Pulmones de acero, aliento de bronce

testoni brass
Foto: Agua Clara

Después de dos temporadas en Europa y de años de proyectos grupales, Martín Testoni estuvo de visita en Santa Fe preparando las nuevas aventuras de Brass, su alter ego clown musical y solista.

¿Cuánto nos puede dar nuestro lugar de origen? ¿Cuánto le podemos exigir? Martín Testoni Almirón maduró las respuestas a estas dudas durante bastante tiempo antes de levantar vuelo rumbo a Europa, hace ya dos años.

En Santa Fe, él y su saxofón agotaron las salas y espacios consolidados, pero también se dedicaron a crear escenarios allí donde no los había: entre las mesas de un restó que ya no existe, en la Plaza de Rincón, por el cantero de Bulevar Gálvez o al paso por Bulevar French. Se hicieron camino al andar, como si vivieran dentro del poema de Antonio Machado.

Además de explorar muchísimos lugares, en el camino hubo una lista innumerable de colaboraciones (grupos, bandas, dúos, hasta invitado de Manu Chao) y estilos explorados.

Después de cada show y cada vez más fuerte, un grito se imponía desde lo más íntimo, hasta que sus performances con el clown de La Fanfarria Ambulante finalmente se destrabó esa voz que canaliza a través de su instrumento. Esa es la voz de Brass, su alter ego.

—¿Sentís que esta etapa solista era una necesidad más personal o más profesional?

—Creo que va todo de la mano. Llegás a un punto en el que tenés que encontrar tu propia voz. Después de tantos años en proyectos grupales, llegó un momento en el que sentí la necesidad de tener más control sobre mi creación. Fue un proceso difícil porque, por un lado, te encontrás con que no tenés el espacio que querés o la voz que sentís que necesitás. Pero, por otro lado, fue un proceso enriquecedor. Hoy me siento con la confianza de seguir adelante, de confiar en lo que tengo para decir, en lo que llevo dentro. Este camino no empezó de un día para el otro, son 16 años de trayectoria, y me doy cuenta de que cuando algo sale bien de las vísceras, genera un impacto. Eso es lo que me guía, y me ha dado mucha confianza en este último tiempo. Pero proceso también tiene que ver con la espiritualidad y con esa búsqueda filosófica y personal. Estoy en un trabajo interno muy lindo, buscando ese lugar donde me siento vivo, y sé que desde ahí es donde voy a generar algo único, una vibración propia y potente.

Con más de mil shows en el lomo y 15 años de trayectoria, decidió emigrar a Europa, estableciéndose en Lisboa tras pasar por Francia, Bélgica y Alemania: “No se puede vivir de la música tocando solo en Santa Fe”, le dice a Pausa. En Portugal, se sumergió en la escena artística local, colaborando con artistas de diferentes partes del mundo y realizando intervenciones performativas. Su show más destacado fue su concierto con banda en el espacio cultural "BOTA de Anjos", donde también presentó "Brass Selecta + saxo", un set de músicas balcánicas con un fuerte componente visual y performativo.

—Volver a Santa Fe después de dos años recorriendo Europa debe ser una experiencia intensa. ¿Qué sentimientos te genera este regreso?

—Volver a la tierra donde uno nació trasciende lo artístico; te conecta con tus raíces, con la familia, los amigos, los excompañeros de grupo, los colegas y la gente del ambiente. Santa Fe me da esa sensación de completitud, de haber cumplido un ciclo después de 15 años de profesión. Es como un círculo que se cierra. Conozco a todos: desde los productores hasta los técnicos, los músicos y la prensa. Esa red que fui construyendo durante tanto tiempo es algo que no se construye de un día para otro.

Actualmente, Brass se encuentra radicado en París, donde trabaja en proyectos propios de forma autogestiva, como bien se aprende en esta tierra: “El contraste que sentí en Europa es que allí no había una red ya formada. No estaba todo hecho, y tuve que empezar de cero”. Imaginémonos en un país nuevo, armando una agenda nueva de contactos para entrar en el ruido, ¿qué hacer mientras sistematizamos los números, mientras los agregamos en redes? Obvio: Pondríamos la pava y buscaríamos la yerba. “Eso es algo que extraño, el ritual del mate. Eso y los lazos personales, el circuito que ya conocía y que aún hoy, después de estar afuera, siento que rápido me vuelve a recibir. Eso me pone muy contento y me llena de ganas de seguir teniendo una pata acá”, admite.

Y agrega: "A pesar de los dos años y tres meses fuera, al volver sentí que todo sigue vivo, activo y próspero. Me llena de alegría porque veo que es un lugar donde puedo seguir generando ideas, tocando, compartiendo y disfrutando con la gente".

—¿Cómo fue insertarse en el circuito musical europeo?

—Me fui a Europa con mi proyecto “Los Micromundos de Brass”, llevando un dossier, videos, y todo lo necesario para vender mi propuesta. Sin embargo, al llegar me di cuenta de que no podía vender ese material porque no tenía lo más básico: los músicos. No conocía a nadie. Tuve que dejar de lado esa carpeta y empezar de nuevo. Fue un proceso de investigación de campo, de ir a los lugares, hablar con la gente, sumar contactos, ver qué estaba pasando.

brass testoni
Foto: Matías Pinto

—Y además de conocer gente, ¿qué más se necesita para entrar en el ruido?

—Estamos en un momento donde la tecnología nos da un acceso increíble a herramientas que antes no teníamos. Hoy podés lograr un material profesional con algo que tenés entre manos, y lo que importa es qué hacés con todo eso. Tener acceso a todo tipo de recursos está buenísimo, pero lo fundamental es pelar, ¿viste? Si alguien te pide que toques, tenés que estar listo. Te piden un video, les mandás un video; te piden una biografía, tenés que tenerla lista; te piden fotos, lo mismo. En ese sentido, leí una vez que un productor es una persona que está siempre lista para resolver problemas, que no duda en hacer lo que sea necesario para encontrar una solución. Y eso es algo que me gusta de la producción, te desafía constantemente. Pero entrar en ese circuito no es fácil ni inmediato. No es simplemente enviar un correo y esperar una respuesta. Requiere paciencia, energía y ganas de ir a por todas, porque al final uno se convierte en su propio producto, y hay que hacer todo lo posible para que te elijan.

—¿Qué te llevás de esta visita a Santa Fe?

—Me llevo el amor de la gente que siempre me ha rodeado, de las personas con las que me rodeé. Me llevo su energía, esa fuerza que manejamos sin darnos cuenta. También me llevo la calidad artística que hay en Santa Fe, que es increíble. Nunca lo dudé, pero a veces siento que nos quedamos pidiéndole todo a la ciudad, ¿entendés? Y eso nos termina como autodestruyendo. Acá en Santa Fe, no podés vivir de la música solo tocando acá. No se puede crecer si te quedás solo mirando lo que hay alrededor. Para mí, el desafío fue moverme, creer en mí y en que hay más allá de Santa Fe. Pero, igual, siempre le voy a agradecer a la ciudad. Gracias, siempre. A todos mis compañeros de banda también, gracias por lo que hicimos juntos, porque sin ese pasado, no estaría haciendo lo que hago hoy.

—Y ahora que tu voz propia se te impone más claramente, ¿qué estás trabajando con ella? ¿Qué se trae Brass entre manos?

—Ahora estoy trabajando en mi primer material discográfico. Para un músico solista, es vital tener ese primer álbum, ese manifiesto donde podés mostrar tu identidad, quién sos. Yo tengo mil videos en YouTube, live sessions, un montón de bandas, pero me falta ese álbum propio. Eso es lo que me está impulsando a grabar, porque también siento la necesidad de mostrar quién es Brass, de qué se trata mi música. Estoy trabajando con un productor tremendo, Pablo Somaglia, seguro lo conocés. Estamos laburando en mis canciones, y él me dijo algo que me quedó grabado: los músicos, al final, lo que hacemos es moldear las moléculas del aire. Pero más allá de esa frase, que me pegó fuertísimo, lo importante es encontrar la belleza, generar un criterio. A veces no sabés ni por dónde empezar. ¿Tocás una sola nota larga, o 200 millones de notas a mil por hora? Ahí está la cuestión.

Con la promesa de volver a charlar de vuelta dentro de otros dos años, después de la gira que hará con los franceses de Les Rois Vagabonds y seguramente con más títulos publicados como Brass, la llamada se corta, pero la conexión permanece, latente. Así también espera, dentro de cada quien, una convocatoria íntima a animarse a hacer eso que nos sale bien y que puede aportar algo al mundo, un suspiro de coraje o un aliento que nos lleve para adelante o que haga sonar un saxofón.

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