El peronismo y el radicalismo tienen con qué otear hacia 2025 y 2027: la pregunta es por el cómo. El programa económico libertario está jugado y ya muestra claros límites. Una lección de Julio Grondona.
En unos pocos meses de gobierno, Javier Milei se fumó todo el legado de Mauricio Macri en un gobierno destinado al fracaso. peronismo
El gobierno de Milei es el segundo tiempo del macrismo, sin el yunque que representa la figura del ex presidente. Los funcionarios principales –Luis Caputo, Federico Sturzenegger y Patricia Bullrich– se muestran muchísimo más cómodos con un presidente que es una mascarada absoluta. Esa es su fortaleza. Trabajan sin presiones desde arriba y miran, al costado y abajo, como los acólitos del presidente se entretienen con internas sin sentido, fondos de la SIDE y batalla cultural.
En el Congreso, la bancada PRO ni siquiera agrega notas al pie de los proyectos, aun cuando hayan provocado un fuerte dolor de cabeza en el Senado. Son más oficialistas que los libertarios, una banda de incapaces arribistas que serían hasta queribles, de no ser trágicos.
Bien timbera la apuesta del gobierno para sobrevivir: un all in a la victoria de Donald Trump en Estados Unidos, por la sola ilusión de que, a través de su influencia, el FMI va a soltar más dinero verde para las extenuadas arcas argentinas. Eso nunca va a pasar, ni siquiera con el triunfo del magnate. Con Martín Guzmán, Argentina ya hizo una renegociación bastante permisiva –dentro de las restricciones reales del organismo– del préstamo histórico con que nos empernó Mauricio Macri. Nunca el Fondo regaló tanta guita, toda entregada a la fuga en unos pocos meses, tal como el mismo organismo reportó oficialmente. Hoy el FMI hace saber por todos los canales que las recomendaciones son liberar el cepo, devaluar y subir la tasa de interés.
En el panorama actual, sería la tormenta perfecta: un nuevo flash de inflación, como el del Caputazo de diciembre 2023, en un marco de recesión sin fondo y desocupación creciente.
Dicho todo esto, Milei puede hacer una nada desdeñable elección en 2025 porque lo que se fumó, en verdad, es buena parte del viejo electorado del PRO. Para el año que viene todo depende de que logre perforar, incluso empeorando la recesión, el piso duro de la inflación, que ronda el 4% mensual. Es todo lo que prometió.
La inflación se conversa socialmente, cuerpo a cuerpo, kilo de tomate a kilo de tomate y wasap a wasap. La pérdida del trabajo y el descenso a la pobreza se viven como una derrota individual, una humillación personal. Es la voz silenciosa que le pregunta al cajero del super si puede dejar medio changuito al costado. El rumor sobre la inflación eclosiona al momento, el del desempleo demora a veces años. Recuérdese la Convertibilidad, viva con cero inflación y dos cifras de desempleo desde 1994 hasta el 2001.
¿La relativa calma cambiaria aguanta hasta octubre de 2025 o no? La inquietud de Milei hoy es hasta cuándo el campo va a amarrocar la cosecha.
El programa económico libertario naufraga sin remedio y, con él, cae arrastrado el PRO. El 70% de la economía argentina se moviliza por el mercado interno y el control de la inflación por ancla cambiaria y depreciación del salario equivale a una recesión infinita y un aumento de la pobreza sostenido. Sea en 2025, sea en 2027, los dos grandes partidos nacionales pueden volver a la victoria. Qué será lo que vuelva es la pregunta.
Somos la vida, somos la paz
La UCR está en su mejor momento desde el 2001. Gobierna cinco provincias, dos con peso electoral y económico propio, Santa Fe y Mendoza. No queda en pie casi nadie del 2001. Renovó prácticamente toda su primera línea de dirigencia, que tiene fogueo de gestión en todos los niveles, gracias a la excursión por Cambiemos. En silencio y por abajo, se volvió un partido joven, el gobernador santafesino Maximiliano Pullaro es un exponente de esa transformación. Hacen encuentros de dirigentes y, sin dejar de lado las tradicionales roscas internas, van avanzando en acuerdos. Por primera vez desde De la Rúa, la UCR muestra los dientes, muestra que tiene hambre y que tiene con qué.
Por un largo tiempo, en el Congreso le hará el mismo juego que le viene haciendo a los libertarios desde diciembre: vociferar en los paneles de TV y aprobarles todo después. Luis Petri es el paradigma. Gracias a los votos radicales, por acción u omisión, Milei hizo lo que quiso. Como Julio Grondona, la UCR sabe que todo pasa (lo repetiremos en esta nota) y que la población poco recordará en los años venideros quiénes habilitaron las reformas libertarias.
Quizás la UCR tuvo fe en que el gobierno nacional iba a soltarle dinero a las provincias o a la obra pública. Qué ilusión. Delante no tienen un dirigente político, sino un líder doctrinario. Milei no va a abrir la billetera, acaso apenas un poquitito, camino a las elecciones intermedias.
No se puede ocultar que son muy numerosos los puntos de coincidencia ideológica entre los jefes radicales y el libertario. Todo lo que tenga que ver con enfrentar a sindicatos y movimientos sociales es un punto de coincidencia duro. El fiscalismo y la mano dura también. Carolina Losada, que se presenta como radical, podría perfectamente estar en la bancada PRO o libertaria. Vamos más a la base: junto al PRO, los radicales de a pie fueron los que pusieron los votos decisivos para que Milei salte de ocho a catorce millones de sufragios.
Por eso, el desafío principal del radicalismo es ubicar que para 2025 y 2027 el adversario principal no va a ser el peronismo, sino los libertarios. Está obligado a hacer una diferencia respecto de la tradición viva de los últimos 30 años largos: competir contra el peronismo. Para polarizar con el peronismo ya están los libertarios, se eligen mutuamente. Los radicales tienen que oírse un poquito más lejos de Fernando Iglesias o Hernán Lombardi. Tienen que diferenciarse. Nada garantiza que los libertarios no se apropien de sus votos si lo que ofrecen, al fin y al cabo, se hace difícil de distinguir.
¿Cómo articular otra vez algo más allá del antiperonismo? Un radical lo hizo una vez. “Somos la vida, somos la paz” era la consigna. Cabe ubicar: Raúl Alfonsín, que supo que tenía que plantear como primer adversario a la dictadura y no al peronismo, no es la constante del partido centenario, fue su mayor excepción.
¿Logrará este radicalismo rejuvenecido inventar su retorno del 83 o seguirá bajo la sombra de bancar cualquier cosa con tal que no vuelva el peronismo al poder?
Debajo de la espuma
Desde la mirada de sus opositores, el peronismo ganó en 2019 a cuatro años de matar un fiscal, con el vicepresidente y al ministro insignia de 12 años presos, después de que su lugateniente en la obra pública fuera hallado revoleando bolsos con guita a un convento. El Albertogate es más un mazazo interno a la moral militante que un nuevo clavo en el féretro de la eterna muerte anunciada del peronismo.
Todo pasa. El manantial interminable de carpetazos seguirá fluyendo, probablemente para las próximas elecciones será parte del pasado. Hasta cierto punto, el vergonzoso y patético escándalo termina de cortar los lazos con cualquier ciclo dirigencial anterior.
El peronismo luce groggy porque todavía no se abrió lugar una voz nueva de conducción que dé orden en ese espacio. Nadie termina de levantar cabeza y, por momentos, parece que quienes están destinados a hacerlo miran para arriba buscando el empujón. Quienes mejor están leyendo ésta vacante son Guillermo Moreno, un fenómeno cuyo impacto –más allá de su valoración– no debe menospreciarse, y Juan Grabois, alguien que sí puede contar territorio, llegada y votos.
Por debajo de ese desconcierto superficial, la respuesta del peronismo a la derrota de 2023, la peor de su historia si se cuenta que apenas retuvo el gobierno en siete provincias, es mucho mejor que la que tuvo en 2015. Los bloques legislativos en Diputados y Senadores lucen compactos, con pérdidas mínimas comparadas con las antiguas fugas al macrismo. Y desde ahí, la oposición es dura, articulada y constante.
El gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof, fue elegido por Javier Milei como su opositor principal. No quedan dudas al respecto, el espadeo es continuo y mutuo. Por decantación y volumen de gestión, esa voz irá creciendo. La “nueva música” a la que ya convocó también levantará su volumen. ¿Tendrá acordes más cercanos al nacionalismo? ¿Sonarán rancios, como los de Moreno? ¿O contendrán una mirada progresista, como la de Pino Solanas? Sea como sea, lo importante para Kicillof es que el resto de su movimiento, empezando por La Cámpora, también ejecute la misma partitura.
Todo ruina
Qué país dejará Milei. No es una pregunta, es un lamento. La pérdida de tiempo en el desarrollo de la infraestructura y el enajenamiento de los recursos nacionales van a tener efectos brutales y decisivos que se medirán en generaciones. Nunca nos recuperamos de las privatizaciones ferroviarias del menemismo, por ejemplo. Ahora, reincidimos.
Y el FMI, como un carcelero gozador, va a seguir estando ahí.
Gobierne quien gobierne, deberá enfrentar, por tercera vez, un país más roto que el que recibió su antecesor. Quizá sea irreconocible. Todo pasa, menos las ruinas que quedan allí, para recordar nuestros fracasos. Allá vamos.