Eric Clapton se pegó otra vuelta por Argentina, donde estuvo más de una semana ensayando un show nuevo que presentó en la cancha de Vélez.

Como toda crónica, esta pieza será personalísima, con el condimento extra de que el protagonista es uno de los artistas que más admiro. Sabrán disculparme si algo de eso entorpece mi descripción del acontecimiento. Dicho esto, no parece exagerado informar que el 20 de septiembre Dios ascendió al escenario de Vélez a tocar la guitarra por dos horas para el deleite de 30 mil creyentes mayormente de Argentina pero también de distintas partes del mundo, si varios idiomas se escucharon por los paredones azules que rodean el fortín. La noticia de este show se confirmó allá por fines de febrero y, en ese momento, los precios de las entradas fueron tema de debate por ser muy caros pero por suerte la inflación se encargó de achicarlos en perspectiva.

Eric Clapton en Vélez
Gorrita, poncho y jean, el Dios no necesita atuendos llamativos para hacer sus milagros. Foto: Adán Jones.

Alrededor de la cancha había alta oferta de panchos y vasos de fernet y plástico. Apenas alguna casita vendía latas con carpa con conservadora instalada en la puerta. Los inspectores de tránsito ordenaban, como podían, temerarias columnas de gente canosa decidida a cruzar la calle. No había carribares ni nadie vendiendo en la calle, los que proveían eran los boliches identificados con Vélez. Los chalecos naranjas poca autoridad ostentaban, teniendo tan a mano la presencia de Clapton. El Tiza Man hizo un retrato bárbaro, enfrente a la Puerta 12, con tizas blancas y negras en la vereda pero su gorra no se llenó de propinas, aunque le hicieron una nota para una radio que quedaba a mitad de cuadra, justo mirando a la espalda del escenario en el que estaba tocando el telonero que acompaña al jefe en la gira, Gary Clark Jr. Faltaba una hora.

Una remera en el puesto oficial salía 35 lucas, una en la calle, 15. Había bastante gente pero no se sentía un clima agitado, los controles de la puerta eran laxos, alguna advertencia protocolar, cacheos que eran dos palmadas en las costillas. Todo muy tranquilo, como el homenajeado, que se pasó como 10 días en la ciudad totalmente de incógnito. Visitaron algunas casas de música, compraron ponchos y el domingo siguiente hasta fueron a la iglesia. Stalkeando un poco a sus músicos, se pudo reconstruir que ensayaron en el Teatro Coliseo para esta, que fue la primera fecha de su gira sudamericana que sigue ahora en Brasil. Más allá de la necesidad de aceitar la banda, el dato es que para este tiro renovaron la lista de canciones prácticamente entera, metiéndole mucho más picante a lo que hicieron la primera parte del año en su gira europea. 

Se hicieron las 21, las luces se apagaron puntualmente y el que puso primera fue Sonny Emory, el batero, mientras desde las sombras una ronda de linternas guiaban al manolenta en el tramo final al escenario. Obviamente, apenas asomó sus mocasines sin medias explotó la ovación que le sacó la primera sonrisa al dios mientras se colgaba su strato al hombro. Una entradita en calor rápida repasando el mástil y pasó lo que nadie esperaba: el riff de Sunshine of your love y las luces que lo atravesaban o que salían desde sus dedos añosos. 

Ocultado por la sombra de su gorra, habrá confirmado que empezar con una de Cream fue la elección justa para prender la chispa del fuego sudaca, hambriento de sus milagros. Él no los decepcionó. Enseguida, casi sin mirarse, empalmaron con Key to the highway, demostrando tener la posta y dando pruebas de que el blues en sangre es un valor que aumenta con el paso del tiempo y también con al avance de la lista: Hoochie coochie man (su versión del clásico de Willie Dixon) hizo más explícito todavía que “todos saben que yo soy Él”. Katie Kissoon y Sharon White, sus coristas, levantaron vuelo en esta parte y hasta las filas de los autos por la General Paz parecían suspenderse con cada nota estirada. 

Una ventisca tranquila aunque fresca soplaba y tanto Clapton como su guitarrista Doyle Bramhall II se abrigaron con unos buenos ponchos conseguidos en la Talabartería Arandú. Para cerrar el primer tramo eléctrico, una más de Cream escrita por su mejor amigo, George Harrison: Badge (“insignia”) nombre que Clapton leyó mal por ser chicato cuando el beatle le había puesto “Bridge” (“puente”). Justamente, ese puente exquisito en re fue el que sobresalió y que tuvo su propio bis hacia el final del tema. Una delicatessen de esas que no vuelven a probarse más de una vez en la vida.

Altos niveles de mística le dan a su leyenda de Dios de la Guitarra que sea un adorador de Mr. Johnson, el que para dominar el arte del blues pactó con Mandinga. Un tema del Mr., Kind hearted woman blues fue el primero del set acústico. Solito pellizcando su guitarra apenas con las yemas y pelando su voz gastada aunque todavía potente. Tanto así que cuando se tiró el primer “uh, babe” agudo el público contestó con un “oaaa”. 

Ni que hablar cuando desempolvó Running on faith, en la que su emponchado violero de uñas cromadas decoró con unos buenos slides. La cuarta aparición de Eric Clapton en el país lo agarra con los 79 años en la Tierra y varios dolores a cuestas, prepara shows nuevos entre tramos de las giras, va sacando material nuevo y todo. Así fue que hubo cabida para el estreno de una nueva canción: The Call, adelanto de Meanwhile, el álbum que sale el 4 de octubre según se anunció ese mismo día. La gente, que a esta altura todavía estaba muy arriba, se la festejó esperando nuevos shots. Y efectivamente, a continuación serían testigos.

Apenas 23 años tenía Clapton cuando las calles ya lo endiosaban.

Uno más de los covers que se volvieron propios Change the World (de Wynonna Judd cover), Nobody Knows You When You're Down and Out (de Jimmy Cox) en donde se dejó llevar a dedo limpio para uno de los mejores solos de la noche, sin púas ni distorsión; después remató la sección unplugged y un trío fulminante Lonely Stranger, Believe in Life y, por último, la más emotiva de su cancionero, Tears in Heaven

Listo para volver a saturar las bobinas, volvió la strato para pelar otra sorpresa: Behind the mask (su versión de 1986 de un tema de Ryuichi Sakamoto y Michael Jackson) y un pico de euforia con otro tanque: Old love para terminar de subirle la bilirrubina al público con un el solo de la noche, con un Clapton en trance usando a su guitarra como una ¿segunda? voz propia capaz de cancherear y de llorar. Tim Carmon (teclados y hammond) tuvo su ventana para un solo que infló todavía un poco más el momento, totalmente en sintonía con la épica que lo circundaba. Recién a esta altura, le terminó de subir el calor como para sacarse la gorra y descubrirse las canas a pura risita, después de los poderes demostrados y la fascinación de los testigos.

Otro de Robert Johnson del que prácticamente tiene todos los papeles es Crossroads Blues, que titula el Crossroads Guitar Festival, una serie de recitales benéficos organizados por Clapton para financiar el Crossroads Centre, un centro de tratamiento de drogas fundado por el propio músico. Pegado, otro de su amado Johnson, Little Queen of Spades y un ratito para otro de sus históricos partners, el pianista Chris Stainton que después aprovechó para hacer un guiño a La cumparsita.

Al filo de la lista, Nathan East, su bajista de hace casi 40 años, le dio unos chirlitos a las cuerdas a los que Clapton se subió con un guiño a No llores por mí, Argentina como preludio al riff de la inevitable Cocaine de J.J. Cale. “Si querés andar sarpado, llevate un papel” es el consejo irónico que el Dios canta casi como un mantra hace ya varias décadas para no olvidarse de por qué tuvo que rehabilitarse y lo bien que le hizo rescatarse para levantar su carrera… y para tener un rato largo de sobre vida, claro. 

Amague de saludo final y el bis que se veía venir, como siempre que los músicos se van y los amplificadores quedan prendidos, cuando los plomos no entran enseguida, es porque la banda vuelve. ¿Sería una versión eléctrica de Layla? ¿I shot the sheriff? No, la elegida fue Before you accuse me, con el bueno de Gary Clark Jr de invitado. La gente pidió otra, pero el blusero parco ya había completado sus dos horas de show. Varios hits quedaron en el tintero, también, pero la que probablemente fue su última vuelta por el país completó el ritual sagrado del arte de la canción: el músico entregó sus mejores versiones posibles y nosotros pudimos aplaudirlo en persona. Amén.

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