Oscar vallejos
Oscar Vallejos en la sede de ADUL.

En un mano a mano, Oscar Vallejos repasa su trayectoria desde una infancia de pobreza a su vida como obrero estudiante, su trabajo intelectual y su ingreso a la dirigencia sindical en la Asociación de Docentes de la Universidad Nacional del Litoral.

A Oscar Vallejos le gusta la palabra “disputar”. La usó casi veinte veces en una hora de entrevista. En reuniones con sus amistades a veces tiene el gusto de discutir quizá sólo por el placer de poner argumentos a prueba. Su forma de enhebrar los razonamientos y de disponerse al intercambio es propia de quienes se sienten cómodos en las lingüísticas anglosajonas, pero le gusta incomodar como si fuera un estudiante que está haciendo sus primeros pasos en la poesía francesa y el marxismo.

Con sus 58 años, lidera hoy la gremial docente de la Universidad Nacional del Litoral (ADUL) y es una de las cabezas de la Conadu Histórica, donde ocupa el cargo de secretario adjunto. Es egresado de la carrera de Letras de la UNL y dicta las materias de Ciencia, Tecnología y Sociedad en la Facultad de Ingeniería y Ciencias Hídricas y Epistemología, Historia de la Matemática e Historia de la Lingüística en la Facultad de Humanidades y Ciencias.

Hoy en vive en Santa Fe, pero vivió la mayor parte de su infancia y adolescencia en San Cristóbal, en condiciones de mucha pobreza.

“Nosotros no teníamos baño”, recuerda. “Nos reímos nosotros ahora, nos cargamos de cómo nos bañábamos. Nosotros nos bañábamos en un fuentón, con un jarrito, y eso hasta grande, cuando terminamos la escuela, cuando empecé a ser asalariado. Y cuando hacía frío mis hermanas se bañaban, cuando nosotros no estábamos, en la cocina comedor. Y dormíamos todos juntos. Eso fue nuestra vida de una pobreza extrema. A los 15 años empecé con una beca en el ferrocarril, entonces trabajaba tres días en el ferrocarril y después iba a la escuela. Y eso me permitió tener a los 17 años mi trabajo de ferroviario y eso modificó algo la situación de mi casa. Mi papá era policía, pero era policía ocasional. Mi papá consiguió trabajo de policía a los 30 años. Era un changarín, había sido peón de campo y jornalero. Trabajaba de su fuerza física. Y eso es lo que le dio la identidad a mi padre. La forma de vida, la mentalidad de nuestra casa era de un changarín. Mi madre fue abanderada. Era sirvienta de la directora de la escuela y era abanderada en la escuela. En el 70, cuando se habla de la revolución tecnológica, en Villa Cañás en el festejo de fin de año y Navidad, mi padre le regaló un sol de noche a mi madre. ¿Se entiende?

–¿Cómo te hace sentir que el gobierno diga que los pobres no llegan a la Universidad?

–Yo tengo una discusión muy fuerte con progresistas y con la derecha, sobre eso. Con los progresistas, no deja de ser un discurso que está subyacente decir “los pobres no llegamos”. Aparece incluso un argumento biologicista sobre eso: los pobres, como tenemos mala alimentación, no podemos ni siquiera pensar. Es difícil para los pobres llegar a la Universidad, pero no por las razones que los progresistas esgrimen. Es difícil porque hay una cuestión de que se ha tabicado la posibilidad de llegar a la Universidad. Yo terminé en el 78 la escuela primaria y después estudié de técnico y toda la dictadura estudié y en el año 85 terminé la escuela secundaria y ahí yo tenía claro que tenía que ir a la Universidad, era casi como un deber si es que quería dejar de vivir en la pobreza extrema.

–¿Cómo te hacías tiempo y lugar para leer?

–Es lo raro. Yo me crié en la biblioteca pública de San Cristóbal. En esa etapa quería ser escritor, escribía poesía, participaba de los concursos de poesía, yendo a la escuela técnica. A los 12 años le llevaba la vianda a una mujer que se llamaba Juanita Pérez, que era escritora, y yo escribía poesía, entonces ella me corregía las poesías. En ese contexto, San Cristóbal te permitía eso: había una biblioteca, nosotros transitábamos la biblioteca, íbamos a la escuela, en la biblioteca aprendí a jugar al ajedrez, leíamos los diarios, leíamos fragmentos de los libros. En mi casa estaba fuerte esa idea: la educación y la inteligencia eran importantes. Para nosotros, el proyecto educativo era efectivamente un futuro posible o necesario y la cosa iba a pasar por ahí. Después te das cuenta de las tensiones de ser pobres en San Cristóbal. Yo terminé séptimo grado en San Cristóbal y tenía unas maestras que eran súper discriminadoras y otras que no. Tenía una maestra de matemática, que había sido maestra de mi mamá, y ella me amparaba ahí y una profesora de Ciencias Naturales que fue para mí una cosa muy linda, porque salíamos a mirar lagunas y mirábamos por el microscopio... Había una clase de biología efectivamente ahí. Esa maestra se llamaba Ágata y la de matemática se llama a Toti. El resto era súper discriminador. Eso era tenso. En la representación que yo tengo, nosotros teníamos un destino de pobres negros, teníamos que estar invisibles. Yo disputaba ese acuerdo.

Tu profesor no llega a fin de mes

–¿Qué has vivido más como agravio, el clasismo o el racismo?

–Se mezclan muy fuertemente. San Cristóbal es una sociedad pequeña, entonces parece que el clasismo no está y que, por lo tanto, aparece sólo el racismo. Entonces, la disputa es sobre el mundo de los negros. Tuvimos una experiencia, de vivir en una localidad que se llamaba Colonia Bossi, adonde lo llevan a mi papá, castigado por la Policía. Esos fueron como los años mejores nuestros. Vivíamos en la casa de la Policía, teníamos baños, teníamos un lugar, podíamos tener quinta, íbamos a la escuela. Fueron como tres o cuatro años y después volvimos a San Cristóbal y ahí volvieron las penurias. Vivíamos en un conventillo, compartíamos la casa con seis familias. Cuando vivíamos en Colonia Bossi, nos invitaban a comer los los piamonteses porque les llamaba la atención como comíamos nosotros. A nosotros también nos llamaba la atención como comían ellos. Había ahí cierta educación al comer que teníamos nosotros que ellos no tenían, entonces les llamaba la atención. Mi madre advirtió que nos invitaban para ver el espectáculo de esa familia comiendo, cómo comíamos nosotros, nuestra forma de manejar los cubiertos, de sentarse. Mi madre siempre tenía mantel en la mesa, por ejemplo, y eso era llamativo. O el tipo de platos. Éramos pobres con algunas cuestiones de estilo, que ella decía que le venían de haber trabajado sirvientas en casas de familia de clase media.

–¿Cuáles serían esos tabicamientos para llegar a la Universidad?

–En principio, el tabicamiento sobre el no poder. Una experiencia que recuerdo con mucha nitidez es que ponen un mapa de las rutas comerciales de Europa con el resto del mundo. Por alguna razón, yo sabía eso. Y entonces una de las maestras me dice exaltada “¿¡Cómo sabes vos eso!?”. Entonces, si no hubiera habido ahí una disposición a la disputa, probablemente no aparecía eso. Hay un término de una feminista, Bell Hooks, que habla de núcleo de sentido. Mi madre construía para nosotros núcleo sentido. Nos decía “ustedes son lindos, ustedes son inteligentes, ustedes valen”.

–Y en la Universidad ¿volviste a encontrar esos tabicamientos?

–Dentro de la Universidad no. Yo empecé estudiando matemáticas. Era difícil. Yo vine a estudiar con un traslado del ferrocarril. Nosotros trabajamos de seis de la mañana a dos de la tarde, peones de escoba. Trabajábamos en lo que hoy es La Redonda, el Depósito Base, y había que limpiar, descargar arena, abrir cunetas. Las clases de matemáticas arrancaban a las 7. Yo no podía ir a clases y entonces había que ir a clase de consulta. Eso ya hablaba de que la facultad no pensaba en obreros estudiantes, sino en estudiantes full time. Y aun así, cuando yo podía conversar con los profesores, me daban una mano. Hace poco una docente que me dijo “Ay, me acuerdo cuando vos empezaste Fundamentos de la Matemática y vos decías siempre algo interesante”. Los docentes te hacen saber en general eso. Entonces, fue lo contrario el mundo universitario. Hay en el mundo universitario una disposición que trasciende eso.

La calle no se veta

–Es muy importante lo que decís ¿por qué en la Universidad no te pasó lo mismo?

Yo creo que la Universidad se constituye efectivamente en relación a las tramas del saber. Y cuando hay posibilidad de que eso emerja, que el interés y el deseo por esa trama de saber emerja, hay una disposición a dejar que eso surja. No quiero decir que los tabicamientos sociales más generales no estén. Pero esto que pasaba en la escuela, de ser peligroso para los que tenían que ser más inteligentes y no lo eran, que eran rubios y lindos, acá se vuelve una zona que se disputa y se disputa fuerte y yo disputaba fuerte. Así como mi madre disputaba en la escuela donde ella era la sirvienta, yo disputaba. Incluso con mi sexualidad de persona gay, no viví nunca en la Universidad una situación de discriminación específica, como otras personas sí lo padecen en su lugar de trabajo. La Universidad a mí me permitió encontrarme en un ambiente en donde la posibilidad de que alguien que deseaba saber fuera protegido.

–¿Cuáles son tus referencias como maestros o las personas que fueron importantes para vos en tu trayectoria universitaria?

–Yo dejé de estudiar cuando fui padre y cuando volví fui a estudiar Letras. Ya no trabajaba más en el ferrocarril, trabajaba en IAPOS. Y la carrera de Letras se estudiaba a la tarde y la noche, entonces podía ir a clases. La carrera de Letras efectivamente fue una para mí una felicidad. Ahí tengo referencias fuertes. Quizás la más fuerte sea de Dina San Emeterio. Yo digo que es mi maestra. Los docentes de la Facultad, salvo una o dos, siempre me han apoyado. Dina siempre fue mi maestra por su relación con el saber y su forma más libre de pensar. Tenía una erudición enorme sobre los temas que me interesaban. Era una persona que había desafiado al poder, se había ido al exilio, había vuelto. Los estudiantes la amaban. Y ella me quería a mí. Qué más. Yo como trabajaba, muchas de las materias las hice libre. Pero la Universidad te permite tener vínculos que van más allá de las clases y con mis profesores y profesoras pasó eso: tenía una relación de amistad tramada prontamente y eso era poderoso. Está la formación curricular y todo lo otro que circula, que es el espacio del préstamo de los libros, de la conversación.

El saber

–Sos un académico de las letras, de las ciencias sociales y de las humanidades. ¿Cómo observas el cuestionamiento constante que hay sobre el conocimiento que se produce desde esos campos, sobre todo ahora, en tiempos de ajuste?

–Hay un cuestionamiento que viene de lejos, que ahora emerge. Tenemos dos riesgos. Pensar que la única clave de comprensión del conocimiento es la eficacia, la aplicación, la condición instrumental. Las ciencias sociales producen conocimientos que se pueden instrumentalizar, claro, pero después están los otros dos campos: el campo crítico y el campo de la ampliación de la experiencia humana. La Universidad no puede entenderse solamente en la clave de la instrumentalización. Yo doy clases de una materia social en Ingeniería y Ciencias Hídricas y entonces siempre aparece eso. Nosotros damos conocimiento crítico. Estamos en esa tensión entre mantener la capacidad de que los estudiantes se encuentren con maneras de pensar el mundo en que viven, con categorías y conceptos sofisticados. Y después en el caso de la de la Facultad de Humanidades, ampliar la experiencia de lo que se puede pensar. Yo doy Historia de la Matemática. Usualmente se dice “Vinieron los europeos y ahí arrancó la historia de la matemática”. Bueno, ¿qué pasa con las matemáticas de los pueblos originarios? Tenían matemáticas. ¿existe todavía una matemática de los pueblos originarios? Así como han resistido con las lenguas, ¿han resistido con las matemáticas? Busquemos eso, porque hasta ahora lo que dicen los pueblos originarios es que ese saber les ha sido arrebatado, no han sido considerados como sujetos. Esas comunidades ancestrales han hecho matemáticas y hacen matemáticas. Eso es una región que estaba negada de la experiencia.

–¿No te parece que vivimos en una época de celebración de la ignorancia?

–Yo creo que hay que mirar mejor ahí. Evidentemente hay estudiantes que son libertarios. Nosotros trabajamos un modelo de qué es una buena sociedad. Y decimos “una buena sociedad es una sociedad igualitaria”. Imaginate los libertarios, se revuelcan, los hace sufrir muchísimo, y ahí empiezan a aparecer los argumentos. Y no es que carezcan de argumentos, solo que esos argumentos son argumentos endebles. Ellos se han preocupado por tener argumentos para sostener que una sociedad igualitaria es una mala sociedad. Entonces, nosotros tenemos que ir ahí, a ese núcleo. Intervenir en esos argumentos que son endebles y ponerlos en crisis. Hay argumentos y hay que ir a poder, no diría rebatir sino a que ellos puedan ver que esos argumentos son débiles y que, por lo tanto, podrían comprometerse en con otra mirada. No encuentro en el estudiantado ese desprecio pleno por el saber, pero sí esta línea política se ha encargado de armar argumentaciones muy cerradas para concluir la libertad es opuesta a la igualdad. Ahí hay que producir argumentos. Hay argumentos que los hacen sufrir. Por ejemplo, que las relaciones patronales y de empleados son relaciones de explotación. Yo presento la idea del trabajo industrial y entonces dicen “Ay, ¿hay que decir explotación? ¿hay que decir explotación, esclavitud?”. Bueno, esos fueron los términos que se pensaron para pensar las relaciones del trabajo. Advertir esa situación es un proceso doloroso. A nosotros nos pasa eso, cuando con nuestros sistemas conceptuales podemos ver sujetos que sufren y que van a seguir sufriendo, si no hacemos algo, nos produce un dolor. De alguna forma el mundo libertario les promete un futuro de felicidad, que nosotros sabemos que no va a ser así. Entonces, el trabajo nuestro es producir ahí para poder cortar esa cadena de argumentos y de sensibilidad. En la discusión más pública aparece... Beatriz Sarlo usa un término que está bueno: es un “discurso bestial”, dice, porque aplana todas las diferencias, produce las simplificaciones más aberrantes. El trabajo nuestro, en los dos casos, como docentes o como alguien que trabaja en la producción de conocimiento, es dar complejidad ahí donde el poder no quiere.

Vayan prendiendo el fuego

El sindicato

–¿Cuándo y por qué iniciaste tu camino en el sindicato?

–Siempre estuve relacionado con las asambleas que el gremio organizaba. En un momento pensé en el gremio por una cuestión de protección, porque la ligaba mucho con las autoridades. Una cuestión de postergación, ahí sí había un tabicamiento político. La UNL tiene una tradición política de tener sus nombres, y a esos nombres los promueven y otros nombres no pueden aparecer en ninguna parte. Habíamos inventado con mi compañera Mari Hechim el Argentino de Literatura, pero como nosotros éramos totalmente opositores a ellos, nos arrasaron del Argentino de Literatura. Mari Hechim y yo, que éramos amigos y disputábamos el Departamento de Letras, inventamos también la carrera de Periodismo, pero cuando pudieron nos arrasaron. Es un debate político puro y duro: de buenas a primeras hay ciertos personajes que son como el macho de espadas de la gestión, y eso habilita y cierra. Yo además hago Historia de la Universidad. Acá hay una historia oficial de la Universidad, yo no hago historia oficial. Entonces, no puede aparecer mi voz contando la historia de la Universidad. Mi relación con el gremio vino por eso: yo necesito protección. Necesito que el gremio me proteja sobre mi propio trabajo. Eso hacía que siempre participara de todas las acciones del gremio, hasta que alguien me dice “Estaría bueno que colabores en el gremio, hay una Secretaría de Formación”. Fue Mariana Carminatti que me convidó a hacer ese trabajo y a partir de eso me involucré más en pensar el gremio desde adentro y no solamente a pedir el amparo que tenía.

–¿Qué huella pensás que estás dejando dentro del sindicato?

–Mi tradición académica, mi formación y mi ser político dentro de la Universidad, entender los procesos de disputa, pensar la historia de la Universidad, me han formado para ser sindicalista. Está bien que yo a los 45, 47 años creo que tenía, empiece a hacer el trabajo adentro del gremio, había tenido una larga preparación como trabajador de la Universidad para empezar el trabajo sindical. Mi propia experiencia de académico o de profesor hicieron que pensara mejor el gremio, qué tipo de gremio puede representar a los docentes en un sentido pleno. Yo no tengo licencias sindicales, con lo que eso me cuesta, porque pienso que yo estoy en la Universidad porque me interesa dar clases, hacer investigación. Mi foco es la Universidad y el sindicalismo lo hago porque soy un docente y entiendo que el sindicato ha construido una mejor Universidad, tener un Convenio Colectivo de Trabajo hace que la Universidad sea mejor, defender ese convenio y hacerlo cumplir hace que la Universidad sea mejor. Mi foco es trabajar en la Universidad, por eso hago sindicalismo.

–¿Cómo pensás que va a escalar ahora el conflicto con el gobierno nacional?

Es la hora del estudiantado. Hemos traccionado nosotros desde los gremios y desde el Frente Sindical todo lo que pudimos. Las marchas son multitudinarias porque están los estudiantes. Pero ahora han tomado la delantera y están viendo cómo discuten ellos mismos. La disputa del gobierno con la Universidad no es solo presupuestaria, es una disputa por la posibilidad misma de la Universidad, eso es lo que están en juego. Hay ya mucha gente que está dejando de dar clases, eso es una realidad. Y además achica la posibilidad misma de sostener la cantidad de estudiantes y la actividad de investigación y extensión.

–¿Qué estrategias se va a dar Frente Sindical para la discusión de presupuesto 2025?

–Hay que dar esa discusión, pero esa es una discusión que los rectores tienen que dar, están más acostumbrados, todos los años la dan. Nosotros siempre hacíamos el trabajo paritario, pero no somos buenos en hacer el cabildeo legislativo. Algunos rectores creen que, perdida la Ley de Financiamiento, ahora el gran debate es el presupuesto 2025. Eso es importante, claramente, pero tenemos que resolver los conflictos que tenemos en la Universidad ahora. El conflicto del estudiantado: el gobierno desmanteló el fondo fiduciario que tenía que ver con las becas Progresar, no sabemos cómo van a ser las becas del año que viene. Todos tenemos la sospecha de que va a haber menos estudiantes en el 2025 que en el 2024, lo cual es una tragedia social. El estudiantado está percibiendo eso, si no luchan ahora van a empezar a haber menos estudiantes. Y nosotros pensamos que si no arrancamos ahora lo que podamos de la mejora salarial, vamos a terminar el año en condiciones paupérrimas. Para nosotros ese es el de gran debate ahora: cómo organizamos la lucha y articulamos con el movimiento estudiantil. Nosotros como Frente Sindical tenemos que apoyar las tomas donde las haya, cuidar a los estudiantes que hagan las tomas para que no pasen actos de violencia como lo que pasaron en Quilmes. Y hacer de ese conflicto la bandera, porque lo que está en juego no es sólo lo salarial, sino el futuro de la Universidad. Estamos pensando en una idea de una marcha desde lo federal hacia el centro. Pensar en regiones y hacer marchas y llegar a Buenos Aires en un tiempo muy breve, porque nos queda poco tiempo porque se termina el año. Ahí hay que ser claro sobre qué tipo de convocatoria se hace a los docentes para que se sumen a la lucha. La disputa que nos que nos plantea el gobierno es liquidar la especificidad de la Universidad en términos de la paritaria y que nos resignemos a los salarios bajísimos, a los más bajos de la historia. La reacción más clásica, el paro por tiempo indeterminado, en estas condiciones no parece ser la estrategia más apta. ¿Por qué? Porque el gobierno quiere una Universidad cerrada. El gobierno quiere producirnos un conflicto con el estudiantado, que quiere estudiar, y nosotros estamos hermanados con los estudiantes.

Un solo comentario

  1. Impresionante nuestro Secretario general!! Una nota que nos permite pensar y sentir la universidad como el lugar de construcción de un futuro más igualitario!

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