Material corriente en los videos de Tiktok, las conversaciones diarias y la bronca intermitente de las mujeres de 20 años: ¿por qué ya no existen los caballeros? Una consultoría anónima para entender el fenómeno de los princesos, los varones que no resuelven.
—¿Sabés que pasa? —la conversación en la cocina es iluminada por un foco blanquecino de hospital. El ruido de una cuchilla desafilada que guillotina vegetales de manera descuidada y un tema de Sabrina Carpenter constituyen la música de fondo— Las mujeres seguimos haciendo lo que siempre hicimos: cuidamos a los pibes, limpiamos la casa, nos preocupamos por estar lindas y depiladas cuando vamos a una cita, desarrollamos nuestra responsabilidad afectiva, escuchamos, ayudamos y entendemos. Encima ahora también damos el primer paso en redes, encaramos en el boliche, somos caballerosas y mantenemos el interés para que ellos no se aburran. Mientras tanto, ¿qué mierda hacen los varones?
La escena es conocida, en una cocina de un departamento, en un bar, en el baño de un boliche. Es una conversación por Whatsapp con tu mejor amiga, un Tiktok, una publicación de X o una historia de Instagram de tu influencer favorita. La temática es repetitiva, monótona, problemática recurrente entre las mujeres de veintitantos que siempre llegan a la misma conclusión: “Los hombres son todos unos princesos”. Es así, la respuesta es simple, casi matemática. Al chabón le gustás pero no va a hacer nada para acercarse a vos, ni un like en Instagram, ni un mensaje al privado, no va a bailar con vos ni te va a invitar a hacer algo. Cuando salgan no te va a preguntar cómo vas ni cómo volvés, no se va a ofrecer a pagar la cuenta ni te va a prestar el buzo. Tampoco esperes que te pida un beso, que se interese demasiado por entablar una conversación y menos, muchísimo menos, que te vuelva a escribir después de verse. Eso lo tenés que hacer vos.
Es cíclico, lo intentás una y otra vez, con uno, con otro. Te ponés en pareja y asumís el inamovible rol de enseñarle cómo debe tratarte, te conformás con regalos que no te gustan ni te representan, le enseñás que si van a salir a una cita estaría bueno que se vista lindo, se bañe, se afeite. Mientras tanto, vos seguís haciendo lo de siempre, te perfumás, te maquillás, elegís un obsequio que sabés le va a gustar porque te habló de eso durante semanas. Pero además de asumir el lugar tradicional llevas a cabo uno nuevo: de mujer independiente, que da el primer paso, que encara, que busca, que entiende; la mujer siempre entiende. Pasa el tiempo, cortás y volvés a la misma pregunta: ¿qué mierda hacen ellos?
En esta era en que el imperativo del like rige sobre las posibilidades de acción sexoafectiva, las veinteañeras que se sienten atraídas por varones cisheterosexuales atraviesan el fenómeno del “Hombre Princeso” y suelen desanimarse ante la posibilidad de conformar un vínculo estable con alguien. Siempre se espera lo que el otro no puede dar, porque no lo desea, porque no quiere, ¿porque no puede?. Hay que dejar algo claro, el princeso no conoce de partido político. La diferencia está en la serie de argumentos que su cerebro despliega para justificar su falta de iniciativa. Princeso es el progre que no te vuelve a hablar después de una salida en la que ocupaste el papel de psicóloga no paga, y es también el libertario que excusa su falta de modales en una “guerra de sexos”.
—Para mí, el problema fue el feminismo de 2018, nos quejamos tanto que ahora tenemos que hacer lo de siempre y aún más —la conversación se moviliza hacia el living y se entremezcla con el repiqueteo de un vino blanco que es servido con descuido en un vaso de acero que transpira por fuera.
—No boluda, esa es la excusa que usan ellos. Como nosotras queríamos ser libres, ahora nos tenemos que fumar que no hagan nada. Matías, yo quería caminar tranquila por la calle, no que se te desarmen las manos por invitarme a tomar una birra.
—Yo creo que es un poco y un poco. Hay cosas de la caballerosidad que están buenas. No sé, mínimamente que no me dejes volver sola a mi casa a las 2 de la mañana después de una cita.
—Antes los hombres para impresionar a una mina construían templos, ahora no te pueden ni contestar una historia. Me tienen re podrida, son todos unos princesos.
La conversación cae en el silencio de la comida que se engulle con bronca al no saber cómo dar respuesta a por qué ya los hombres no se esfuerzan como antes.
La incógnita de la identidad masculina
Una exhaustiva búsqueda de consultoría anónima a hombres heterosexuales en sus veintes, logró sortear las más diversas respuestas a la pregunta: ¿Por qué ya no existen los “caballeros”? La más conocida y divulgada en nuestros tiempos quizás tenga que ver con aquella que culpa al feminismo moderno de poner límites en torno a las prácticas que posicionaban a la mujer en un lugar de inferioridad. Uno de los consultados afirma que a los varones “se los acusa de machistas y de acosadores o se los menosprecia acusándolos de que no se precisa su ayuda” y agrega que “hoy por hoy no sabés si un gesto de cortesía va a ser tomado como tal o si la persona en cuestión se va a ofender”. Dentro de la misma lógica, otro de los entrevistados asegura que: “Es sensible y delgada la línea entre caballerosidad y machismo. Personalmente creo que hay ciertos gestos que ponen al hombre en una posición de sumisión. Actitudes como regalarle flores a tu novia, abrirle la puerta o dejarla pasar primero, pueden ser interpretados como una pérdida o al menos un no refuerzo de la identidad masculina que se construye socialmente”.
La hipótesis del desdibujamiento de la masculinidad fue sostenida por otro de los consultados, pero desde una perspectiva un tanto diferente. “El concepto de hombre tradicional está bastante diluido. Los jóvenes no se sienten en la posición de que ellos tengan o deban hacer algo, ni siquiera lo piensan. Si la percepción de las mujeres es que el hombre ha perdido la iniciativa, es posible que el varón moderno sea más pasivo y que el gestual de sus intenciones sea menos claro y evite la competencia por miedo”, asegura el compañero.
El temor al rechazo se presenta como una de las principales causas por la cual los hombres no dan el primer paso a la hora de encarar. Para algunos varones, la respuesta es menos elaborada y mucho más directa: los hombres no eligen ser atentos porque “la mayoría son incels que le tienen odio al feminismo moderno y usan la igualdad de género como excusa para no ser amables ni caballeros”.
¿A él no le gustas tanto?
La lógica de las respuestas parece indicar que los veinteañeros identifican a los princesos a su alrededor y pueden comprender, en mayor o menor medida, a qué se refieren las mujeres cuando utilizan el término. Según los testimonios, los princesos clasifican una serie de conductas que tienden a la pasividad. Se tratan de hombres que esperan que “la mujer tome las riendas y se contrapone a la categoría de hombre que resuelve”, afirma uno de los entrevistados. Sin embargo, para algunos esta terminología designa algo que en definitiva no existe.
La comedia romántica “He’s just not that into you” nos daba un indicio de algo que, aparentemente, las mujeres no quieren aceptar. “La regla es la siguiente: si un hombre no te llama, es porque no quiere llamarte. Si un hombre te trata como si no le importaras, verdaderamente no le importas”, le explica Alex (Justin Long) a Gigi (Ginnifer Goodwin) en la icónica escena del bar. De la misma manera, uno de los varones consultados sostuvo: “El hombre va a tener iniciativa por una mujer que en verdad le interese. Si una mina no le gusta y no le demuestra lo que ella cree que tiene que demostrarle ahí le denomina el famoso término”. Dando a entender que la categorización de princeso correspondería simplemente a la frustración de las mujeres de no entender por qué alguien no quisiera demostrar afecto hacia ellas.
Si las mujeres se reconocen en citas en donde el hombre parece estar interesado y los varones identifican en sí mismos y en sus pares la pasividad de sus acciones, está claro que no todo puede ser fruto de la negación femenina. “A los chabones de hoy en día les da miedo tomar riesgos. Por cuestiones de debilidad mental ya se saben perdidos desde el vamos”, asegura un entrevistado.
Todo sería más sencillo si los princesos hicieran algo
El aire en el patio huele a una interesantísima y probablemente letal mezcla de repelente de insectos, espirales y cigarrillos. Una puerta vieja fue disfrazada de tablón y nadie se anima a estirar demasiado las piernas por miedo a pegarle una patada y que se caiga el rejunte de servilletas, pizza y envases de cerveza que se encuentra encima. La repetitiva conversación sobre la nulidad de acción masculina se desarrolla hace unos breves quince minutos y la mayoría de los hombres permanecen en silencio con los ojos abiertos mirando al vacío.
—Amigo, ¿Ustedes hablan de esto entre ustedes? —una piba se gira levemente hacia donde se encuentra un chico despatarrado en una reposera verde.
—No, nunca. Con ustedes nomás. Son contadas las veces que hablo de esto con amigos varones. No tocamos el tema de quién se habla con chicas.
— Pero… ¿Se dan cuenta de que todo sería más sencillo si hicieran algo? No es tan difícil preguntar cómo te volvés a tu casa después de una cita, si no tenés auto me podés acompañar en la bici. —la piba se ríe y exhala el humo de un pucho mentolado que se le deshace en los dedos.
—¿Posta es mucho pedir que nazca de vos el venir a verme, buscarme, preguntarme cómo estoy? Siento que la remo en dulce de leche con todos los pibes que he hablado —una chica se suma a la conversación desde la otra punta de la mesa—. Si le pusieran un poquito más de onda, la pasaríamos todos mucho mejor.
—Pasa que… —uno de los varones que permanecía en silencio se arrima al bordecito de su silla de plástico y toma la palabra— a veces uno no sabe si le van a responder o si le van a cortar menos diez. Te tenés que cuidar.
La mina que inició la conversación se da vuelta bruscamente, con los ojos encendidos por un fuego azul chispeante.
—Andá. Nosotras nos tiramos todos los días a una pileta sin agua para hablar con ustedes y los varones no hacen nada. Me tienen harta, —un breve silencio hace de tamborileo expectante para la tan esperada frase que, para ser las dos de la madrugada, se hizo esperar bastante—. Los hombres son todos unos princesos.