Los influencers no vencerán al tiempo

ANUARIO 2024 | Signo de época en la oposición: en un espacio público degradado, los streamers sobresalen más que los dirigentes políticos.

Ningún dirigente parece levantar cabeza para asumir como propio si no al 44%, al 37% que votó a Sergio Massa en primera vuelta, un candidato tan deforme como el monstruo de “La sustancia”. Era el ministro de Economía de un país con más de 200% de inflación y aun así fue votado. Se desprecia el sapo que tragó una enorme masa de votantes y extrañamente se abandona a ese electorado sin más. Lo que se ofrece, como contraprestación, es un burlesque de roscas sin sentido, saturación de Instagram y porteñitos que flashean Guardia de Hierro, abombados de tanto olerse entre sí.

El peronismo puede sacar chapa de haberse sostenido más o menos firme como única oposición con poder de fuego durante 2024. Sus logros políticos fueron escasos, sus logros concretos fueron nulos, pero al menos en el Congreso no se desgajó como supo hacerlo desde 2007 a 2019.

La unidad parece firme, la desorientación también. El único dirigente con proyección nacional que salvó la ropa en las elecciones de 2023 –el gobernador de Buenos Aires, Axel Kicillof– fue opacado por el descenso de Cristina Kirchner a la presidencia del PJ. La Cámpora, una fuerza cuya relevancia real se circunscribe al conurbano bonaerense, no pagó ningún costo por haber impulsado esperpentos como Martín Insaurralde. Ahora, en 2024, dispara más dardos, y bien duros, contra Kicillof que contra Milei. El gobernador de la provincia más grande y más asfixiada del país tiene que lidiar con todos esos frentes. El proceso es incompresible: la exposición a una condena firme de CFK la descarta como candidata en 2027.

En la escala de las provincias, la falta de brújula y la balcanización son equivalentes. Nunca desde 1983 el peronismo gobernó en tan pocos distritos. En varios está en completo estado de disgregación y ni pretende disputar el poder que hoy ejerce el PRO o los radicales.

Y en lo que tiene que ver con los trabajadores y sus conflictos, basta observar a los gerontes de la CGT, que no defraudan en su coherencia. La conducta entregadora del menemismo se mantiene intacta. Hubo mayor conflictividad organizada en el último año de CFK que ahora. Sumidos en la misma pasividad están los movimientos sociales, pero sus preocupaciones son más urgentes: tienen que llenar las ollas en las barriadas, con cada vez menos recursos.

Eso sí, en todos los casos, y como en todas las fuerzas políticas, cada dirigente parece tener a su lado un community manager que le arma el avatar digital, alternando videos de gatitos, amigos y familia con proyectos presentados y excursiones a la pobreza. Agotan.

El espacio público se va degradando así a una escena donde influencers y políticos se vuelven difíciles de distinguir, todos tratan de bolsiquear corazones y retuits por igual y con las mismas herramientas. Eso no es conducir nada.

En ese lodo sobresalen como oposición a los libertarios un puñado de streamers, plumas e influencers porteños cuyo negocio es la conmoción más que el análisis o la reflexión. Muchachitos que supieron hacer la campaña de Matías Lammens ahora se suben a un difuso carro que mezcla lo clerical, lo conservador y una suerte de realeconomismo extractivista. Ignoran los efectos de esas tres fuerzas en los territorios donde realmente imperan. Progresistas de fuste, tienen hoy la pasión propia de los conversos. Porteños de ley, desconocen de punta a punta cualquier proceso social o político que vaya más allá de su mundito. Les importa más decir algo distinto o revoltoso para que el algoritmo se excite que aportar a una construcción real. Ya llegarán (otra vez) tarde a notar lo transitorio del encandilamiento libertario. Tampoco se harán cargo de eso.

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