El argentino Alfonso Gastiaburo presenta en su más reciente trabajo, Hijas del maíz, una obra íntima que documenta la historia de las mujeres del Hogar Comunitario Yach'il Antzetic, en Chiapas, México.
A través de una mirada cercana y honesta, Alfonso Gastiaburo explora temas de género, sanación y el complejo entrelazado cultural que combina elementos indígenas y europeos. El documental "Hijas del maíz", que tuvo su estreno en Santa Fe el viernes 1 de noviembre en el Cine América, nace de una conexión establecida en 2012 cuando Gastiaburo filmó en la región para otro proyecto. En esta entrevista con Pausa, el director comparte el proceso detrás de esta obra, así como las emociones y desafíos que surgieron en el camino.
—¿Qué te motivó a contar la historia de las mujeres de “Yach’il Antzetic”? ¿Cómo llegó a conocer este proyecto comunitario en San Cristóbal de las Casas?
—En el 2012 filmé una película para la cadena Al Jazeera en esa zona del sureste mexicano. La película contaba la historia de una pareja de rosarinos, Sofía y Yayo, que viajaban por el continente enseñando astronomía en escuelas rurales. Con la excusa de mirar las estrellas buscaban que los niños también bajaran la mirada hacia su entorno para pensar su realidad de manera colectiva. El documental se llamó Glances (Miradas), y formó parte de la serie Viewfinder Latinoamérica. Entre que ganamos aquella convocatoria, firmamos el contrato con la cadena, e hicimos la logística para filmar en la otra punta del continente sucedieron muchas cosas, la más importante es que Sofía se embarazó.
Sobre esa historia, el realizador comenta: "Ellos decidieron tener a su hija en Chiapas, por la relación muy estrecha de la comunidad con los astros, y así conocimos el Hogar Comunitario Yach'il Antzetic, y a las protagonistas de Hijas del maíz. María fue partera de Sofi. Quedé muy curioso por su trabajo y quise volver para tratar de entender más profundamente una cotidianidad donde las relaciones de género se desarrollan en una complejidad que combina lo indígena y lo europeo, la cultura maya y la colonización, la vida en la comunidad y la ciudad, y todo esto con una persistente influencia del zapatismo que desde el alzamiento de 1994 cambió completamente el contexto de los indígenas mexicanos".
"Así que en 2012 nos conocimos con Sandra, la argentina que fue una de las fundadoras del Hogar, con las Maris, y sus hijas Camila e Iromi y a fines del 2017 la posibilidad de contar la película comenzó a tomar forma", explica.
A medida que profundiza en el significado de la conexión cultural de las protagonistas con el maíz y la tierra, Gastiaburo expone los múltiples niveles de significado que el maíz tiene en la vida de las mujeres de Yach'il Antzetic. Desde la creación del título hasta la narrativa visual, el documental logra reflejar la complejidad de sus historias, sus experiencias de violencia y la fortaleza con la que buscan reconstruir sus vidas. Con una cámara en mano que se torna parte de la intimidad de las protagonistas, Hijas del maíz se convierte en un puente que nos permite, aunque sea por momentos, comprender la realidad de estas mujeres.
—El título “Hijas del maíz” evoca una conexión con la cultura y espiritualidad indígena. ¿Cómo definís esta conexión y por qué la elegiste para nombrar la película?
—Para la cultura maya el maíz es una planta sagrada, la base de su alimentación y un pilar fundamental de su identidad cultural. Pero, además, la milpa, el lugar donde cultivan el maíz, es un punto geográfico muy preciso para cada familia, su pedacito de tierra donde van a trabajar todos los días. Es difícil para nuestra cultura rural, atravesada por el monocultivo y la eficiencia productiva, volver a pensar la relación con la tierra y con la comida con la profundidad con que la piensan en la vida campesina. Es algo que se perdió para nosotros.
Y sobre el nombre, específicamente, señala: "Sin embargo, el nombre precede a la realización de la película muy a nuestro pesar. Cuando empezás el proceso de buscar financiación y desarrollar el proyecto hay que darle un nombre a una película que no sabemos qué forma tendrá. Un documental es muy distinto a una ficción donde tu punto de partida es un guión. Los documentales cambian y van tomando forma, interactúan con la realidad y se terminan de conformar en el proceso de edición. El título debería surgir cuando la obra está completa y su sentido es más claro. Pero no, uno convive durante años con un nombre que piensa que va a cambiar el día que se termine la película".
"Originalmente llamé a este proyecto Hijas del maíz, en referencia al Popol Vuh, una de las pocas fuentes escritas sobre la cultura maya. Durante todo el tiempo que estuvimos haciendo la película, consideré cambiar el título", se sincera, pero agrega: "Un día, en una conversación con una de las mujeres de la comunidad, ella comentó al pasar que el lugar donde muchas mujeres habían sufrido un abuso era precisamente “la milpa, entre el maíz”, pensé en todo lo que había allí contenido: el lugar sagrado, el lugar que alimenta a la comunidad y también el lugar del abuso. Me di por vencido y dejé de buscar otro nombre para la película".
—¿Cuáles fueron los mayores desafíos que encontraste al trabajar en una comunidad de mujeres indígenas en Chiapas y al abordar temas de género, violencia y sanación?
—En realidad, creo que en este caso me encontré con los mismos desafíos de siempre al encarar un documental, que radican en cómo honrar el compromiso ético que implica que alguien te cuente su historia y te deje filmar su intimidad. Cómo reflejar con honestidad y sensibilidad un pedazo de la vida de la gente y transformar eso en una narración, lo que implica darle un sentido autoral (que es siempre una manipulación), pero sin dejar de ser fiel a tus protagonistas. A veces sentís que cada corte (NdeR: de tomas o escenas) es un poco una traición.
—Hay varios animales que aparecen en pantalla, como colibríes, una tortuga y el caballo blanco del final, ¿qué papeles juegan en el desarrollo de la narrativa visual y emocional?
—Depende. El caballo blanco, atado en medio de la montaña (de la comunidad de la que escapó Mari y a la que vuelve siendo otra), con una tormenta que se avecina, que al principio de la película nos mira en un plano cercano y al final de la película lo vemos desde más lejos, intenta simbolizar algo del recorrido que hicimos a lo largo del relato, algo de esa atadura, de esa cárcel cultural que rodea a las protagonistas. En otros casos la relación con los animales dice mucho de los personajes. Que Sandra alimente todos los días a los colibríes que viven en la montaña y luego se vaya a trabajar al Hogar refleja algo de ella. Creo que en general intentan cumplir con esas dos instancias, aunque en ocasiones simplemente son parte del paisaje.
—¿Cómo ves la relación entre el documental y tu carrera en general? ¿Qué aporta “Hijas del maíz” a tu trayectoria de contar historias enfocadas en derechos humanos y movimientos sociales?
—Las películas documentales tienen una forma de elaboración menos rígida que la ficción y es un proceso que disfruto más. Pero desde la época de La Conjura TV ir de un género a otro es normal para mí. De todas formas, ya sea desde el documental o ficción, creo que es una etapa donde hay que resistir y enfrentarse como sea a las barbaridades actuales. La posibilidad de que la producción artística dependa exclusivamente de los criterios de mercado es una aberración que se está subestimando en la discusión pública y está invadiendo el sentido común.
"Que se piense nuestro arte y nuestra cultura exclusivamente en base a su rentabilidad, o en todo caso, a la posibilidad de transformarlo en un bien de consumo monetizable, significa que va a profundizarse la tendencia hacia la homogeneización cultural y a dejar de lado todo aquello que no puede formatearse dentro del Fast Food artístico", explica el realizaro. "Además, cuando los fondos para la producción y difusión de la cultura dependen exclusivamente de los privados condiciona profundamente al pensamiento crítico y las manifestaciones artísticas que no defiendan los intereses de clase de los financiadores. Sigo pensando que hacer cine no es un mero trabajo, que tiene cierta importancia".
Con Hijas del maíz, Gastiaburo revalida sus credenciales como un soldado preparado para este campo de batalla cultural que es el cine. Esta película funciona también como ejercicio de empatía por los problemas de las personas y de admiración por sus formas de organizarse para superarlos, invitando a la audiencia a repensar sobre los desafíos del arte en un contexto donde la homogeneización cultural y los criterios de mercado amenazan la diversidad expresiva. Sea a través de una canción, de una situación particular que vemos en la calle o de lo que escuchamos en las noticias, es vital para preservar la condición humana defender la autenticidad en las narrativas y de encontrar en cada historia un acto de resistencia ante la simplificación de nuestra cultura.