En “Mariano Moreno y el concepto de revolución”, Carlos Federico Di Pasquale explora las raíces históricas de la polarización en la política de nuestro país, tomando como eje la figura del prócer revolucionario.
La historia argentina tiene un hilo conductor que atraviesa siglos y resuena en el presente: la polarización. “La grieta”, como la conocemos hoy, tiene raíces profundas que no son solo políticas, sino culturales y filosóficas. En Mariano Moreno y el concepto de revolución (Editorial Virtú), Carlos Federico Di Pasquale, licenciado en filosofía, explora cómo la figura de Mariano Moreno y la Revolución de Mayo marcan el punto de partida de esta característica esencial del ser nacional.
La obra, que transita entre la divulgación académica, el ensayo y el relato histórico, propone que las tensiones irresueltas de la Revolución de Mayo inauguraron una grieta ideológica que se perpetúa en la política argentina. Moreno, presentado como el primer representante del poder popular en el país, emerge como un jacobino revolucionario, profundamente influenciado por las ideas de la Ilustración: “Él tiene ese elemento pedagógico que me interesó mucho de alentar el despertar de la voluntad popular americana, tal como hicieron los pensadores europeos de la Revolución Francesa que adaptó al castellano, como Rosseau”, compara Di Pasquale durante la charla con Pausa.
En el texto, Moreno es descrito no solo como un protagonista clave en la gestación de la independencia, sino también como el creador de un estilo político basado en la confrontación binaria: “ustedes o nosotros”. “Desde siempre existe esa tendencia que medio quiere aniquilar o silenciar en lugar de resolver, eso es muy complicado de ser zanjado… bueno, esa es mi postura personal”, dice el autor. Y completa: “Y es que únicamente esa división se podría resolver (de nuevo, es mi visión particular) venciendo lo que Moreno consideraba un ‘nosotros contra ustedes’. Hasta que no se conquiste la libertad, pero acompañada de la idea de igualdad, salvo que agachemos la cabeza, no va a haber solución posible”.
La génesis
Mariano Moreno encarna una visión radical en el contexto de la Revolución de Mayo. Su perspectiva lo enfrentó rápidamente con otros sectores más conservadores de la Junta, ya que abrazaba una ruptura definitiva con el colonialismo. Uno de esos adversarios internos era nada menos que el jefe del ejército, Cornelio Saavedra: “en un momento, se corría la bola de que querían proponer como emperador a Saavedra y alguien gritó a favor de eso en una fiesta. Moreno se entera de esto y enseguida sale a escribir su carta de Supresión de honores, donde básicamente renunciaba a todo privilegio ‘de casta’ que no fuera estrictamente en actos que contribuyan a la construcción de identidad nacional o cosas así. En La Gazeta de Buenos-Ayres Moreno hasta llega a sugerir el fusilamiento de este que gritó que viva el emperador, no tenía medias tintas cuando se trataba de la revolución”.
Nobleza obliga, Moreno promovía asimismo una transformación estructural a través de herramientas “más formativas, como el ejercicio de la prensa como espacio para ir formando justamente esa conciencia americana que defienda los intereses comunes de los habitantes de este territorio”. En el discurso morenista, según Di Pasquale, se plantaron las semillas de lo que sería una constante en la política argentina: agrupamientos y reacomodamientos que polarizan el debate público.
La Revolución de Mayo, entonces, no solo fundó una nación, sino también un escenario de disputas ideológicas que, como señala el autor, han perdurado durante más de dos siglos. Desde los enfrentamientos entre colonialistas e independentistas, pasando por unitarios y federales, peronistas y radicales, hasta las divisiones contemporáneas, el ideario morenista se revela como precursor de una forma de entender la política que resiste la conciliación.
El legado de un jacobino ilustrado
A pesar de su prematura desaparición, Moreno dejó una marca indeleble en la historia argentina. Como exponente de la Ilustración, veía en el conocimiento y la razón herramientas para la emancipación. Sin embargo, su concepción de la política como un terreno de oposición férrea y su rechazo a las medias tintas fogonearon lo que hoy reconocemos como “la grieta”. “La línea morenista iba más a fondo con el establecimiento de igualdad de derechos, al acceso a mejores condiciones de vida; mientras que el ala moderada, la de Saavedra digamos, estaba especulando con cómo se iban a repartir las rutas de navegación o quién iba a quedarse con tal o cual puesto cuando rajaran a los españoles. Moreno no tenía paciencia para esas mezquindades”.
Di Pasquale subraya que el pensamiento de Moreno inaugura un estilo político argentino que todavía habitamos. En este sentido, la Revolución de Mayo no es solo un hecho histórico, sino un fenómeno en continuo desarrollo que moldea nuestra identidad política y cultural.
En loop
El libro de Di Pasquale no se limita a un análisis histórico. Al conectar el pasado con el presente, invita a reflexionar sobre las raíces de las divisiones actuales. La obra sugiere que las tensiones de Moreno con sus contemporáneos no son tan distintas a las que enfrentamos hoy, en un contexto donde el debate político sigue siendo marcado por la lógica del enfrentamiento: “Hoy, esa lucha dialéctica continúa, aunque en términos diferentes: se manifiesta a través del capital financiero y del capital inmaterial, en un poder que ya no es meramente represivo o coercitivo. Sin embargo, parece que nadie está reflexionando profundamente sobre esto. No quiero decir que yo tengo la respuesta, pero las herramientas que usamos, tanto en nuestra terminología de lucha como en nuestra forma de resistir, están quedando desactualizadas frente a estos nuevos escenarios.”
Di Pasquale colabora con su escritura para que Mariano Moreno trascienda su rol como prócer para convertirse en un símbolo de una dinámica nacional que no hemos dejado atrás. Leer este libro es no solo recorrer nuestra historia, sino también comprender cómo, desde la Revolución de Mayo, seguimos transitando esa división que es constitutiva de nuestra identidad.
—Y después de Moreno, ¿qué otro periodista te parece que pudo encarnar ese espíritu?
—Esa aura de héroe trágico creo que puede ser que la haya Rodolfo Walsh. Digo, los dos estaban muy al tanto de los peligros que corrían, sabían que desde cualquier sombra les podían salir al cruce, los dos andaban con fierros encima esperando el momento para bancarse a los tiros sus ideales. Eso y también esa causa en común de establecer un pensamiento latinoamericano.
El pensamiento de Moreno no es una reliquia del pasado, sino una llama que ilumina las tensiones del ahora. Su escritura y acción política revelan que la revolución no se limita a un cambio de poderes, sino que implica un compromiso con una transformación radical que desafía las jerarquías, los privilegios y las injusticias arraigadas. El conflicto, la “grieta” que emerge desde el origen patrio, no es una anomalía, sino una característica inherente a la construcción de una sociedad que busca la emancipación total. Moreno entendió que, sin una ruptura profunda con el sistema colonial y sus vicios, la revolución sería incompleta, una simulación de cambio.
El legado de Moreno, entonces, no es sólo el de un líder radical, sino el de un visionario que vincula la política con la ética, la igualdad con la acción, y la justicia con la revolución. Al invocar los derechos universales, traza una línea que no se detiene en los límites de su tiempo, sino que nos obliga a reflexionar sobre las deudas pendientes de nuestra historia. Sus escritos no son un registro petrificado, sino una advertencia y una invitación: a no conformarnos con la comodidad de los triunfos parciales ni con la institucionalización del pasado, sino a seguir desmantelando las estructuras de opresión y privilegio.
Moreno es, en última instancia, una figura incómoda porque encarna la posibilidad siempre viva de una revolución auténtica. Su vida y su muerte, marcadas por la convicción y el sacrificio, nos confrontan con una pregunta fundamental: ¿Estamos dispuestos a asumir el riesgo y el costo de la transformación radical que él soñó, o nos conformamos con un pacto de comodidad que perpetúe las desigualdades? La respuesta a esta pregunta define no sólo nuestra relación con el pasado, sino también nuestro horizonte como sociedad. En su legado, encontramos no sólo un recuerdo, sino una guía y una exigencia: que la revolución sea, siempre, un camino hacia la igualdad y la libertad reales.