Santa Fe y València se encuentran a más de 10.000 kilómetros de distancia, pero comparten la inundación de 2003 y la DANA. Una mirada de la obra Flota, rapsodia santafesina en el marco de la crisis ecosocial global.

Por María del Buey Cañas [1]

Una nube oscura de tacto suave y sólido flota en el cielo azul. El contraste cromático me hace pensar que es una nube negra. Va cargada de una lluvia que, al no precipitarse, todavía no tiene color. Es cierto que cuando la lluvia cae, las nubes dejan de flotar y se ocupan de otras cosas. A veces las aguas crecen y lo toman todo, y quienes habitan la tierra ya no pueden caminarla más. Al menos es así durante un tiempo, en el que el comportamiento del mundo desborda nuestras ideas fronterizas. Cielo y suelo, agua y tierra. La línea del horizonte se nos mueve hacia arriba y hacia abajo, hacia un lado y hacia el otro sin que podamos hacer mucho para evitarlo. Sí que pueden evitarse, sin embargo, el aumento de desigualdades ante las catástrofes, la pérdida de vidas por gestiones negligentes en las emergencias, la privatización de los cuidados, la primacía del rédito sobre la dignidad. Esas cosas, de las que no se ocupan ni se ocuparán nunca las nubes, sí quedan de nuestro lado y debemos hacernos cargo de ellas.

Lluvias, crecidas, corrientes desbordadas, barro e inundaciones son palabras de imágenes dolorosas. Y las imágenes, no solo las que nos duelen, hacen cosas. Flota, rapsodia santafesina da cuenta de ello. Esta obra de teatro es una producción de la compañía Hasta las Manos que, después de 10 años de trayectoria, pone en escena las inundaciones que sumieron a la ciudad de Santa Fe, en la provincia argentina del mismo nombre, en un estado crítico durante más de 90 días en 2003. Al otro lado del mundo, algunas horas antes de que comience una de las últimas representaciones de Flota, un fenómeno climatológico conocido como DANA —desencadenado por la terrible desestabilización ecosistémica que conocemos como Capitaloceno[2]— ha arrasado la ciudad de València y sus inmediaciones. Santa Fe y València se encuentran a más de 10.000 kilómetros de distancia, pero ahora parecen más cercanas. No solo por las dos inundaciones que han asolado la comunidad de ambas ciudades (fenómenos que vienen aconteciendo en muchos lugares sin recibir la atención pública que sería deseable, como las inundaciones en Libia de 2023 o las de Taiwán de hace apenas algunas semanas) sino por la irresponsable gestión política que ha caracterizado a ambas emergencias. Dos inundaciones con terribles consecuencias que podrían haber sido evitadas en gran medida y ante las que, sin embargo, les vecines de ambos lugares han respondido contrarrestando el desamparo institucional con una abrumadora capacidad autoorganizativa.

Flota
Foto: Juan Martín Alfieri

De vuelta en el hemisferio sur, en un auditorio a oscuras, la única luz que ilumina el escenario enfoca el lugar seco del titiritero Juan Venturini. Cuando la sombra crece sobre su cuerpo, también lo hace el agua en Santa Fe. La catástrofe hídrica terminó por desencadenarse en esta ciudad el 29 de abril de 2003. Han pasado más de 20 años desde entonces y, fuera del teatro, el calor húmedo aprieta el ambiente. No es invierno sino verano y en los últimos meses de 2024 la realidad social y política argentina se ve atravesada por una gran dificultad. La creación de Flota comienza tres años antes, en 2021, gracias a los fondos concedidos por una de las convocatorias de creación teatral más importantes de la provincia, Comedia Universidad Nacional del Litoral (UNL). Sin embargo, la devaluación de la moneda nacional y el encarecimiento de la vida provocan que los fondos ganados en régimen de competencia apenas alcancen para cubrir el 10% de los costos de producción de la obra, como explican los miembros de la compañía en una conversación sostenida en noviembre de 2024. Y es que Flota, rapsodia santafesina es para la compañía Hasta las Manos una forma de “hablar de la catástrofe en medio de la catástrofe”, de dar cuenta de las formas en las que nos atraviesa y de mantenerse en la búsqueda constante de maneras de contar aquello que ocurrió. Esta compañía demuestra en Santa Fe que las salas de teatro a veces logran pequeñas proezas: inundarnos sin importar nuestro lugar de procedencia, sin ensuciarnos las manos ni la ropa, sin embarrarnos el calzado. Flota es uno de esos artefactos culturales que consiguen sacarnos a flote después de las catástrofes, que nos protegen de ellas con juegos de verdad y ficción desenvueltos sobre el escenario. Creo que esta rapsodia santafesina construye “un lugar donde ensayar una realidad distinta”, como diría el dramaturgo brasileño Augusto Boal. No es casualidad que en la compañía Hasta las Manos consideren a Fernando Birri, figura santafesina que desempeñó una labor fundamental en la creación del nuevo cine latinoamericano, una gran inspiración para su trabajo creativo.

Mónica Álvarez, junto a Manuel y Juan Venturini, nos muestra con cuidado una piel cubierta por el lodo, balsas de cartones flotantes que rápidamente se transforman en las casas y veredas de Santa Fe, un puente y unas vías de tren que separan Barrio Roma del barrio Villa del Parque, un plástico que, como agua negra, va devorando la vida de la ciudad, figuras hechas de inmundicia y expulsadas de las cloacas que ahora bailan un número musical... Las escenas se suceden una detrás de otra mientras el elenco practica con gran destreza distintas estrategias para expresar la inundación, qué suponía convertirse en inundados, qué pasó con los cientos de personas que no pudieron contarlo. Este es uno de los leitmotivs de esta rapsodia santafesina, la experimentación con distintos lenguajes, materiales y dispositivos escénicos para narrar aquello que no puede narrarse porque entraña un trauma colectivo que no ha sido reparado. Títeres, teatro de objetos, poesía contemporánea, fotografías y performance son algunas de las apuestas más evidentes de Flota. A veces, las sombras de las personas inundadas son la única materia posible de la desaparición; otras, bolsas de plástico y corrientes de aire a base de cartón dan vida a fantasmas que generosamente escenifican las trágicas circunstancias en las que perecieron en el agua. Es habitual que el teatro se llene de carcajadas, ya que la risa convocada por el elenco de Flota genera una distancia de seguridad que nos permite entrar y salir de los recuerdos de la catástrofe hídrica sin daños significativos.  En ocasiones el elenco da un paso atrás, y entonces las encargadas del consuelo son la música y el silencio.

La compañía Hasta las Manos se concibe a sí misma como “materia dócil”, como un colectivo de personas permeables y dispuestas a trabajar con y desde las tensiones que activan el miedo, la precariedad y el dolor en sus propias biografías. Les integrantes, junto a Sebastián Santa Cruz, explican la colaboración esencial que brindó el dramaturgo Javier Swedzky durante el proceso creativo de la obra. Swedzky fue invitado a participar en la creación de Flota como provocador, un rol ingeniado por Hasta las Manos junto a otres titiriteres con el objetivo de estimular los procesos de creación escénica en un nivel de conexión profunda con las pulsiones y las necesidades de cada proyecto. La experimentación y desestabilización del propio proceso creativo es un requisito básico cuando se sabe que los lenguajes cotidianos no alcanzan para expresar esas brechas que parten a toda una comunidad en dos. Esta es, sin duda, una de las ventajas del trabajo artístico: lograr convertirse en otra cosa sin abandonar nunca sus propios zapatos. Ahí es donde destaca el papel de Sebastián Santa Cruz como codirector de la producción, que garantizó durante todo el proceso de creación, y también durante el periodo de representaciones —en las artes escénicas el proceso de creación no termina nunca porque mostrar el trabajo hecho implica siempre recrearlo—, que la compañía pudiera conciliar sus propias formas de hacer sobre el escenario con todo aquello que vendría a descubrirse durante la colaboración con Swedzky.

Ahora la sala del teatro resuena con un goteo rítmico y constante. Algo cae, sin que sepamos muy bien de dónde viene el agua que nos va calando por dentro. El sonido es capaz de motivar ejercicios de memoria que se encarnan en nuestros oídos, haciéndonos viajar —incluso a quienes no estuvimos ahí— a través del tiempo. Los afectos salen a la superficie cuando producimos la resonancia adecuada. Para muchas de las personas que asisten al teatro, la obra logra reflotar los acontecimientos de una catástrofe social producida por una gestión política temeraria, responsable de consecuencias devastadoras. Esto último no es una opinión de quien escribe, sino el consenso que habilita Flota cada vez que se representa. Un jurado popular, heredero de toda una tradición de teatro social latinoamericano, nos conduce al final de la obra. Después de exponer la sucesión de hechos y daños acaecidos, los hermanos Venturini pronuncian a través de la boca de un títere juez el nombre de uno de los responsables políticos de la devastadora gestión de la inundación, el exgobernador Carlos Alberto Reutemann quien, tras la catástrofe, volvería a convertirse en senador nacional. Todas las veces, a modo de sentencia los presentes en la sala votan “culpable”. En algunos casos, las manos cortan el aire con determinación. En otros, brazos titubeantes transmiten la fragilidad de una verdad que nunca ha sido reconocida públicamente. Ese es el verdadero momento performativo de todo el espectáculo, aseguran les integrantes de Hasta las Manos.

“Necesitamos mostrar algo roto, mostrar que la herida existe y que la cicatriz en la ciudad está, una cicatriz que nadie quiere ver. Nosotros somos actores rotos, lo de 2003 nos partió al medio, la gente lo compara con la muerte de un familiar… Estamos rotos y tenemos todas nuestras múltiples facetas conviviendo en esto a la vez. No hay un lugar al que volver, sino algo que reivindicarHasta las Manos, noviembre de 2024.

Fiesta Provincial del Teatro

Hacer responsables con acciones y con palabras, aunque solo sea en el plano de lo simbólico, es una práctica social que habilita un espacio imprescindible para la reparación comunitaria. La reparación política, al igual que ocurría con la agencia de las nubes, ya no queda del lado del elenco sino de las instituciones y de nuestra práctica ciudadana y, sin embargo, parece más posible al abandonar el teatro. No es una vana sensación. La crisis ecosocial mundial, una crisis también de la razón y de la ética y producida por la degradación de todo lo que en nuestro planeta hace que la vida sea posible y digna de ser vivida, se caracteriza por la destrucción violenta que conlleva el desarrollo de sistemas socioeconómicos basados en el consumo desaforado de los recursos y la destrucción de formas de vida que entorpecen el crecimiento económico insaciable del capitalismo.  Si la práctica artística puede contribuir de alguna manera a enfrentar estas situaciones es, justamente, a través del poder representacional que conlleva practicar la realidad de una manera distinta.

Los teatros son lugares excelentes para dejarse inundar por buenas ideas, el campo —el mundo más allá del escenario— es el lugar en el que sembrarlas y asegurarse de que crezcan.

Fotos: Juan Martín Alfieri.

[1] Investigadora PIPF en la Universidad Autónoma de Madrid (PIPF-2022/PH-HUM-25975). Este texto fue escrito durante una estancia de investigación en la Universidad Nacional del Litoral en el marco del proyecto “Speak4Nature - Interdisciplinary Approaches on Ecological Justice MARIE SKLODOWSKA – CURIE ACTIONS STAFF EXCHANGES (MSCA-SE) MSCA-SE-2021 – 101086202”.

[2] Este término, acuñado por Crutzen y Stoermer (2000), expresa la profunda alteración de los ciclos biofísicos y bioquímicos que hacen posible la vida en la biosfera terrestre. Una alteración que se ve causada por la actividad humana y que considera la humanidad la fuerza geológica responsable de las grandes emisiones contaminantes y la degradación del planeta. La diferencia que plantea el término «capitaloceno» frente al «antropoceno», por ejemplo, es que el primero señala la importancia del desigual reparto de responsabilidades que tienen las distintas comunidades y metabolismos sociales en la destrucción del planeta, situando a las sociedades industrializadas y capitalistas en el foco del problema.

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