Los santafesinos Juanjo Conti y Álvaro Quaglia y el paranaense Julián Bejarano fueron los ganadores del Premio Regional EMR 2024. Tres obras con sonido y cuerpo que cuentan una lengua íntima en primera persona.
Leo las tres novelas cortas del Premio Regional EMR 2024. Es la segunda vez que este premio cobra relevancia para el litoral profundo o extendido. Es importante delimitar el alcance de una convocatoria así: premia la lengua de una zona fluvial profunda, la de los territorios que estiran sus brazos hacia tierra adentro de los ríos: Santa Fe, Corrientes, Chaco, Formosa, Entre Ríos, Misiones y Paraguay. También es una forma de decir: quizás no podrán con nuestra lengua, aunque puedan con los recursos. Somos el territorio que hablamos.
Las tres novelas cuentan una lengua íntima en primera persona. Sus protagonistas son seres de cercanos, creíbles y con un habla reconocible. En Sabor, Sabor, el Chimi es un cantante de cumbia santafesino que rearma la banda “Los Cumbiamberos”. La banda no está completa si no trae de vuelta a su amigo, el mejor timbalero del barrio. En #, el yo que narra es un empleado de farmacia que entrena, escribe, gasta su sueldo en sí mismo y en su madre y lleva un diario de notas en el que registra tanto los matcheos del amor como los de la economía del país. En Popit, un ingeniero cuyo padre tiene Alzheimer, cree ver mensajes cifrados en la forma en que su padre marca un popit de goma rosa.
Las tres novelas son la afirmación de un mundo íntimo cercano a los lectores: el amor y el dinero, el amor y la música, el amor y la memoria. Están escritas en un registro que suena con frescura. Si algo ha cambiado en la literatura del litoral es que el río es el lenguaje. Hay sonido en estas novelas, y hay cuerpo: uno se sumerge desde el inicio en lenguajes de autor. Son poéticas también, escuché las frecuencias de cada una: si esta época suena a ruido, estas nouvelles suenan a descanso (es algo que agradezco de un libro y de una película).
Algunas particularidades: en #, el lenguaje está intervenido y encadenado por las repeticiones casi del orden del mantra (como las vanguardias, que no buscaban la frase sino su vacío). Acá el lenguaje de las redes logra que nos metamos en la intimidad del yo que narra. Popit suena a lo que une a un padre con un hijo: el lenguaje que se calla, el que no se dice, el código compartido en el silencio. El yo pone palabras a esa relación, ahora que el padre no habla y es él quien intenta traducir un lenguaje cifrado, un balbuceo detrás de un código. Invierte el nacimiento del signo: si nuestros padres nos introducen al lenguaje, ahora le toca al hijo ir a buscar el del padre. En Sabor, sabor, también leí un rescate de lengua, una vuelta al origen del secreto: se habla cantando, aunque sin rodeos, sobre el amor, la amistad y la traición.
Este premio abre una zona de conquista a los registros narrativos por fuera de la marca del río como tema. Muchas razones para leerlas: las historias enganchan desde la primera página, fluye la lectura, una lengua de autor nos canta en el oído.