El enfoque contable esconde la falta de voluntad política. El problema de un sistema de seguridad social nunca puede ser la sustentabilidad, sino qué definimos como una vida para quienes ya no pueden trabajar más.

Para el Croto, salvaje y soñador

Nina tiene 4 años y medio, de vez en cuando habla de uno de sus perros, que murió, como si estuviera vivo. Pregunta cómo es el cielo y si se parece a los yuyales por donde su perro muerto corría, cazaba y era feliz. Ahora Nina está saltando en una cama elástica de un pelotero nuevo y moderno, junto a una horda de nenas y nenes de su salita del jardín.

Al costado, padres y madres embuchan sandwichitos y gaseosas. Los de atún están buenísimos. Llega una pareja con un recién nacido y el magnetismo bebé se manifiesta en su esplendor, hasta que alguien pregunta:

—¿Che, acá cuántos tienen dos y cuántos tienen uno?

El tópico involucra al grupo, las cuentas se hacen rápido. El proceso es novedoso y entretenido, produce sensación de colectividad. Resulta que, de los presentes y a ojo, nadie tiene tres, la mitad tiene dos y la otra mitad uno solo. De los que tienen uno solo, la enorme mayoría cerró la fábrica. 

—En el grupo de mi trabajo, que seremos unos 15, sólo cinco tenemos hijos.

El pelotero, como la mayoría de los peloteros en Santa Fe, es una vieja nave industrial abandonada y reciclada. Porque el mundo real nunca es austero para las alegorías.

Palabras mágicas

Una de las más eficaces tretas del debate público es el intercambio de jerarquías entre las ideas y su traducción administrativa. Los laberintos de la gestión, las precisiones de la burocracia o las infinitas tablas de los actuarios son una gangrena que carcome el sentido y la profundidad de la acción política. 

El problema inicial de un sistema de seguridad social nunca puede ser la sus-ten-ta-bi-li-dad. El problema inicial es qué definimos como una vida para quienes ya no pueden trabajar más sin sufrir demasiado. Cuando las cosas se ponen al revés, es porque la preocupación principal no son los adultos mayores, sino otra cosa. 

El 82% móvil, los 30 años de aporte, la mínima. La sus-ten-ta-bi-li-dad. Los vagos que viven de la nuestra.

Y para poner las cosas al revés, nada más potente que las palabras mágicas. Son fórmulas cuya receta e historia se pierde en el tiempo. Explican cosas por sí mismas y tienen el poder de bloquear los argumentos.

Tomemos por ejemplo las moratorias previsionales que comenzaron a aplicarse en 2004. Hoy hay 3.820.671 adultos mayores jubilados por las moratorias. Se los señala como la razón por la cual el sistema de seguridad social no tiene sus-ten-ta-bi-li-dad. ¡Son vagos que nunca aportaron!, se exclama, como si los aportes fueran a un chanchito guardado en una habitación donde están todos los chanchitos de los aportantes.

Casi la totalidad de quienes accedieron a moratorias o hicieron aportes y muchos, o trabajaron en negro, no por propia voluntad, o se encargaron de cuidar la casa, los chicos, los enfermos y los perros de forma gratuita. Tareas carísimas que ni siquiera terminan de pagar las familias que viven en cotos alambrados de arquitectura grasa. 

Pero, además, y saliendo justamente de la visión del actuario y volviendo a jerarquizar la idea principal: ¿qué vida estarían teniendo hoy esos cuatro millones de personas si no hubiera habido moratorias? Siendo que son el 48% de las personas que reciben una jubilación o pensión, ¿cuántas estarían durmiendo en las casas de sus hijos e hijas? ¿Dormirían en la habitación de sus nietos? ¿El sueldo de quién les daría comida y remedios? ¿Cuántas estarían hoy en la calle?

Confesiones familiares

A la inversa, el porcentaje mágico de 82% móvil… ¿de qué? ¿Por qué no 75%? ¿O 90%? La cifra se puso en 1958, cuando la sociedad salarial fordista y el incipiente desarrollismo avanzaban a todo petróleo. La seguridad social recibía la mayoría de sus ingresos de los trabajadores registrados y sindicalizados.

Las familias eran de otra época. Aunque reducidas, todavía perduraban las tradiciones del casamiento y la procreación, cuyas razones subterráneas excedían ya a ese mundo. Explicaba la abuela Chicha que su hermana Arminda, la Minda, había muerto jovencita, algo así como a los 17, de viruela. Una de esas enfermedades evitables que el Oscurantismo está trayendo de vuelta. Contando la muerta, Chicha tuvo cinco hermanos. Recordaba Chicha que eran muchos, seis, porque sus padres necesitaban niños para trabajar y estimaban que alguno podía caducar en el camino. El padre de Chicha era capataz en el campo de los Lupotti, en Arroyo Aguiar. Había naturalidad en su relato de añoranzas. 

Según los últimos censos, en 2001 cada mujer tuvo 2,1 hijos, en promedio. Es apenas la tasa mínima necesaria para que población se mantenga. En el último censo, de 2022, ese promedio bajó a 1,4 hijos. Como en el pelotero, casi. Por otro lado, hace treinta años había 29 personas de 65 años o más por cada 100 personas de 0 a 14 años. Hoy hay 53 o más por cada 100. Muchas más personas llegan a jubilarse y muchas más personas gozan de buena salud durante más años.

¿Qué sentido tiene seguir pensando que la sus-ten-ta-bi-li-dad del sistema previsional depende del porcentaje de los aportes de los trabajadores registrados y de los años que aporten? 

Cero imaginación

Detrás del enfoque puramente contable lo que se esconde es la falta de voluntad política para generar o buscar los recursos necesarios en otra parte. Cada vez que las jubilaciones pierden poder adquisitivo, cada vez que se suman años de actividad antes del retiro, cada vez que se le piden más aportes a los trabajadores lo que se está haciendo es cristalizar un sistema que no da más con la misma lógica, además de elegir quiénes son los ganadores y los perdedores. Los perdedores somos los trabajadores (pasivos y activos).

La salida tampoco es la vía individual y privada. Dejar la vida de los adultos mayores a la buena de los fondos de inversión es una idiotez históricamente probada en nuestro país y en el resto del mundo. Estamos hablando de la seguridad de la vida de las poblaciones, no de los proyectos de vida individuales. 

No hay modo de que la generación de Nina pueda mantener las jubilaciones y pensiones de sus padres. La solidaridad generacional tiene que definirse de forma distinta, pero eso requiere imaginación y lo que hay, en su lugar, es apenas la miseria política del ajuste en un mundo donde tendencialmente se acelera la concentración de la riqueza a niveles feudales.

De no reaccionar pronto, en nuestros últimos años nos vamos a agotar de pedir perdón a nuestros hijos, porque sí sabíamos lo que hacíamos.

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