¿Un gimnasio donde hacés amigas y amigos que se juntan de peña en la puerta a comer guiso? ¿Dónde no hay espejos y lo más importante no es la estética? “Un lugar seguro”, dicen quienes van. Crotonas, una casa ubicada en una esquina de Candioti Norte donde pasa algo más que levantar pesas.
En la intersección de Lavalle y Córdoba, una casa cuya entrada se desdobla en un ángulo recto ha sido tomada. El aire huele a transpiración y brisa de primavera y el canto de los pájaros se corta por los chirridos que produce el metal al chocar contra una superficie del mismo material. A las 14 horas de un jueves, los gimnasios parecen no ser muy concurridos. Como prueba, solo un par de piernas temblequeantes de cansancio atraviesan de punta a punta el espacio.
“Crotonas surge como necesidad de un espacio donde se pueda desarrollar actividad física utilizando los métodos del entrenamiento deportivo adaptados para todo tipo de personas”, cuenta Lisandro Bantar, dueño y fundador del gimnasio ubicado en Candioti Norte.
Sin embargo, aquella esquina dista de ser un espacio de entrenamiento convencional. La estructura del edificio evoca el recuerdo de la casa de una abuela: salones amplios, pasillos cortos y puertas de madera robustas y pesadas. El gimnasio conserva la cocina, con sus muebles de melamina símil madera, esos que se descascaran cada vez que los tocás. En una esquina, una heladera petisa, de color beige y manija de metal, da la sensación de que te vas a quedar pegado al intentar abrirla. La mesada es de acero y la mesa del medio, con la superficie de vidrio y patas finas de caña, invita a sentarse a tomar una chocolatada con palmeritas mientras mirás algún dibujito en Jetix. Según Matías Abad, profesor de Crotonas, mantener la lógica de una casa mientras se adapta el espacio al ejercicio tiene que ver con poder brindarle a los inscriptos un lugar donde almorzar y bañarse en el intervalo entre la rutina de entrenamiento y el trabajo.
“La idea de gimnasio de barrio”, así lo llaman los profes al espacio repetidamente “es un poco más relajada, atención más personalizada para que la gente sienta que la conocen”, cuenta Matías, quien se sumó a la iniciativa hace tres años porque vivía cerca y “le gustaba la lógica de entrenamiento”. Según el entrenador, Crotonas se encarga de ofrecer a cada uno de sus 120 inscriptos un entrenamiento específico correspondiente con sus necesidades y objetivos.
De barrio
Las baldosas de colores burdeos y mostaza que crean patrones simétricos por debajo de las zapatillas deportivas, desentonan con los discos de 60 kg verde chillón, prolijamente ubicados sobre un carrito con ruedas. A un costado, bloques encastrables de goma eva anaranjados, violetas y azules contrastan con el piso de tonos cálidos. Desperdigadas por la enorme sala principal, pesas rusas, cajones de madera y colchonetas generan un confuso en contraste con los techos altos y las paredes blancas.
Aunque la siesta haya caído sobre Candioti y Licha se encuentre fuera de su horario de trabajo, sus ojos chiquitos, similares a los de un águila rapaz, siguen constantemente al único valiente que se atreve a vencer la fiaca del fin de semana que acecha por debajo de las mancuernas. El profesor carga sobre sus hombros una pesada barra y los músculos de sus extremidades se tensan por el esfuerzo, pero su mirada no pierde de vista al joven cabellos de fósforo que realiza ejercicios en la otra punta del salón. Al mismo tiempo que flexiona las rodillas, aguarda expectante el momento justo en que una espalda encorvada entre en escena para acercarse a pasos agigantados al alumno. No parece importarle bajar la barra para auxiliar al entusiasta de brazos delgados.
“Tenemos una visión de entrenamiento más académica, que apunta primero a cuidar la seguridad y la integridad de la persona y después entrenar”, asegura Mati mientras prepara el mate y continúa: “Tanto Lisandro como yo somos profesores de educación física, creo que eso nos hace coincidir en esa percepción”. Mientras su compañero continúa hablando, Licha suelta un “¿Qué haces?” entre severo y preocupado. Enseguida procede a explicar, probablemente por cuadragésima vez, cómo se realiza correctamente el ejercicio.
Quizás sea esa atmósfera de cuidado y atención lo que hace que los inscriptos califiquen a Crotonas como un “lugar seguro”. Lucía es recurrente en el gimnasio y destaca: “Hay otro espíritu en comparación con los centros enormes de entrenamientos, desde los profes hasta la gente que va. Cuando voy me siento bien, creo que es un lugar seguro y amigable”.
Un lugar seguro
Algo llama por sobremanera la atención desde que se entra en Crotonas y no es solo la curiosa disposición de las herramientas de entrenamiento mientras se preserva la esencia de la casa de alguna señora llamada “Pocha”: en el espacio destinado al ejercicio no hay espejos. En su lugar, un televisor, una placa de metal con una frase en ruso, una estantería con figuritas miniatura y un reloj gris de abuela, decoran las paredes. El resto del espacio sigue la misma lógica: pintura azul, blanca y negra, allí donde en otros espacios de entrenamiento, colgarían esas enormes superficies del terror que sirven para ver el reflejo.
Al respecto, Matías menciona: “Que no haya espejos es una decisión de Lichi, entiendo que para evitar un estilo de entrenamiento que va primero directamente a lo estético y no es lo que pregonamos”. Para Lisandro, la respuesta es un poco más sencilla y menos profunda: “No es por nada en especial. Simplemente no tiene ninguna función”. Aunque luego, le da la derecha a su compañero y aclara: “Son más comunes en gimnasios de estilo fitness donde tienen un sentido estético, en este tipo de gimnasios donde se entrena estilo levantamiento olímpico no se acostumbra a que haya espejos”.
El gimnasio parece construir un ambiente en el que la vulnerabilidad propia de los entrenamientos se desarma entre la conversación cotidiana, la buena onda y la destreza que implica cada ejercicio. Matías se ríe y lo llama “el gimnasio de la FHUC”, asegura que haber militado políticamente tantos años “atrae a cierto público” y se da lugar al intercambio de ideas. Así lo propone también Lucía, quien asegura que “Se dan otro tipo de conversaciones, más politizadas y hasta más filosóficas”. Para los profes, los alumnos no son solo personas que recurren a sus servicios para sentirse mejor con ellos mismos, sino que han creado una comunidad que recurre a Crotonas como un lugar donde verdaderamente se disfruta pasar el tiempo. Prueba de esto son las Peñas de Invierno que se realizaban en la vereda, en el tramo que se ubica sobre Córdoba, y que consistían en buena música y guiso de lentejas.
Cuando llega el momento de la foto, los profes dejan de lado lo que están haciendo. Lisandro deja la barra en el suelo y los mates de Matías se enfrían sobre el recibidor. “Una así como que estamos planificando”, dice Mati sonriendo. Los dientes blancos asoman por entre la barba en una expresión aniñada que no condice con sus rasgos, ni con sus anchos hombros. Licha amaga a agarrarse la frente, niega con la cabeza y mira a su compañero. “No nos va a creer nadie que estamos sentados con una planilla”, dice entre risas. Los dos se acomodan sobre unos bancos de madera, agarran hojas y montan una escena en la que simulan estar especialmente concentrados en lo que dice un papel en blanco. De fondo, una casa de abuela contornea la imagen. En el gimnasio ya no hay nadie, son casi las 3 de la tarde en barrio Candioti Norte y acá la siesta es sagrada.
Fotos: Victoria Carballo