentino hoy, como Israel, Estados Unidos, los países europeos, acompañan con mucha fuerza a las startups desde el Estado porque es el momento en que capturamos localmente el valor de lo que tenemos o se lo come la multinacional. Por eso no se puede justificar el vaciamiento que estamos sufriendo del sistema científico, y también del sector tecnológico en Argentina. Más recientemente montamos la primera planta piloto de producción de ARN de América Latina y el próximo paso será crear una planta industrial de producción de ARN, que también va a ser la primera de América Latina. El crecimiento de Apolo fue financiado por nuestra asociación estratégica con otras empresas del sector, el apoyo del BID Lab y de la Agencia I+D+i. También la Fundación Sadosky, del ex Ministerio de Ciencia, nos apoyó para desarrollar una plataforma bioinformática para diseñar de forma eficiente y segura nuestros productos, comparando un creciente número de genomas y así evitar potenciales reacciones cruzadas con otros organismos vivos. Nuestra planta actual permitiría abastecer el mercado de cultivos intensivos en Argentina, es decir, de frutas y hortalizas.
–¿Le pueden sacar los pesticidas a las frutillas?
–Uno de los proyectos que tenemos en curso, muy importante por el impacto en la provincia de Santa Fe, es en las frutillas. Tendría un impacto muy importante en los mismos agricultores que están aplicando los químicos en las urbanizaciones linderas a los campos, en los consumidores y en los mercados de exportación. Argentina no puede exportar frutillas con la cantidad de químicos que tienen, porque los mercados de exportación son muy exigentes. Entonces, incluso en términos de macroeconomía, nos conviene reemplazar pesticidas sintéticos por soluciones basadas en moléculas orgánicas inocuas.
–¿Cuáles fueron las claves que se dieron para que el proyecto salga de Argentina?
–Siempre digo que, en términos generales y en el mundo entero, la biología molecular está muy por delante de la biotecnología moderna. La ingeniería genética está mucho más adelante en la academia que en el sector productivo. Por eso pasa de que, por ejemplo, las vacunas ARN salieron de un startup, como Moderna, que perduró cuando todas las otras murieron en el camino, o de Pfizer, que articuló con un laboratorio científico de una universidad. Eso pasa en el agro también. Salvo muy raras excepciones, las innovaciones de este tipo surgen de empresas que derivan de grupos de investigación o directamente de grupos de investigación. Actualmente no hay equipos de investigación en las empresas que tengan la capacidad de desarrollar lo que estamos haciendo, tan en la frontera del conocimiento. Entonces, en este caso, el modelo o la idea de que la inversión privada puede por su propia iniciativa financiar y desarrollar ciencia, no aplica. Hay otras áreas donde sí sucede, en informática las grandes empresas están publicando más artículos científicos que el propio MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts). Destronaron a Stanford en estas áreas de investigación. Esto no pasa en biotecnología, las empresas no tienen el nivel de innovación científica necesario para gestar lo que va a pasar dentro de 15 años. Todo se desarrolla en las universidades públicas, en los laboratorios de los sistemas científicos nacionales en cualquier país. Cuando yo vivía en Francia, entre 2010 y 2016, intentamos hacer algo como lo que estamos haciendo ahora, para lo cual necesitábamos desarrollar estabilizantes para los ARNs. Los estabilizantes son como vehículos. Intentamos interactuar con grupos de nanotecnología en Europa y lo que nos encontramos fue que allá la nanotecnología estaba muy dedicada a la industria farmacéutica, más que a la agricultura. Cuando volví a Argentina me encontré con que acá la nanotecnología para el agro tiene mucha fuerza, a raíz de la Ley de Promoción de la Nanotecnología, o la creación en 2005 de la Fundación Argentina de Nanotecnología de cuyo Consejo Directivo ahora soy miembro. Eso generó un ecosistema de mucha potencia. Los colegas se interesaron, probamos y desarrollamos distintos estabilizantes y hubo algunos que funcionaron muy bien.
–¿Cuál es tu opinión de la Ley Bases y su incidencia en el sistema científico nacional?
–La Ley Bases es la sentencia de muerte del sistema científico nacional. Pueden desarticular cualquier organismo. Dicen que no pueden cerrar el Conicet, pero lo pueden fusionar con cualquier cosa, pueden manipular su funcionamiento, cuando es una entidad autárquica. Hoy por hoy lo único que queda es resistir para defender todo esto, porque las leyes están hechas ahora para desmantelar todo.
Federico Ariel hacia el futuro
Ariel es un paranaense de clase media típico. Sus padres, hoy jubilados, son profesionales (el papá ingeniero con una PyME de informática, la madre profesora de matemática), su secundaria fue en el Colegio Nacional y su club fue el Estudiantes. Su interés por la biología se despertó recién en el quinto año del colegio. “Me acuerdo del momento, estaba esperando para ir a clases de francés y encontré en la contratapa del diario Página/12 un artículo sobre el primer borrador de genoma humano y me voló la cabeza. Eso prometía que íbamos a leer los genomas, curar el cáncer y todas las enfermedades, cosa que no sucedió. Me encantó, fue un clic en la cabeza y entonces estudié licenciatura en biotecnología, que fue lo más cercano que encontré a la genética”, relata.
Su deseo por la investigación parece venir de otro lado. “A mi mamá le habría gustado hacer más investigación además de la docencia, algo como lo que yo hice. Desde antes de que yo naciera, ella era profesora de matemáticas. Recién cuando yo empecé la facultad acá en Santa Fe, ella retomó sus estudios y terminó la Licenciatura en Matemática, e hizo una maestría mientras trabajaba. El día que terminé la secundaria me dijo ‘Yo no les hago más un desayuno, yo también quiero estudiar’, y ahí tomé conciencia de que me hacía el desayuno todos los días, y el almuerzo y la cena, y se ocupaba de que todo funcione. Y que por eso no pudo hacer todo lo que a ella le habría gustado. Es un montón. Ella pudo terminar de estudiar lo que quería mucho tiempo después. Por suerte, hoy ella también disfruta de todos los logros del laboratorio y de Apolo, yo me tomo el tiempo de compartir los avances científicos y tecnológicos con mis viejos. Siento que de alguna manera estoy haciendo lo que a mi mamá le habría gustado hacer: tener una carrera más académica, de investigación”.
–¿Qué más te quedó de provecho de ese tiempo de juventud?
–Si de algo me puedo jactar, es de haber armado buenos equipos de trabajo y creo que mucho de eso fue gracias al deporte, no tanto por haber estudiado tantas cosas. Siempre hice mucho deporte, en la escuela primaria nadaba, pero la natación es un deporte bastante individual, y cuando llegué a la escuela secundaria empecé a jugar al voley, que eso sí fue todo un aprendizaje a trabajar en equipo. Haber dirigido mi equipo, ser el capitán de mi equipo…
–¡Eras capitán!
–Era capitán…
–¡Jugabas bien!
–Vos sabés que no sé si necesariamente era el mejor jugador del equipo. Pero me acuerdo que una vez durante un partido yo me acerqué a mi directora técnica, Sara, una copada, y le dije “Remplazame a mí que el equipo está tranquilo” y cuando salí me dijo “Por eso sos capitán”. A mí el deporte me enseñó a armar equipos, a manejar el equipo y motivarlo.
–Es bastante corriente la imagen de que en las ciencias la diferencia la hacen los individuos geniales. Un científico excepcional, un intelectual erudito, un tecnólogo incansable. ¿Qué importancia tiene el equipo en el trabajo científico?
–Muchos reconocimientos son individuales, pero el trabajo científico, yo creo que cualquier colega va a coincidir, es un trabajo colectivo. Es muy difícil que a todos los experimentos sepa uno hacerlos y que haya hecho el 100% de las cosas. En nuestras publicaciones somos de 15 a 20 autores, de distintos laboratorios del mundo y de nuestro mismo grupo. Claramente, es un trabajo colectivo. Es una lógica que intentamos después transferir a Apolo. En ciencia lo llamamos “construcción colectiva del conocimiento”, en Apolo intentamos hacer una construcción colectiva de la tecnología. Colaboramos con otras empresas, así como con instituciones públicas y privadas para solucionar problemas reales que no son necesariamente el objetivo de nuestro laboratorio científico, pero sí de la empresa. Intentamos hacerlo con la misma lógica de colaboración, de networking, de cooperación y de sinergia.
–¿Vos te considerás a vos mismo un empresario?
–No, sigo siendo un científico.
–¿Pero hace cuánto sos un empresario?
–Dos años y medio.
–Un estudio de la economía de nuestra región señala que del Parque Tecnológico Litoral Centro salen el 42% de las exportaciones de la ciudad de Santa Fe. Ese peso económico, sin embargo, no se traduce, por ejemplo, en la conformación y las características de la dirigencia empresarial de la ciudad. ¿Por qué pasa eso? ¿Por qué no se renueva esa dirigencia? ¿Acaso se ven en una perspectiva más global que radicada en el lugar?
–No lo había pensado en ese sentido pero sí, puede ser. En términos económicos, el PTLC sí representa un gran porcentaje de las exportaciones, pero son productos de altísimo valor agregado, no es que sea una masa de productos. El tema es cómo está conformado el ecosistema empresarial de la ciudad, de la provincia, e incluso del país, y cuál es el peso relativo de pocas empresas con muchísimo potencial exportador versus muchísimas empresas más locales, que apuntan al consumo interno. De todos modos, en términos generales, en la Argentina el tercer rubro en exportaciones, después del agro y la energía, pasó a ser la economía del conocimiento. Para la provincia, para la ciudad, para el país, está claro que es buenísimo, y es algo que deberíamos cuidar y multiplicar, en lugar de desmantelar.
–Entonces, para decirlo en términos clásicos ¿por qué esta nueva clase empresarial no pasa a ocupar la dirigencia? ¿Por qué no pasa de ser simplemente dominante a ser dirigente?
–Tal vez por falta de masa crítica. No creo que sea por falta de interés. Faltan más empresas, mayor número de empresas, para participar más activamente o para cambiar o tal vez mejorar algunas lógicas. Si hubiera una comunidad más consolidada de empresas de base tecnológica de distintos tamaños, probablemente eso nos convocaría.