Por Dianela Gahn
Roma, abril de 2025
Fue mi primera Semana Santa en la ciudad eterna. No soy religiosa, tampoco creyente en la institución eclesiástica —soy feminista y socióloga—, pero me gusta perderme en las grietas donde la humanidad asoma entre rituales y silencios, observar los pliegues de lo sagrado en lo cotidiano en todos los lugares a donde viajo. La noche de la Vigilia Pascual en la plaza de San Pedro había pocos fieles en la misa, y yo me dediqué a recorrer las iglesias abiertas hasta la medianoche, entre turistas que participaban curiosos.Papa Francisco
El domingo, Francisco dio su bendición ¨urbi et orbi¨ —a la ciudad de Roma y al mundo— con un mensaje que fue muy político y que resonó como un puñetazo contra la indiferencia y contra el silencio cómplice de los líderes mundiales. En los altavoces de la Plaza de San Pedro, su voz nombraba especialmente a Gaza, los marginados, los migrantes. "No cedan a la lógica del miedo que aísla", exigió a los líderes políticos, esos mismos que después desfilarían hipócritas por el Vaticano. Me quedé con una frase flotando: "El amor venció al odio", como un mantra al que nos aferramos en tiempos rotos, en un mundo que se desgarra en la palma de nuestras manos en cada pantalla.

El lunes, el primer mensaje que leí en mi celular decía: "Murió el Papa Francisco, anda al Vaticano". Así que me dirigí a intentar entrar en la basílica. Cruzar por primera vez la Puerta de San Pedro ese día —en año de Jubileo, en el cumpleaños 2.778 de Roma—, el día de la muerte de un papa argentino. Otra gran historia para contar. En las juntadas siempre me dicen que tengo que compartir con una audiencia más grande mis historias de viajes, pero nunca lo hago.
Aún no llegaban las multitudes, pero ya había flores en el suelo y una bandera argentina que colgaba de uno de los ramos. Me senté frente a los confesionarios, que estaban en varios idiomas. Recordé que la última vez que me confesé fue a los 14 años; ya han pasado décadas de eso, pero me sigue generando la misma incomodidad y las mismas preguntas. ¿Qué significa el perdón? ¿Qué absuelve una Iglesia que aún se opone a derechos? ¿Para qué sirve el perdón en un mundo de guerras transmitidas en streaming?

La muerte como espectáculo
En los días siguientes, Roma estalló. El Vaticano se convirtió en una coreografía de seguridad y peregrinos. Pero también en un set de influencers. Otra atracción para los turistas. Grabadoras en mano, selfies con el ataúd de fondo, y los medios intentando cubrir todos los minutos de aire. "El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social mediatizada por ellas", escribió Debord. Y allí estaba: la muerte como contenido, el duelo reducido a un checklist para el feed.
En esos días hablé con amigos sobre los claroscuros de Francisco: su apertura al diálogo con jóvenes, el pedido público de disculpas por los abusos de la Iglesia, pero también su tibieza con los derechos LGBTIQ+, su oposición al aborto… "No podemos pedirle a la Iglesia lo que no nos dará", concluí. Pero rescato su continua apertura al diálogo: la posibilidad de hablar —aunque fuera para discutir— entre quienes piensan distinto.
El día del funeral, los mismos líderes que financian guerras con una mano y con la otra se persignan, ocuparon las primeras filas de la plaza. Mientras sus gobiernos alimentan la maquinaria de la guerra, la muerte y el hambre de los pueblos. Mientras, en Gaza el 70% de las personas asesinadas son mujeres y niños. "¿Qué humanidad cabe en quienes hacen negocios con la vida?", pensé, mientras caminaba a casa.


Abrirnos al encuentro
Por la tarde, me dirigí a Santa María la Mayor, la basílica que Francisco eligió para que descansaran sus restos. Frente a la fuente, una mujer menudita sostenía un rosario de madera y un ramo de flores amarillas mientras leía su biblia. La vi y me llamó la atención su sonrisa. Ese gesto cálido que invita al saludo, esa sonrisa que desarmaba el cinismo.
Patricia habla bajito, es francesa y consagrada religiosa; conoció al Papa y se acercó a la basílica para llevar flores a Francisco, "para el nuevo viaje", me dice. Charlamos de todo: de religión, de política, de este mundo que no nos cierra por ningún lado, aunque ella tuviera fe y yo solo preguntas. "Cuando no encuentro el camino, cuento las bolitas del rosario", me dijo. En sus gestos vi algo que se había extraviado en la multitud: autenticidad.

Nos acompañamos sin decir nada más, una al lado de la otra. Ella con su biblia y su paz. Paz que a veces muchos no encontramos. Me emocioné. No hubo juicios, solo dos personas que se encontraron en medio de la bulla. Nos despedimos agradeciendo el encuentro, nos tomamos de las manos, nos abrazamos. "Son más las cosas que nos unen que las que nos separan", pensé. En un planeta dividido, quizás el gesto más revolucionario sea ese: dejarse interpelar por el otro.
Lo que queda
Francisco murió en un abril convulsionado, mientras las bombas siguen cayendo sobre Gaza y las pantallas, alimentadas de tristeza y soledad, nos adormecen con violencia en streaming. Pero en medio del ruido, quedan gestos mínimos: una bandera argentina, un ramo de flores, las cuentas de un rosario que alguien sigue tocando para no perderse. Quizás su legado no sea la Iglesia, sino esa idea simple y revolucionaria: "El amor vence al odio". Un mantra para no rendirse.
En un mundo que premia el parecer sobre el ser, Patricia y su sonrisa fueron la historia. Porque al final, como dijo el Papa, nadie se salva solo. Ni siquiera los que ya no creen en nada.




