En 2024 arribamos a un absurdo tal que ya nada nos indigna ni nos paraliza.

Wanda Nara, Messi, Colapinto, la peli esa de Pixar que es para chicos pero que nos destruye la psiquis a los adultos, Chiqui Tapia, Toto Caputo, la serie de los Menéndez que tiene ciertas reminiscencias de los Milei. Los Milei. Milei Padre, Milei Hijo, Milei Perro. La China Suárez. Un rosario concatenado de magias que hacemos para combinar descuentos y poder comprar, al menos una vez al mes, las cosas que nos gustan (es decir, seis latas de birra, un paquete de salchichas y dos alfajores). Furia de GH, Migue Granados, Pampita, Uber, Lali. El novio de Lali. El Gordo Dan. 2024

En la cola del súper un nene le pide algo a la madre insistentemente y la mujer sólo contesta, después de un buen rato, “Bancá un segundo, Joaqui, que mamá está cansada”. Mamá es mamá y mamá sos vos y mamá somos todos.

Qué año loco. Qué año, loco.

Me pasé todo el 2024 tratando de definir qué es real y qué está hecho con IA. Una podría decir que en algún momento también disputaremos eso: si lo que la IA genera es real o no. Si es más “real” que una fantasía humana. Si no es la IA la fantasía humana llevada al extremo: algo que sueñe por nosotros, que piense por nosotros, que elabore por nosotros. Porque nosotros, se sabe, estamos muy cansados.

Esta última columna del año me encuentra siempre más o menos en el mismo lugar: pensando en cuáles fueron nuestros temas del 2024 y viendo hacia donde vamos en el 2025, mientras miro Tiktoks de gente que hace “unboxing” de sus cajas navideñas. Esto último me pone mal. Sé que la caja navideña es un ardid que muchas empresas privadas (y algunas oficinas del espacio público) usan en un intento por limpiarle la cara a las pobre políticas de cuidado que tienen para con sus trabajadores durante el resto del año. Y, sin embargo, las deseo. No me importa si vienen con una tarjeta que diga “Belén, sabemos que este año tu salario perdió un 69% del poder de compra, que no vamos a devolverte las horas que te hicimos laburar de más y que el año próximo te vamos a seguir exigiendo este nivel de carga mental, pero… ¡Tomá estas garrapiñadas en señal de gratitud!”. Quiero la tarjeta, quiero la garrapiñada, quiero el mimo. Es eso, un mimo. En medio de un vínculo tóxico y retorcido. En forma de harinas, alcohol y azúcares saturados. Nos hemos arrastrado por mucho menos.

Este año me ha quitado la capacidad de asombro. Hay un tuit muy conocido (que no puedo citar, por ser profundamente ofensivo) pero que captura a la perfección esta sensación: termina diciendo “ya tuvimos esta conversación”. Es un poco lo que siento: cada vez que alguien se me acerca indignado por algún paso que ha dado el excelentísimo mileiato del Río de la Plata, mi primera reacción es esa. Ya lo hablamos, ya tuvimos esta conversación, esta gente es así. No se confundan, no hablo desde la resignación. Sospecho que muchos de nosotros sentimos lo mismo: se ha arribado a una instancia del absurdo en la que la sorpresa ya no nos indigna ni nos paraliza. Es como si fuéramos Alicia después de dos días en el País de las Maravillas, o Harry Potter en el último año de escuela.

El estupor inicial ha pasado. Y sólo queda de fondo una constante sensación de hastío, casi como si pudiéramos oír constantemente el rumiar de Adorni persiguiéndonos durante las tareas más cotidianas, haciendo ese sonido baboso y horrendo que hace al hablar.
Con todo, el 2024 nos ha enseñado bastante sobre la dosificación de energía: comenzamos saliendo a cacerolear a los 20 minutos de iniciado el gobierno (y con razón) y llegamos a abril con cierto fastidio, a agosto con la batería baja y a diciembre con lo justo. También, claro, con razón. Aquí lo que ustedes quieren leer (como si esta columna fuera la alternativa a esos carteles que gritan frases positivas y energéticas del tipo “VIVE, RÍE, AMA, SUEÑA”): podemos con esto. O vamos a poder, en algún momento. Pues la historia es cíclica, y siempre vuelve a comerse la propia cola. Y porque en el gobierno está Fede Sturze, magnífico chocador de calesitas. Y Toto Caputo, armador de bombas y bicicletas. Y Pato Bullrich, que es el ácido corrosivo en la plomería fina del gran hogar que es este país.

Es decir, nada de lo que nosotros podamos rosquear será tan dañino para el gobierno nacional como el propio gobierno nacional. Y para nosotros, en términos generales.

No todo en la vida ha sido política y crisis. Este 2024 estuvo plagado de intentos por descomprimir. Sea mirando como Messi se jubila de a poco de la Selección, llorando con el Fideo Di María o intentando interpretar qué es lo que le gustó a la gente de un personaje como “Furia”, pasamos una buena parte del tiempo buscando cosas de las que hablar para no sentirnos tan aturdidos. Desde esta columna, de hecho, quiero agradecer a Pampita, Wanda y la China, que una vez más se pusieron al hombro la narrativa del escándalo y nos brindaron complejísimas tramas, con nuevos personajes y viejas disputas, que sirvieron para engalanar siestas enteras. Agradecería también a Luis Ventura, que creó un Martín Fierro para cada día del año, y a los productores de Bake Off por pensar en la gente que disfruta de contenido lindo, sin gente discutiendo, y con buena iluminación. Me molesta que cada vez las películas y las series tengan menos color. Parecen filmadas en el interior de un taxi a la madrugada. Esta es una denuncia, y espero que se tomen cartas en el asunto.

El 2024 también fue el año del ácido hialurónico, el Ozempic, las dietas imposibles y la vuelta de Susana (con toda su gordofobia) a la tele. El regreso de una narrativa que se centra en el peso por cuestiones de estética y no de salud no sorprende: tenemos un presidente que se maquilla la papada, y gente que está romantizando el ayuno mientras que una buena parte del país no come. Me parece fascinante la forma en la que las redes sociales se han llenado de muchachas que te explican cinco pasos para “llegar bien al verano” (de los cuales cuatro infieren no comer y el único que te ordena alimentarte te propone la ingesta de una cucharada de café verde en ayunas) y muchachines que te prometen que con cierto batido de “prote” y dos Monsters de Mango loco te alcanza para cubrir con las necesidades básicas nutricionales por día. Hay un filo de crueldad en todo lo que miramos, y del peor tipo de crueldad: esa que nos mira desde el teléfono con la sonrisa ancha y la mirada vacía. También hay cierta revancha: nada en esos discursos nos provoca el shot de endorfinas que nos alcanza cuando comemos el primer pan dulce de la temporada.

Ya con la sidra en la mano y a poco de poner Crónica TV para esperar la simbólica llegada del año nuevo diré que este 2024 se sintió como una prolongación del 2023, sensación que me llevo al 2025. Quizás eso es la adultez: un miércoles eterno en el que de vez en cuando nos podemos reír de Adorni. Eso, que a priori podría parecer poco, no lo es: hemos construido trincheras en el absurdo. Nos hemos recostado en el humor popular, que nos abraza en memes y videos de perros haciendo tonterías, porque la condición humana persiste y resiste en los lugares en los que puede reírse.

Amigos de estas líneas, compañeros de este rincón en donde hacemos lo que podemos, sigamos riéndonos. Entre nosotros, de nosotros, sobre ellos. Sigamos mostrando que hay poco lugar para la solemnidad, y que nada tiene la potencia de esa ternura cómplice que surge cuando le decimos al que está arriba que es ridículo. ¡Ah, si serán ridículos! Un vocero que ya perdió el pelo que se pegó, una ministra de Seguridad que sólo encuentra cargamentos de porro, un asesor presidencial que flashea agente secreto y un presidente que multiplicó a sus perros porque pensó que así podría multiplicar el amor.

Abracen a sus mascotas antes de dormir, que eso es algo que Milei no tienen. Y ríanse de ustedes mismos, que eso es algo que los Milei de la vida jamás sabrán hacer. Es lo único que nos va a garantizar no perder la poca cordura que el 2024 nos ha dejado.

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