La tragedia de la mujer que hace trámites

El primero que dijo “es un trámite” como equivalencia de algo rápido jamás se enfrentó a la página de AFIP.

Me gustaría ponerme en contacto con el primer argentino que para referirse a algo fácil de hacer usó la expresión: “es hacer un trámite”. “Es un trámite”, como equivalencia de lo simple, lo rápido, lo expeditivo. Esa persona jamás se enfrentó a la página del AFIP, a llenar una solicitud, a dar de alta un servicio. Entiéndase: no hay nada más complicado, más complejo, más engorroso que hacer trámites.

Como esa placa negra que nos indica al inicio de una película que lo que estamos por ver está basado en hechos reales, cumplo con el deber de informarles a todos y a todas que a continuación expresaré una sucesión de hechos que acontecieron en la última semana y que serán levemente modificados para no perjudicar a ningún trabajador o trabajadora. Así como también se resguardará el nombre de la empresa en cuestión, para no sufrir futuras represalias. Digamos que hace un par de días me cortaron la luz. Digamos que una empresa random que me presta el servicio, vamos a decir una sigla al azar… podría ser “Empresa para la Electricidad”, EPE, así con nombre de fantasía, definió que por una deuda que no llegaba siquiera a los mil pesos era necesario cortarme todo el servicio de electricidad de la casa. No solo eso, también era necesario arrancarme el medidor de la puerta. Aquí debo admitir, soy una persona profundamente ignorante en esta cuestión. No sé si se puede cortar la luz sin arrancar el medidor. Pero a mí me pareció algo muy, muy extremo. Sobre todo, repito, porque el monto de la deuda era de menos de mil pesos. En mi cabeza era más gasto cortarme la luz y volvermela dar, que simplemente perdonarme la deuda.

Cosa que yo desde el inicio, y ya mismo les quiero decir, tampoco estaba pretendiendo. Esos menos de mil pesos que me habían quedado, 720 para ser más exacta, respondían a unos intereses por una deuda previa que se habían ido acumulando, de los que yo no tenía ni idea. Voluntad de pago había: ¿Qué se compra con 720 pesos hoy en día? No sé, quizás un puñado de caramelos, pero no muchos.

En fin, esta empresa (que de vuelta decimos: a fines narrativos llamaremos Empresa para la Electricidad) define entonces cortarme la luz. No me notifica con antelación, como entiendo debería hacerse. Me levanto un día y simplemente me encuentro con que mi departamento es el único que no tiene luz en todo el edificio. Y por supuesto hago lo que todos hacemos en este tipo de situaciones: entro total y completamente en pánico.

Empiezo a pensar en los peores escenarios posibles: quizás algo en mi departamento se está prendiendo fuego y que como resultado saltó la térmica. Puede que la térmica misma se está prendiendo fuego. Es ahí cuando me doy cuenta de que no tengo idea de qué es una térmica o de para qué sirve, pero que también intuyo (por una cuestión de sabiduría popular) que cuando se hace referencia a que a alguien “le saltó la térmica” es porque se armó la gorda. Y tampoco me gusta la expresión “se armó la gorda" porque imagino que en el fondo es un poco gordofóbica. Y entonces entro en un loop interminable en donde estoy sin luz, con la heladera que no anda y con el yogurt perdiendo la cadena de frío, llamando al 0800 de la EPE en donde todo el tiempo estás hablando con un bot, y a la espera de que alguien me diga por qué soy el único departamento en todo el edificio que luz no tiene.

Está claro que después de varios minutos de estar tratando de hablar con un ser humano del otro lado del teléfono, logro dar con alguien que muy amablemente me cuenta que mi suministro ha sido cortado porque aquejo una deuda que hasta el momento no sé de cuánto es. Me indican que tengo que ir hasta el edificio de la EPE, cosa que es un poco extraña porque la EPE funciona exactamente a la misma hora en la que yo trabajo. Me escapo del trabajo para poder ir. Cuando llego tengo 24 personas adelante, de las cuales 20 por lo menos están con cara de que les vinieron facturas de la luz de entre 3 o 5 palos y que están dispuestas a hacer en cualquier momento la gran Darín en “Relatos salvajes". Temo por mi vida, temo por la vida de las cajeras, temo por la vida de las chicas de atención al cliente, temo por la vida del señor de seguridad. Vuelvo a pensar en esto de que hacer un trámite es de todo menos simple.

La suerte me ubica detrás de una señora que comienza a hablarme de una conspiración de la inteligencia artificial. Ella está ahí porque quiere el subsidio, a pesar de que le digo varias veces que el subsidio se tramita online. Ella me repite que no quiere hacer nada con el teléfono, porque el teléfono nos escucha, lo cual es cierto. Además ella tiene la idea de que el feminismo en realidad es una invención de las máquinas: pusieron a los hombres contra las mujeres y viceversa, me dice ella, para que nos destruyamos entre nosotros y finalmente las máquinas nos terminen gobernando a todos y todas. Lo pienso por un segundo. Quizás es porque estoy estresada, porque para esta altura tengo 19 de presión y no me está llegando bien el oxígeno a la cabeza… pero algo de la teoría me hace sentido. Quizás es porque no sé de cuánto es la deuda que tengo y empiezo a pensar que a lo mejor se me acumuló una deuda que desconozco y voy a tener que pagar una plata que no tengo para volver a tener mi heladera, aunque ya perdí el yogur. Eso es lo verdaderamente irrecuperable.

La señora y yo compartimos 35 minutos de espera para que después la chica de la caja le termine diciendo lo que yo le dije en un primer lugar: que el subsidio para la luz se tramita online. La señora procede a contarle a la misma cajera todo lo que me contó a mí, ahondando más en la teoría de esta guerra entre hombres y mujeres en la que vamos a terminar destruyéndonos entre nosotros para que nos gobierne finalmente una licuadora inteligente, o un televisor smart, o el mismísimo bot de la Empresa para la Energía con el que yo hablé toda la mañana.

Para cuando me toca que me atiendan a mí, yo ya estoy fastidiada, la chica de la atención al cliente está fastidiada, el señor de la entrada que nos corta el número está fastidiado. Todos los que estamos ahí adentro cargamos con un fastidio que no tiene sólo que ver con el hecho de que estamos haciendo un trámite, sino que a su vez probablemente tenemos otros bardos. Flasheo con armar una especie de focus group, preguntarles a todos los que están ahí adentro si ahora en este momento pudiera solucionar mágicamente un problema, ¿cuál sería? Y yo calculo que todos o la gran mayoría haríamos alusión al problema que nos trae a este lugar, es decir, algún problema relativo a la Empresa para la Energía.

Si la dinámica se diera vuelta y de pronto me preguntaran a mí, probablemente en ese momento pecaría de un egoísmo exacerbado y no diría “terminar con el hambre en el mundo” ni ninguna de esas cosas que suelen decir las miss universo cuando se les pregunta al respecto. Yo diría lisa y llanamente “quiero volver a mi casa y que el yogur de frutilla que compré ayer en un ataque de optimismo, casi como si fuera un mimo para mí misma, este óptimo”.

Entre ese sueño y la realidad se interpone algo: la burocracia, como en todo. Pagada la deuda la señora de atención al cliente me manda a hablar con una persona que me va a mandar una cuadrilla para reconectarme la luz. Y eso deviene en una espera de otros 30 o 35 minutos, en donde ya no quedo al lado de la señora conspiranoica con la teoría de la inteligencia artificial, pero sí quedo al lado de un señor que empieza a contarme en detalle, aunque yo no le pregunté, por qué Spahn no trae refuerzos.

Para ese momento yo solo puedo pensar que lo único que me detiene de entrar en un estado de combustión espontánea son las pocas gotas de óleo 31 que me puse, en un intento por no dejarme consumir por la ansiedad.

Y todavía me falta llegar a la parte en donde la chica me dice que, aunque ya pagué, el servicio va a restaurarse en “algún momento” de las próximas 48 horas. Ahí es cuando me pongo a pensar que en mi casa voy a tener que estar durante dos días viviendo como Elizabeth Bennet en Orgullo y Prejuicio, leyendo a la luz de la vela y comiendo en la oscuridad, yendo al baño con una pequeña linternita de Boy Scout.

Para cuando llega la cuadrilla dos días después mi moral ya está por el piso. La camionetita de la Empresa para la Energía se estaciona en la puerta de mi casa, y bajan dos personas sin ningún tipo de identificación a buscar el coso del cosito y el pituto para la apertura, para poder colocarme de nuevo mi medidor. En ese momento siento dentro mío nuevamente la esperanza. Así es, la esperanza tiene forma de trabajador sin identificar. Un señor con una camisa gastada y una tenaza que no sé bien para que la usa, que bien podría ser de esos que andan haciendo el cuento del tío por todos lados, haciéndole creer a las viejas que vienen a instalarle vaya una a saber qué, para terminar robándoles la licuadora inteligente. Esa misma que, según la señora de la EPE, nos va a terminar dominando a todos y todas.

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