El diamantino Albano Medvescigh presentó "Blues a la Luz del Fogón", su álbum debut como solista. Un viaje sonoro y conceptual que explora nuestra región a través de relatos de terror y mitologías.
El fuego, además del calor, es rico en propiedades magnéticas: es casi inevitable que su danza pase inadvertida por las miradas, automáticamente capturadas por su gracia y, como es sabido, un fuego no se prende para durar 15 minutos. Alrededor de esas charlas con las que hay que rellenar esas horas de ritual es que Albano Medvescigh terminó de amalgamar un puñado de canciones que aportan mucha proteína a la mitología del litoral en tanto están inspiradas en personajes como el Lobizón y La Llorona y que se conjugan para conformar Blues a la Luz del Fogón, su álbum debut como solista, un proyecto conceptual que combina la magia del blues con relatos de terror y leyendas del litoral argentino.
A fuego alto
Como toda obra, el disco empezó a gestarse muchísimo tiempo antes de siquiera ser pensado como tal. Puntualmente, el primer chispazo en la mente de Medvescigh fue la madrugada del 30 de diciembre de 2006: “Estábamos con mis amigos de Diamante, de donde soy yo, en el medio del campo, la maleza estaba altísima y el clima estaba raro, lúgubre. Y bueno, en ese contexto fue que yo y otro de los chicos sentimos y vimos un espectro que nunca supimos explicar”, cuenta el entrerriano, que se radicó en Santa Fe para estudiar en el Instituto Superior de Música.
Pero más allá de la anécdota vieja, lo cierto es que la composición le llevó algunos días, solamente. “La canción sobre La Llorona la llevé para hacerla con la banda, pero no conseguimos que suene, se hacía forzado, probamos y no. Pero la temática me gustó y creció dentro mío hasta transformarse en ganas de hacer algo conceptual. Tanto me entusiasmé que en una semana compuse todas las canciones”, cuenta en charla con Pausa sobre el intento fallido con Combustión Interna, otro de los proyectos en los que se lo puede escuchar y que hasta tiene una colaboración con Mario Pereyra, el Máster.
Autopercibido como “bastante obsesivo” como compositor, el autor presenta entonces nueve canciones muy prolijamente entrelazadas, sí, porque respetan una temática en común, pero también porque a medida que van pasando los minutos se siente como si estuviésemos en ronda contando las historias que nos sabemos o que vivimos. Desarrolla su narrativa de una manera muy ordenada, digamos. Monta con éxito una “atmósfera de sugestión” y también de melancolía, donde los miedos y los mitos cobran vida al calor del fogón. Cada track, como decíamos, narra una historia diferente y no se limita a contar un cuentito armado con lugares comunes, sino que le imprime -también con éxito- sensaciones en primera persona y hasta se anima a darle más carne a los personajes, como al infame Lobizón, que en esta versión se presenta como un personaje netamente blusero, bohemio y errante.
En cada extremo de Blues a la Luz del Fogón, están sus correspondientes prólogo y epílogo: “El fogón me cayó perfecto como hilo conductor, porque me permitió desarrollar una cronología y también es un entorno óptimo para esta especie de juego de compartir historias, que no es ni más ni menos que un rito que por el que todos pasamos alguna vez”.
Humilde sí, pobre no
La grabación del disco fue la parte que más tiempo requirió. Porque se hizo caro, se juntó con el proyecto de montar un estudio óptimo y con el “contratiempo” lógico de tener que trabajar de otra cosa, porque en Argentina casi nadie vive de ser artista. Casi un año y medio llevó preparar Menester Studio, donde finalmente grabaron el propio Albano Medvescigh (voz, guitarra y piano), Alejandro Río (guitarra principal y coros), Luli Gauna (armónica), Fernando Lara (saxo), Sergio Ibarra (batería), Josías Kloster (trompeta) y Pablo Aguirre (coros, grabación y asistencia técnica) y Gustavo Rotger en bajo, coros y producción. Este último se lleva buena parte de crédito en este trabajo, pues se encargó de conformar buena parte de la banda, que parece ensamblada de toda la vida. Pero no solamente es puntual el aporte de Rotger en la elección de los intérpretes, pues también en la producción se apunta varios porotos en tanto le da espacio a cada uno de los instrumentos para ser protagonistas, de una u otra manera, sea con un llanto perturbador de la guitarra, con coristas aullando o con el piano como el manto del río. Seguramente, la profesión de lutier de Rotger tiene algo que ver con su facilidad para sacar el máximo provecho a cada cual.
Ese espacio para lucirse tiene cabida, en buena parte, gracias a la estructura del blues que, aunque rígida, constituye un lienzo ideal para plasmar las leyendas preferidas: “Elegí el blues por varios motivos, como la sencillez propia para encastrar las canciones ahí y que las rimas se distribuyen de una forma predecible, eso colaboró mucho en el momento de simplificar la narración de las historias, que en definitiva era lo más importante. Una vez contemplado eso, la cuestión fue reunir buenos intérpretes, que sean hábiles para improvisar, la otra gran característica del género que hay que cumplir sí o sí”, detalla Medvescigh sobre el norte estético que eligió.
Blues a la luz del fogón, como dijimos, funciona en su conjunto y también libra por libra. Cada canción tiene su encanto propio en tanto abundan los riffs, las entonaciones cambiantes y atractivas, la oscilación de registros que llama la atención del oído a cada rato. En forma y en contenido, el debut del diamantino hace honor a su tono mitológico y seguramente va a sonar, la noche menos pensada, para musicalizar la danza de un fuego nuevo.