En lugar de “destruirlo desde adentro”, como propone Javier Milei, las élites dirigentes de todo el mundo llevan adelante iniciativas orientadas a fortalecer el Estado y aumentar su intervención en la economía.
Joel Sidler (*)
Desde el 10 de diciembre de 2023, el gobierno de Javier Milei opera un conjunto de cambios en la orientación internacional de la Argentina que no sólo implican una ruptura con el legado histórico de nuestro país y con los consensos internacionales más recientes, sino que también pueden colocarlo en un sendero perjudicial y quizás irreversible. Es lo que aquí llamamos una geopolítica y una visión del Estado “a contramano”, en tres aspectos fundamentales.
En primer lugar, va “a contramano” del lugar de prestigio que ha construido la Argentina en la defensa de la paz, en políticas de Derechos Humanos, como vanguardia en derechos de diversidad sexual y, más recientemente, en cierto compromiso con el cambio climático, al menos en su reconocimiento y en los desafíos y oportunidades que genera.
En segundo lugar, Milei instrumenta una visión del Estado “a contramano” de las acciones que llevan adelante aquellos países con más altos niveles de vida y bienestar en su población o aquellos que en las últimas décadas presentan procesos de crecimiento económico y reducción de las desigualdades.
Por último, esa geopolítica y visión del Estado se están llevando adelante en el contexto de un cambio histórico que, si no es comprendido y abordado, puede relegar aún más a la Argentina en las próximas décadas.
A contramano de la historia
En poco menos de un año, la política internacional de Milei adoptó una orientación que desafía las posturas históricas de Argentina en materia de defensa de los Derechos Humanos, lugar reconocido a nuestro país desde el juicio a las juntas militares, como también por las activas políticas de memoria. En sus giras internacionales, Milei desplegó críticas a instituciones como la ONU por llevar adelante una agenda ligada a la “ideología de género” y nuestro país ostenta la vergonzosa soledad de ser el único del G20 que no firmó el documento sobre “Empoderamiento de la Mujer”. Asimismo, su afrenta contra la noción de cambio climático es directa, caracterizando evidencia científica como “mentiras del socialismo”.
A su vez, el gobierno de Milei está aislando a la Argentina de sus socios regionales tradicionales. El apoyo de Lula para que el país ingresara al BRICS fue menospreciado y el presidente brasileño atacado directamente. Gabriel Boric se negó a recibirlo del otro lado de la Cordillera, las relaciones con Uruguay no son fluidas y mucho menos lo son con Bolivia. Milei también se ha enfrentado a Gustavo Petro (Colombia), al expresidente mexicano Manuel López Obrador y no fue invitado a la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, primera presidenta en la historia de México, quien triunfó con una agenda progresista.
En sus múltiples viajes a Estados Unidos, no fue recibido nunca como jefe de Estado, pero se reunió tres veces con el magnate Elon Musk en solo seis meses. Apoya públicamente al principal opositor de la actual administración demócrata y está a la espera de una victoria de Donald Trump en las próximas elecciones. Su participación en el G20 fue totalmente secundaria, sin reuniones bilaterales ni anuncios conjuntos. Su alianza con Israel y Ucrania, junto con sus posiciones beligerantes, han alejado a la Argentina de su histórica postura de neutralidad y defensa de la paz.
Puede trazarse un paralelismo con las iniciativas llevadas adelante por el gobierno de Jair Bolsonaro. El resultado fue la marginalización de Brasil durante su mandato, con un costo importante para su población. Argentina parece estar siguiendo el mismo camino.
A contramano del mundo
La geopolítica de Milei y su visión del Estado contrasta fuertemente con las tendencias globales y las iniciativas de los principales países del mundo. Desde la crisis internacional de 2008, y de manera más acentuada tras la pandemia del Covid, se observan cambios en el rol del Estado. En lugar de “destruirlo desde adentro”, como propone –y hace– Milei, las élites dirigentes de todos los continentes llevan adelante iniciativas orientadas a fortalecer sus Estados, aumentando su intervención en la economía y recuperando capacidades perdidas durante los años 90. Entre las herramientas que crecieron significativamente en los últimos años están los fondos soberanos de inversión y las empresas públicas. Los primeros refieren a activos financieros controlados por los Estados y utilizados para diversos fines de inversión y estabilización de la economía, las segundas implican una intervención directa del Estado como productor de bienes y servicios.
Entre 2000 y 2023, la cantidad de fondos soberanos de inversión se triplicó y los activos financieros controlados por los Estados se multiplicaron por 10 en la última década. Esto implica dos cuestiones clave:
1) El Estado se convierte en un actor relevante como propietario de capital financiero.
2) Contribuye a la construcción de capacidades estatales, junto a una burocracia técnica y profesionalizada para gestionar esos flujos de manera rentable.
Países como Noruega, China, Arabia Saudita, Kuwait y Qatar tienen los fondos soberanos más importantes, pero también naciones como Irlanda, Australia, Brasil y México desarrollaron sus propios fondos hace más de 10 años. Mediante estos instrumentos, los Estados robustecen su poder para invertir en sectores estratégicos como ciencia, tecnología e infraestructura, también acaparan reservas para estabilizar la economía frente a crisis externas.
Otro ámbito en crecimiento a nivel global son las empresas estatales, con una influencia en sectores clave y en la formulación de políticas económicas. Desde principios de siglo juegan un rol estratégico en países emergentes y su importancia relativa creció significativamente. Como ejemplo de su relevancia, se triplicó la participación de las empresas estatales en la lista de las 500 mayores compañías globales que publica la revista Fortune cada año. Además, del Top 5 de las empresas más grandes del mundo, tres son estatales: State Grid y Sinopec (China) y Saudi Aramco (Arabia Saudita); gestionando de manera eficiente y rentable sectores esenciales como energía y telecomunicaciones.
Este crecimiento global de la participación estatal en la economía contradice profundamente la visión de Milei, que ignora la relevancia estratégica que el Estado tiene en garantizar servicios esenciales, gestionar infraestructuras críticas y planificar el desarrollo económico a mediano y largo plazo. El resto del mundo sí la ve.
En el peor momento posible
Por último, el gobierno de Milei no sólo contradice las posiciones históricas de la Argentina en materia internacional y va a “contramano” de las tendencias globales que buscan fortalecer el rol del Estado. Además, lo hace en un momento de profundos cambios globales: asistimos por primera vez en la historia del capitalismo al traslado del centro de la actividad económica hacia regiones del Sur Global, principalmente a la gran región asiática, con China e India a la cabeza. Con el ascenso de esos países, se pone en juego la distribución de la riqueza a nivel global, volviendo al sistema más inestable y propenso a conflictos.
Es en ese contexto que se comprenden las iniciativas por fortalecer el Estado que se observan en todos los continentes, en un intento por controlar sectores estratégicos para asegurar recursos para sus poblaciones. Los países de Europa y la potencia estadounidense no están exentos de este movimiento; al contrario, se observan reacciones que buscan revertir el estancamiento económico mediante el retorno de la política industrial y la radicación de sectores que hace algunas décadas habían enviado hacia China. A su vez, la creciente presencia de conflictos armados no deja de colocar presión sobre recursos vitales como los alimentos, la energía y las telecomunicaciones.
Este presente desafía la actualidad de la Argentina. Las estrategias globales de transición energética, nuestra dotación de recursos, el desarrollo de energía nuclear, la soberanía en tecnología satelital y de telecomunicaciones, un entramado industrial relevante, la excelencia científica y la producción de alimentos tienen el potencial de ubicar a nuestro país en un horizonte de futuro posible frente a los desafíos que presenta este momento histórico.
Sin embargo, la orientación de Milei y su visión del Estado son perjudiciales. Mientras el resto del mundo fortalece a sus Estados, el gobierno argentino parece decidido a desmantelar capacidades estatales que llevaron años de construcción. Mientras a nivel global los Estados recuperan protagonismo en sectores estratégicos, la Argentina vuelve a sumergirse en las aguas turbias de la privatización y el desmantelamiento. Es cierto que nos debemos una revisión integral del desempeño del Estado en las últimas décadas, pero ningún diagnóstico sobre sus errores justifica la destrucción de las capacidades en un contexto que puede volverla irreversible.
(*) Politólogo y becario doctoral IHUCSO UNL-CONICET