Con una formación renovada y un sonido más orgánico, la banda liderada por Alejandra Papini explora nuevos cielos, fusionando elementos de rock, funk y experimental en “Pleya-D”, su sexto álbum de estudio.
Con Pleya D, Diamantina, la banda liderada por la santafesina Alejandra (Miguela) Papini, da un paso contundente en la consolidación de su identidad sonora, abrazando una energía más orgánica y visceral que la que venía desarrollando hasta la reconfiguración de su formación. Esta redefinición de su propuesta tiene que ver sobre todo con la incorporación del baterista Nano Filosi, ex Hugo & Los Gemelos, entre otros. Así, el proyecto carreado por Papini desde hace casi 15 años se robustece como la joya del pop santafesino.
Para completar el grupo, un peso pesado de la escena como Emmanuel Bayúgar, multiinstrumentista que le hizo el favor a cantidad de proyectos independientes y autogestionados, siempre enriqueciéndolos, así que qué bueno que siga apareciendo bajando las teclas y presionando el bajo. Otra de las novedades es la aparición de Luchi Nasti para corear y cantar. Para agregar más capas de voces, en fin. Así, la alineación nueva del grupo entrega un material que se aleja de los esquemas sellados al vacío de sus trabajos previos y apuesta por un sonido más crudo y auténtico. Por eso, Pleya D es más que un nuevo título (el sexto) de su discografía, es una muestra de los poderes con los que cuenta esta criatura reconvertida.
Desde el riff con vibes orientales de “Del autocontrol”, el álbum plantea una narrativa cargada de introspección y tensión emocional (“No es fácil prestar mi cabeza a tal mecanismo y jugar una película para atrás”). La apertura funciona como una declaración de principios: un diálogo entre el control y el caos, sostenido por una instrumentación bien colorida que deja espacio al misterio en las capas vocales procesadas.
El swing aparece con fuerza en “Funktícora”, un tema que, con guiños a la fábula y la mitología, explora el movimiento y la transformación con una energía contagiosa. Aquí, Diamantina fusiona elementos de funk y rock experimental, haciendo del ritmo su principal vehículo de comunicación. Estas dos primeras canciones suenan en un continuum que trasciende la lista de reproducción, pues ambas son los primeros cortes y videoclips estrenados de atrás para adelante, justamente, como “esa película para atrás” en las que primero se ve a los diamantinos como náufragos de un vuelo cuyo inicio vemos después porque el recorrido no es cronológico, ni lineal.
La melancolía encuentra su espacio en “Desamor”, una balada donde la lírica se convierte en una catarsis poética. Los ecos de una “brutal caída al mar” resuenan como metáfora de las relaciones rotas, en un tema que se mueve entre la fragilidad y la esperanza.
Sintetizadores y voces nos agarran del oído, nos hunden y nos tiran para arriba para hacer un paneo aéreo del Edén.
En el centro del disco, “NubeLa” nos mantiene en el aire con el aleteo del hi hat, sin un destino fijado: ¿vamos a través de las ideas? ¿Nos tiramos al río o vamos a un templo en Japón con Andrés Olivo? La voz del ex Todopantalla aparece para acompañarnos en el vuelo, aportando un contraste etéreo. La canción se siente como un viaje onírico, sostenido por líneas vocales y texturas sonoras que remiten a una nube envolvente.
El dinamismo continúa con “Expiria”, una de las piezas más potentes del álbum, donde la guitarra de Papini se enreda con su lírica desafiante que invita a enfrentarse al vértigo del cambio (“Te reto a ver si puedes volar, comprueba que tus alas aún funcionan”). A lo mejor tiene que ver también con una consigna para sí misma como líder de esta nueva etapa del grupo, auto invitándose a pisar tierra firme. Este hard pop con tintes espaciales conecta con una energía más visceral, posicionándose como un punto alto del disco.
Por su parte, “Octaedro” destaca por su uso del AutoTune como herramienta expresiva, en una exploración melódica y lírica de las relaciones humanas. Es una canción breve, que parece compuesta durante un viaje de vuelta a casa mirando por la ventana en un rapto de inspiración que tiene que terminar sin terminar, medio en suspenso, como el final de Inception. En apenas dos minutos Diamantina puede navegar entre lo íntimo y lo experimental, haciendo que el octaedro gire como símbolo de lo cíclico e inacabado.
“Vampi Alas” y “Pedestal” cierran el disco con una mezcla de épica y melancolía. La primera habla de resiliencia y podríamos ubicarla, de nuevo, en el contexto de ese naufragio que se ilustra en los videos de “Del desamor” y “Funktícora” y que obliga a ingeniárselas para “atravesar la novela épica” con unas alas improvisadas del cartoneo; mientras que la última (“Pedestal”) es, arriesgamos, un himno a los efectos de disociación que genera la actuación sobre el escenario, a esa maniobra distractiva de la cotidianeidad que puede ser estar un poquito más arriba del suelo, física y mentalmente.
El resultado es un álbum diverso y cohesivo, donde cada canción parece dialogar con la siguiente, tejiendo un entramado de sensaciones individuales enmarcadas en paisajes construidos de forma colectiva. Con Pleya D, Diamantina implosiona para expandir su universo, con la facilidad de conjugar potencia y sutileza en partes iguales. Se puede escuchar en Bandcamp, YouTube, Spotify y afines.