Un slam de poesía tiene tres reglas: decir de pie, que el poema dure hasta tres minutos y que sea propio. La finalidad no es soltar un texto sobre papel sino hacerlo cuerpo y voz. En Santa Fe, es una práctica poética que tiene diez años. Franco Rodríguez es uno de sus integrantes originales y, junto con Victoria Olivencia y Matías Beltrame, dan talleres en secundaria desde hace un par de años.
Un día en la escuela donde poetas adolescentes se anotan, traen sus textos, los reescriben, los ensayan y los leen para toda una escuela. Me olvido que soy docente por un rato, voy al gimnasio, me tiro en el piso. Paso a ser espectadora. Me sumerjo en la visión y la escucha. Mi cuerpo se relaja, desato el cordón umbilical que me comunica al soma del aula y observo. La poesía del slam es práctica poética que transforma la clase entendida habitual y se corre del señalamiento de autor que las lecturas tradicionales hace rato automatizaron (salvo respiros como Ranchada Poética o A.R.I).
Los tres talleristas hicieron clínica, más temprano, con los textos que trajeron los chicos y chicas. Una preparación de trabajo que otorga atención a lo que escriben, para volverlo mejor. Volverlo mejor es decirlo mejor. Pero lo que el slam tiene en su raíz, y en sus ramas estiradas hacia el espectador, no es el texto sino el cuerpo: decir algo que escribieron hace una hora y media, frente a la escuela reunida en el patio. Un círculo de escucha entre adolescentes nunca es perfecto. Pero esta vez, quizás porque hace dos o tres años que dan este taller, la poesía sí importa, igual que cualquier otra práctica en la escuela. Y sucede esto: más de 200 alumnos sentados en el piso igual que yo, esperando oír.
No sé si hay algo que los adolescentes teman tanto como la exposición pública pospandémica. No es verdad que estén acostumbrados a exponerse. Saben que las redes no son la verdad aunque hagan como que no saben. La verdad es el cuerpo, la voz, la mirada de los otros en vivo: el me gusta soy yo, diría un Flaubert adolescente hoy, a punto de hacer su performance poética. Pero tanto Franco, que conduce con soltura y goce, como Victoria, que abre con un magnífico poema sacrificial, hacen que se alisen los pliegues del miedo.
Pese a que se diga lo contrario, no es cierto que todos puedan leer poesía o que la poesía puede escribirla cualquiera porque, ante todo, es un lazo que envuelve para después desatarse y volver hacer el pliegue cada vez. Hay que disponerse, y los poetas están ahí por eso. Todos leen con decisión y felicidad. Se nota igual que cuando aprenden algo y cambian los ojos o la postura del cuerpo, aparece una sonrisa o un gesto de entrega o alivio.
El aplauso después de cada poema, irrumpe. Hay silencio mientras leen los poetas (los más chicos hablan un poco, es cierto) y sus voces se oyen con sus modulaciones, volúmenes, pausas, gestos. La ESI también es esto: dejar entrar las modulaciones de cada cuerpo que dice algo, de cada voz que quiere hacerse oír. Digo: Educación Sexual Integral es abrir la lectura sensible de los cuerpos. La poesía tiene un arma junto a la ESI porque no explica, hace presente. Soy esto: ofrezco mi trabajo con las palabras, gracias porque me escuchan, este es mi arte de decir, acá soy feliz, escucho a quien lee un poema, quizás jamás haría lo mismo, profe, pero el poema me conmueve.
A mí me conmovieron estos adolescentes porque, además, los poetas son los descastados. Como bandera, descastados: les que eligieron otro género y nombraron su amor, los raros, los descontrolados, las que nunca hablan en clase, las que bufan y se enojan y nunca entregan nada, las del olor a pucho y otras yerbas, los que se visten de negro, los que mutan cortes en la piel por cortes de verso y de voz. Gracias Slam. Quiero lecturas de poesía así para siempre en la escuela. Con estas huestes habrá el amanecer de un nuevo día y derrotaremos a la sombra. Así de imaginario y real.